Monday, November 5, 2012

Alejandro Castro: construyendo el clan familiar

Alejandro Castro Espín, Raúl Castro

Alejandro Castro: construyendo el clan familiar

Lo que nos ofrece Alejandro Castro es la misma retórica gastada y
defensiva de una clase política monocorde y poco imaginativa

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 05/11/2012 10:32 am

La semana pasada Alejandro Castro Espín, único hijo varón del
General/Presidente y coordinador de sus servicios de inteligencia y
contrainteligencia, fue noticia. No lo es con frecuencia. Al menos no
con la frecuencia de su hermana Mariela, quien entre marchas gays,
inocencias políticas y sonrisas fáciles, siempre tiene la prensa a su favor.

Alejandro es más discreto. Pero tan o más relevante que su fotogénica
hermana. En realidad todos son relevantes, yerno López Callejas
incluido, pues ellos conforman lo que será en el futuro un poder
fáctico: el clan familiar Castro. Un fenómeno sociológico que hubiera
sido impensable con Fidel Castro, quien nunca tuvo sentido de lo que es
una familia, pero si con su hermano Raúl, quien tiene fama de hombre
apegado a su descendencia, que adora hijos y nietos, y de paso los emplea.

El clan Castro es un dato de la política cubana y lo va a seguir siendo.
Si se consigue una transición hacia la democracia, ellos serán un
componente del sistema político, posiblemente afincado en algún partido
nacionalista de derecha y con una buena base económica. Si no se
consigue la transición, seguirán siendo crudamente el poder.

Y obviamente la descendencia ha aprovechado esta suerte de haber nacido
en cunas verde oliva.

Mientras Mariela se proyecta como la relacionista pública del clan y
López Callejas saca cuentas, Alejandro prepara su futuro tratando de
pulir una faceta de intelectual mediante algunos artículos y promoviendo
un libro cuyo título siempre me recuerda la saga interminable de la
Guerra de las Galaxias: El Imperio del Terror. Ahora, con fuertes apoyos
—sea de la embajada o de algunos nostálgicos—, ha presentado en Moscú su
libro traducido al ruso y ha dado una conferencia de prensa, tras lo
cual, dícese, se reunió con un selecto grupo de empresarios moscovitas
deseosos de invertir en la otrora Isla de la Libertad.

Leí algunos pedazos del libro hace un par de años, cuando me lo enseñó
un buen amigo dominicano de los que aún cultivan el mito revolucionario,
y me pareció algo con tanta densidad intelectual como una película de
Chuck Norris. Y por eso no me sentí nunca motivado a leerlo. Y confieso
que si hubiera estado tentado a hacerlo, después de oír la entrevista
concedida por el heredero a un periodista en Moscú, hubiera desistido en
el acto.

No se trata de que Alejandro Castro (AC) diga cosas diferentes a las que
yo pienso. Es lógico que así sea pues estamos en dos antípodas
políticas: él en el poder manejando la cosa pública, y yo desterrado
escribiendo artículos en CUBAENCUENTRO. El problema es que lo que nos
ofrece AC en su presentación es la misma retórica gastada y defensiva de
una clase política monocorde y poco imaginativa, aderezada con algunos
disparates compatibles con esa intención castrista de colocar al mundo
contemporáneo en la coctelera binaria.

Me sorprende, por ejemplo, que una persona que supuestamente debe
mostrar al mundo la renovación post-fidelista, siga arrastrando la
cantaleta de que nada ha cambiado en los últimos 50 años, pues todo es
—y aquí resalto una palabra que repite hasta el cansancio—
"esencialmente" lo mismo. Es decir que para este supuesto investigador
social cubano (tal y como lo presentó la amistosa revista rusa) Kennedy
y Carter son lo mismo que Reagan y los Bush, de igual manera que
"esencialmente" los activistas del Tea Party son lo mismo que los
liberales novoingleses. O que Obama es lo mismo que Romney. Todo lo cual
no permite explicarme por qué Clinton no bombardeó La Habana en marzo de
1996, lo que con seguridad hubiera hecho el disléxico que le sucedió en
la Casa Blanca.

No menos asombroso es que, con el desenfado que solo se permite la
ignorancia y tolera un periodista obligado a no hacerle daño, según AC
las revueltas populares en Libia estuvieron ligadas a las políticas del
FMI y el BM, que terminaron desestabilizando a un gobierno legítimo y
democrático. Pues hay democracia —dice más seguro de sí que Rambo
machacando vietnamitas— cuando se cumplen las normas que los pueblos
aceptan, de lo cual, supongo, el gobierno de Khadafi, con su libro verde
y sus amazonas guerreras, fue un ejemplo durante muchos años. Como el
cubano en el último medio siglo.

Ningún lector se sorprenderá —y algunos iluminados me llenarán de feos
epítetos— cuando afirmo que soy absolutamente antiembargo/bloqueo, que
estoy en contra de cualquier intento de Estados Unidos para actuar como
actor interno de la política cubana y que me ofuscan los jingoísmos
baratos de las facciones fundamentalistas de los emigrados.

Pero creo que nadie se sorprenderá cuando digo que es inaceptable que el
Gobierno cubano siga justificando sus acciones contra la población
cubana alegando motivaciones antiimperialistas y patrióticas.

En nombre de ese antiimperialismo, se ha desterrado a dos millones de
personas, y a expensas de la misma invocación se ha reprimido y
fusilado. Los cubanos no pueden expresar libremente sus opiniones por el
mismo pretexto, ni organizarse políticamente, ni ejercer autonomía
social alguna más allá de breves espacios íntimos. La pena de muerte
sigue en pie porque somos un bastión soberano. Y ahora resulta que
nuestros profesionales no podrán viajar libremente porque el
imperialismo practica el robo de cerebros. Y varios miles de cubanos
murieron en África —y varios miles de padres perdieron sus hijos, de
mujeres quedaron viudas y niños quedaron huérfanos— porque nos
convertimos en punta de lanza contra el imperialismo librando guerras en
beneficio de élites corruptas y despiadadas.

Como Dios —en aquella escena inolvidable que nos regaló Saramago sobre
el mar de Galilea— los dirigentes cubanos no pueden vivir sin su diablo,
es decir sin el bloqueo, sin las injerencias, sin los exiliados
maximalistas y sin cuanto incidente bilateral pueda ser convertido en
argumento para justificar la represión y la incapacidad.

Y eso lo sabe perfectamente Alejandro Castro. Y por eso todo su discurso
es el mismo que busca justificar la aplicación a la política interna
cubana de un criterio de fortaleza sitiada, en que cada disidente es un
traidor.

Y que sigue sirviendo de leitmotiv no solo para represión y la coacción
social que sufre la sociedad cubana, sino también para los apoyos
desconsiderados y anticubanos de una parte de los círculos liberales y
de izquierda a nivel internacional.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/alejandro-castro-construyendo-el-clan-familiar-281315

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