Jueves, Abril 5, 2012 | Por Frank Correa
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Un ex funcionario, ya
jubilado, me cuenta una anécdota de sus tiempos de Vice director de una
hilandería en La Habana, especializada en confeccionar toallas y
cortinas. Su historia es una muestra inequívoca de cómo lo errores del
burocratismo han dejado escapar, como agua en terreno baldío, un sinfín
de recursos económicos, muy difíciles de cuantificar.
Cuenta el ex dirigente que a principio de los años noventa, Cuba compró
a Suiza una hilandería con sistema computarizado, que sustituiría el
trabajo de cincuenta y dos pequeñas hilanderías diseminadas por todo el
país, con el vetusto método de lanzaderas, de roturas continuas y muy
complicado a la hora de determinar el lugar donde el hilo había cedido.
A través de aquella computadora se podía ubicar, con total exactitud,
el campo y la línea donde ocurría la rotura. Además, contaba con un
programa de diseño para más de cien modelos de toallas, fundas,
cortinas y edredones, figuras, colores y combinaciones, y con un número
significativo de mejorías en la eficiencia y la rentabilidad de la
empresa, cuando estuviera funcionando.
En un almacén de las afueras de la ciudad se guardaron las estructuras,
el tejado, las máquinas y los accesorios de la futura fábrica. El
Ministerio de la Industria Ligera determinó que enviar un personal a
Suiza, para su capacitación, era más rentable que contratar los
servicios de técnicos suizos para el montaje y la instalación. Sin
embargo, quienes realizaron el viaje al extranjero fueron el director y
el vice-director de la empresa, que no aprendieron nada.
El director se hospedó en la residencia de un ingeniero suizo, que se
hizo su amigo y le mostró las bellezas patrimoniales del país. Luego
trajo a Cuba álbumes de fotos y mucha nostalgia por la nieve, la buena
comida y el buen vino. El vice-director fue hospedado en un hotel. Y
contó a su regreso que lo pasearon una sola vez por las afueras de la
fábrica, a la cual ni siquiera entró. Eso sí, le recalcaron varias
veces que si la computadora mostraba algún fallo, había que traerla a
arreglar a Suiza. Que por nada del mundo se les ocurriera tocarla.
A su regreso a Cuba, el día previsto para el inicio de las obras de
montaje, ambos dirigentes confesaron a sus superiores que de todas
formas era imprescindible la contratación de los técnicos suizos.
Cuando llegaron los suizos, al mes siguiente, de jefe venía el mismo
ingeniero que hospedó en su casa al director, quien confesó que
conocían de antemano la costumbre de los dirigentes cubanos de
agenciarse ellos mismos los viajes, en lugar de enviar obreros que
debían verdaderamente capacitarse. Por eso no perdieron tiempo en
adiestrarlos. Siempre supieron que al final iban a necesitar que ellos
viajaran a la Isla. Volvieron a recalcar que si la computadora
presentaba algún desperfecto, por favor, no la tocaran. Debían enviarla
a Suiza para revisarla.
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