Ser o no ser… revolucionario
noviembre 30, 2012
Por Verónica Vega
HAVANA TIMES — En la última reunión de mi circunscripción para
seleccionar candidatos para delegado antes de las recientes elecciones
(el tercer intento de reunión pues los dos anteriores se suspendieron
por falta de asistentes), un hombre inició su propuesta diciendo:
-¡En vista de que aquí no hay revolucionarios…!
Varios presentes lo interrumpieron, indignados. Un vecino le exigió
incluso que se retractara. Muy pocos permanecimos inmutables ante la
ofensa. Y no pude menos que reflexionar sobre la enorme porción
sumergida del iceberg.
Puedo apostar que justo los vecinos que reaccionaron al adjetivo con más
violencia, jamás se han molestado en buscarlo en un diccionario. Pero sí
han visto el precio de ser señalado con el terrible antónimo:
"contrarrevolucionario". (No importa si el designado es precisamente
quien quiere "cambiar todo lo que tiene que ser cambiado").
El terror es un eficaz método de persuasión. Porque lo que no cambia por
dentro lo sujeta al menos desde afuera, y en lo que el alma reacciona a
esa ortopedia brutal pueden pasar muchísimos años.
La palabra "revolucionario" está entre mis primeros recuerdos de
escuela. Ligada a la pañoleta y a las formaciones en fila, a aquellas
urnas que nos mandaban custodiar y donde la gente echaba unos papelitos
doblados. A las reuniones del CDR adonde mis hermanas y yo solíamos ir,
no porque entendiéramos nada de lo que allí se hablaba, sino porque a
veces un vecino tocaba el acordeón, y para los niños era un gran
espectáculo.
Está ligada a los discursos de Fidel en la TV (que tampoco entendía), de
los que recuerdo en particular uno, porque mi madre saltó repentinamente
frente al televisor, gritando de alegría. Al preguntarle qué pasaba
respondió muy exaltada: ¡Van a dar uniformes que no se planchan! Podrán
deducir qué significaba esto para una ama de casa con tres hijas y
esperando la cuarta.
Hurgando más y más en mi memoria, la palabra "revolucionario" se va
volviendo difusa. Se pierde entre espacios en blanco, reaparece entre
muecas, encogimientos de hombros, burlas.
El retorno
Hace apenas tres años, conocí a alguien que recién había publicado unos
textos en internet con serios análisis sociales, dirigidos a "los
revolucionarios cubanos". Le pregunté por qué no expandía su invitación
acotando simplemente "a los cubanos", ya que de hecho el maltratado
vocablo podía ahuyentar a muchos interesados.
Y le hablé de lo que me comentó un poeta acerca de la necesidad de dejar
que ciertas palabras vaciadas por el abuso, reposen un tiempo y se
carguen otra vez, con su sentido primigenio y profundo.
Le conté incluso mi experiencia cuando hablaba de Dios, y me percataba
de la crispación que podía causar el término, por lo que decidí
reemplazarlo. La comunicación con la gente se volvía más clara y evitaba
malentendidos. Pero esta amiga dijo que prefería asumir
"revolucionario", con todos sus riesgos.
Ya por ese tiempo, había notado que el machacado epíteto se usaba como
salvoconducto para reclamar algo públicamente. Era invariablemente el
preámbulo, o se enunciaba su opuesto: "Yo no soy contrarrevolucionario",
como previa advertencia cuando se hacía una crítica.
Es el conflicto de usar palabras vivas para demarcar fenómenos que, por
vivos también, se transforman hasta el punto de morir y necesitar otras
palabras que los definan.
Siendo etimológicamente exactos, si revolucionario es, según el Larousse:
(Adj.) De la revolución política, social o económica de una nación.
Que es partidario de la revolución de las instituciones políticas,
sociales y económicas.
Que produce un cambio brusco e innovador
Que causa alboroto (Ej. Actitud revolucionaria)
Por más que la gente lo acuñe públicamente, Cuba no denota contar con
una población eminentemente revolucionaria. Y tampoco es esto lo que
salta a la vista cuando se recorre el país, sino el estatismo y la
abulia, cualidades opuestas a cambio, a movimiento.
Por todo lo que he podido vivir en mi experiencia con las instituciones
cubanas (y no sólo las culturales), proponer y conseguir cambios
notables es casi imposible. Hay una férrea inercia de conservación y
control sustentada por mucho más que cándidos prejuicios.
Por supuesto, esta obstrucción al movimiento (que niega el principio
mismo de "revolución"), no puede evitar el otro movimiento interno que
termina siendo escandalosamente visible: la decadencia.
Un aspecto inédito del problema
Por más que en la educación de las generaciones nacidas en Cuba a partir
de los 60, se nos enseñó que ser "revolucionario", era la más alta de
las cualidades, yo al menos tuve dudas de si se obtenía por méritos
(como los sellos pioneriles y los diplomas) o si se heredaba
automáticamente.
Es cierto que hay revolucionarios natos, pero son excepciones. Ahora,
siendo estrictamente honestos, ¿cuántos seres humanos han demostrado ser
"revolucionarios", o sea, re-evolucionadores? ¿Cuántos podemos serlo al
menos en todos y cada uno de los aspectos que la sociedad necesita?
Por ley natural, cada generación que nace es más avanzada que la
anterior. Según esta premisa, una generación que sienta un precedente de
progreso, es superada por la que le sigue, la cual asimila y optimiza lo
heredado.
Este es el principio innegable también de la sinergia. Como dice el
poeta Khalil Gibrán cuando habla sobre los hijos: "Puedes intentar
parecerte a ellos pero no procures hacerlos semejantes a ti, porque la
vida no retrocede ni se detiene en el ayer".
Ahora, lo que más me molesta de toda la iconografía y parafernalia
verbal bajo la que se desarrolló mi infancia (y la de todos los niños
cubanos post 59) es una pregunta básica: ¿por qué es tan importante
definirse como revolucionario?
Cuando uno lee los fundamentos morales de religiones y sistemas
filosóficos ancestrales, no encuentra este término. Y me pregunto, (aquí
voy a descartar todo lo relativo a la fe para no limitar el análisis),
si una persona aspira y lucha sinceramente por: no mentir, (que implica
no engañar ni manipular), no robar, no matar, ganarse su propio
sustento, compartir con el necesitado, respetar leyes y normas de
convivencia, desarrollar su voluntad y su conciencia, ¿qué importa que
entre esos objetivos no esté el ser revolucionario?
Si además en nombre de esa "revolución" (arrolladora y confusa como
suelen ser todos los torbellinos sociales), se estigmatizó no sólo la
religión sino la espiritualidad misma, la pluralidad, la individualidad,
la autonomía, la conciencia civil, aspectos cardinales para desarrollar
una sociedad genuinamente revolucionaria.
Paradójica (y no inocentemente) el término se usó y aún se usa para
dividir, confrontar y excluir, perpetuando la negación de su significado.
Algún día, quizás, en honor a la verdad se rescate la etimología
profunda de "revolucionario" en Cuba. Entretanto y, porque la
experiencia siempre supera a las palabras, yo lo sigo asociando a la
ira, a la imposición, al odio… y al cansancio.
http://www.havanatimes.org/sp/?p=76041
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