Venezuela, Hugo Chávez
Después de Chávez, ¿el diluvio?
Una retracción, siquiera parcial, de la hiperactividad bolivariana va a
repercutir en una despolarización del teatro caribeño y latinoamericano
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 17/12/2012 9:31 am
Desde los tiempos de Rómulo y Remo la comunicación política funciona
sobre dos pilares: pan y circo. El pan es para los estómagos, y el circo
para los corazones. Eso lo saben todos los políticos, aunque no sepan
quienes fueron Rómulo y Remo. Y por supuesto que debe saberlo Nicolás
Maduro. E imagino que ya estará sacando cuentas acerca de cuánto pan
tiene que repartir ante la probable desaparición de Hugo Chávez, el
recurso carismático de la llamada Revolución Bolivariana.
El problema está en que Maduro tiene que negociar —es decir repartir más
pan— en momentos en que la situación económica venezolana no es
precisamente alentadora, y en que los precios del petróleo parecen
haberse estabilizado en un rango inferior a aquellos 100 dólares que
Chávez siempre consideró justos y necesarios para costear su proyecto
continental.
Por un lado, tiene que repartir más pan en dirección a la población
pobre que ha sido la base social por excelencia del chavismo. Pero una
base social en erosión, como lo indican los últimos resultados
electorales en que Chávez, con mucho dinero y desde el poder, solo ganó
por unos pocos puntos porcentuales y algo menos de millón y medio de
votantes.
Por otro, también tiene que repartir entre la díscola y heterogénea
élite chavista, donde hay de todo: militares, viejos políticos
reconvertidos, antiguos activistas sociales, creyentes y buscadores de
fortuna. Una élite en la que Maduro no ha sido otra cosa que un secundus
inter pares y cuyas tendencias centrífugas se dispararán apenas se
sequen las lágrimas vertidas ante el féretro del máximo líder.
Por eso creo que si Maduro, o quien le sustituya, no es suicida, estará
obligado a moderar las proyecciones internacionales tanto limando
asperezas con Estados Unidos como reduciendo las partidas de apoyo a sus
aliados internacionales y a los bloques de partisanos interesados al
estilo de Petrocaribe. Y por esa vía, captar mayores recursos para el
juego político interno.
Una retracción, siquiera parcial, de la hiperactividad bolivariana va a
repercutir en una despolarización del teatro caribeño y latinoamericano.
Y en la creación de un mejor escenario tanto para las políticas
despreocupadas de Obama como para la activa diplomacia brasilera.
El resultado sobre Cuba —una pieza clave de este juego geopolítico— es
predecible. Cualquiera que sea el desenlace post-Chávez en Venezuela,
Raúl Castro —quien hace tiempo perdió el recurso del circo carismático—
tiene que esperar peores condiciones que las que actualmente le
sostienen en el poder. Incluso si Maduro lograra continuar en la
presidencia, estará obligado a redefinir sus relaciones con la Isla y
obviamente pagar menos. Y las finanzas cubanas —con la plataforma
petrolera Scarabeo volviendo grupas— no soportan presiones extras:
cualquier reducción de los subsidios va a ocasionar grandes dificultades
económicas.
Es, por tanto, predecible que si Raúl Castro y su círculo interior no
han perdido contacto con la realidad, y efectivamente quieren hacer lo
que siempre han demostrado que quieren —conservar el poder— tendrán que
conseguir un acceso siquiera parcial al mercado americano, lo cual pasa
por aceptar el gesto condescendiente que les ha tendido Obama. Y
lógicamente, tendrán que soltar amarras y dar pasos más efectivos para
captar ahorros externos, que hoy son accesibles fundamentalmente de dos
maneras: remesas e inversiones foráneas.
El problema de Raúl Castro no es que no se mueva. Claro que lo hace,
pero sin entrar en el meollo de las cosas. Siempre anda merodeando en
torno a lo que es realmente importante. Y así, sigue con un sistema
económico centralizado donde cada paso imprescindible en función del
mercado parece un parto con fórceps. Se ha demorado seis largos años en
entender que los agricultores viven en sus estancias, y que la
emigración constituye el negocio más rentable de la economía cubana. Y
creo que aún no ha entendido que necesita capitales frescos para echar a
andar una economía que cruje bajo el peso de sus ineficiencias. Y
capitales grandes y pequeños, que todos ayudan en ese inmenso hoyo
financiero en que se encuentra la economía cubana.
Probablemente esta contingencia se lo haga entender, y de paso entienda
que no tiene otro remedio que dejar a un lado su arrogante y cómodo lema
—sin pausas pero sin prisas— y marchar con mucha prisa. Aunque en la
prisa haya que dejar a tras a la burocracia más rancia que simboliza su
desaseado vicepresidente.
Al final Chávez con sus subsidios fue un cisne negro inesperado que
paralizó la reforma económica que se implementaba desde los 90 tempranos
y dio a Fidel Castro la posibilidad de hacer una última dilapidación
económica monumental antes de dejar el poder aquejado de las
enfermedades, la senilidad y los delirios. Y aunque en política uno
nunca sabe exactamente todo, nada indica que aparecerá otro cisne negro
con vocación y dinero para subsidiar una revolución que ya no existe y
un socialismo que nunca existió.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/despues-de-chavez-el-diluvio-282243
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