Musculosos y frágiles
Miércoles, Noviembre 28, 2012 | Por Juan Antonio Madrazo Luna
LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -Por estos días de temporada
alta turística, muchos visitantes foráneos ven a La Habana como la
ciudad poblada por machos amables, en la cual se dan el gusto de darle
vacaciones a la conciencia y satisfacer deseos reprimidos. Una ciudad
donde se pueden negociar, a precios módicos, las mejores fantasías.
La prostitución masculina es desde hace años una cruda e incómoda
realidad que el narcisista machismo revolucionario trata de ocultar. El
simulacro, la ilusión y el maquillaje son parte de la oferta de la
industria habanera del placer rentado. Aunque mucho se habla del
"jineterismo" y las "jineteras", la prostitución masculina -el
"pinguerismo"- también florece en el circuito turístico y es para muchos
jóvenes cubanos "un deporte extremo de alto rendimiento".
A través de esta peligrosa actividad, varones jóvenes, de entre 15 y 20
años en muchos casos, acceden al glamour y a "una vida major",
negociando sus cuerpos. Entre la fauna de esta ciudad los visitantes
pueden encontrar de todo, desde muchachos que se resisten a vestirse de
novias, vaqueros de la noche, machos "sin plumas", seductores de
billeteras que intentan salvar a su familia del precipicio, hasta otros
que negocian su sexualidad utilizando las ventajas del color de su piel.
Pues en esta economía de placeres y estereotipos, el sujeto negro y
mestizo es objeto de alta oferta y demanda. La raza es un capital
simbólico para negociar dentro de este tipo de intercambio.
Muchos de ellos vienen de provincias del interior del país, donde se
sienten asfixiados. Particularmente proceden de las zonas más deprimidas
económicamente como Guantánamo, Santiago de Cuba y Granma, pero también
de zonas menos en las márgenes, como Cienfuegos y Ciego de Ávila. Son
seres nómadas, sin territorio fijo, y a muchos no parece incomodarles el
modo en que se ganan la vida, pues han escapado de zonas de alto riesgo.
Para Tristán, un joven de 22 años, graduado en Informática y natural de
la provincia de Camagüey: "Mucho de los hombres con que voy tienen hijos
y una familia "adorable". Me es difícil acostarme con ancianos que
huelen mal. Para nada es fácil seducir a un extraño, pero la necesidad
me obliga. Para mí, los europeos son mejores clientes que los latinos,
respetan a los hombres y no se ponen con eso de querer besarlo a uno y
cogerle la mano en public; hacen lo suyo y ya".
Añade Tristán que: "Nadie imagina las bajezas que los clientes pueden
pedir, pero al menos esto me permite pagar deudas, y darme gustos que
van desde enviarle dinero a mi madre, enferma de leucemia en Nuevitas,
hasta comprarme un perfume, o invitar a una chica a comer o a bailar en
una discoteca. Esto es muy duro para la autoestima, pero hay que vencer
las dificultades que son muchas, hasta que pueda salir de esta
asfixiante isla".
La prostitución masculina, al igual que la femenina, alimenta una larga
cadena de corrupción, que va desde el proxeneta hasta el policía.
Según Pablo, un investigador social: "El pinguerismo genera una cadena
en la que todos quieren aprovecharse del pinguero. Es un circuito en el
que nadie te respeta, desde el policía que quiere chantajearte,
humillarte, quitarte el dinero y tomar ventajas que van desde sexo
gratis hasta pagarle algún capricho. La necesidad de algunos cubanos los
obliga a prostituirse. La prostitución masculina es más rentable y
barata, pues entre hombres el sexo lo mismo se puede hacer en una
escalera, que en una azotea, un parqueo o un baño, hasta en un cementerio.
Según Hanny, un travesti rubio, de 18 años, la prostitución es una forma
de vida: "En este oficio me he acostado con gente de todos los colores y
de casi todos los rincones del planeta. Podemos llegar hasta donde la
imaginación nos lleve, de su parte y la mía. Mis clientes son de todas
las edades, desde 20 hasta 75 años. No discrimino, pero los cuerpos
oscuros me subyugan. Tengo un amigo de Bahamas que dice ser mi novio, y
eso, como fantasía, me encanta. Me encanta prostituirme, pues el trabajo
sexual es una manera creativa y divertida de ganarme la vida, la manera
sobre la cual tengo más control. Es un oficio tan honorable y respetable
como otro. Me gusta compartir soledades, la del cliente y la mía, lo veo
como una relación humana".
Beyonce, un travesti habanero de piel negra, del barrio de Pogolotti, en
Marianao, sostiene: "Me gusta invitarlos a mis gestos reposados. Mis
clientes preferidos son los italianos, son muy amables conmigo y esa
ecuación de macho-hembra los vuelve loco. Con esta nueva reforma
migratoria pienso pasarme unos meses en Milán, el próximo año, pues
Giovanni, el más fiel de mis amantes, quiere un compromiso más serio. No
queda más remedio que dedicarme a esto, pues aquí no hay esperanzas, ni
sueños. También tengo que sacar a mi familia de la pobreza, somos 17 en
una cuartería".
Muchos de estos chicos viven en barrios marginales de La Habana, que el
turista que los contrata no ve, y para ellos la exagerada masculinidad
es a la vez camisa de fuerza y coraza que les permite sobrevivir en ese
medio. Muchachos viriles, musculosos, pero muy frágiles simultáneamente.
madrazoluna@gmail.com
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