Cuba: desmantelar el Régimen sin desmantelar el Estado
DOMINGO, 29 DE ABRIL DE 2012 JUAN PEDRO ESTEVE GARCÍA
El Partido Comunista de Cuba atraviesa los momentos más críticos desde
el derrumbamiento del bloque soviético entre 1989 y 1991. La
vulnerabilidad de la salud de Fidel Castro ha sido evidente desde hace
mucho, y la capacidad de su hermano Raúl para comandar el escenario
post-Fidel sin causar nuevos problemas se considera dudosa. Ante esto
¿qué se debería hacer y qué no en el que parece ya cercano proceso de
transición política?.
En primer lugar, Cuba no puede acabar siendo otra Rusia u otra Rumanía.
Los procesos de descomposición de los viejos regímenes comunistas de
Europa entre 1989 y 1991, aun trayendo a los ciudadanos de estos países
innegables avances en la posibilidad de participar en las instituciones
de gobierno, se hicieron de una manera tan chapucera que el poder real
de esas instituciones quedó muy reducido. El vacío de poder que habían
dejado los viejos estados totalitarios al desplomarse no fue rellenado,
como se ansiaba, por la democracia, sino por los clanes mafiosos, los
oligarcas y los oportunistas de toda calaña. La década de 1990 fue, para
el territorio de la antigua URSS, una década perdida en vez de ser la
del despertar de los pueblos que habían soñado los intelectuales
críticos y los opositores a los imitadores de Stalin. La nefasta
presidencia de Boris Yeltsin renunció a heredar ese legado democrático
que se le ofrecía, y en su lugar fue la era del desmantelamiento del
aparato industrial y económico ruso para malvenderlo a verdaderos
gángsteres que dejaron esquilmada la nación. Los nuevos ricos de Rusia
dejaron enseguida a sus colegas de Sicilia convertidos en meros
aficionados y no dudaron en venirse a la otra Europa, a la occidental,
para deslumbrarnos haciendo ostentación de sus mansiones, sus yates y
sus equipos de fútbol. La solución a estos desmadres, con el paso al
tercer milenio, no fue otra que la del retorno a los gobiernos de "mano
dura": al tándem Putin-Medvédev que para lo que quiere adopta la
estética de los zares y se rodea de sacerdotes ortodoxos, y para lo que
quiere hace ondear las banderas rojas de la URSS. Las chaquetas se
cambian impunemente según conviene.
En los países antaño sometidos al yugo moscovita la situación es
similar. En Rumanía la corrupción está tan generalizada que se ha
extendido de manera visible a los países que tienen colonias rumanas
entre sus residentes: desde los grandes mafiosos de la droga a las
pequeñas bandas que controlan la mendicidad callejera en los barrios.
¿Merece Cuba acabar así?. No.
En segundo lugar, Cuba no puede acabar siendo otro México. Desde los
años 60, los Estados Unidos han mantenido un gran temor a que de Cuba
llegaran agresiones de tipo militar, ya fuera con los misiles de
Kruschev, ya fuera con los MiG-29 de Fidel, hoy casi todos averiados
pero que en tiempos fueron una de las fuerzas aéreas más poderosas de
las Américas. Sin embargo, el mayor peligro que puede temer Washington
de Cuba ya no vendrá de generales de uniforme, sino de que se le pueda
instalar en sus fronteras otro narcoestado como México que desestabilice
su seguridad ciudadana... México: gran país de oportunidades perdidas.
En el siglo XX se atisbaba que podría representar el rol de "potencia
emergente" que hoy ocupa, por ejemplo, el Brasil. Sin embargo, el
endémico problema de la corrupción le ha llevado a tener a varios de sus
estados, sobre todo los del Norte, convertidos en una especie de
Afganistán donde la vida de las personas no vale ni un centavo.
Un hundimiento del estado cubano al morir Fidel tendría ese nuevo
riesgo: el de la conversión de la autoridad pública en un mero símbolo
sin poder, y la deriva hacia una era de corrupción despiadada, ya sea
con cárteles de la droga al estilo Colombia o México, ya sea con
oligarcas a la rusa, ya sea con el retorno de las antiguas mafias de la
propia Cuba, expulsadas por Fidel en 1959, que eran aliadas de los
gángsteres de los EE.UU. como Meyer Lansky. ¿Merece Cuba acabar de estas
maneras?. Claramente no. Tras haber sido una colonia de España, luego de
Norteamérica, luego de la URSS y finalmente de la familia Castro, ha
llegado la hora de que Cuba tenga de una vez unas estructuras políticas
propias, no sometidas a otros estados, pero tampoco a neofeudalismos
privados de ningún tipo.
Hay dos buitres que llevan tiempo planeando sobre la isla para hacerse
con los despojos que deje el castrismo. Uno, claramente es el Vaticano,
que quiere abrir una cabeza de puente en lo espiritual antes de que lo
hagan las iglesias protestantes, muy activas últimamente en América
Latina. Otro es la República Popular China, que aspira a implantar otro
de sus protectorados imperiales, como lleva haciendo desde hace años con
el saqueo silencioso de África.
La era de la Revolución Castrista, que ha durado medio siglo, ya es
pasado. Deberá ser juzgada por la Historia con sus aciertos y con sus
errores. La Cuba de Fidel no ha sido un país democrático. Tampoco se le
dejó esa opción: tuvo que aliarse con la URSS para no ser devorada por
el otro imperio. Ahora toca mirar hacia el F-U-T-U-R-O, así, con
mayúsculas, y desde luego, una posible Cuba del año 2015 donde reine una
banda de gángsteres, donde la televisión se halle plagada de
telepredicadores y donde los jóvenes del país no tengan otra oportunidad
que emigrar o ser explotados en call-centers como mano de obra barata al
servicio de empresas chinas, es cualquier cosa menos futuro.
¿Por dónde pasa el futuro?. Por que sobreviva algo de Estado en Cuba.
Desmantelar el Régimen, sí, pues es una herencia de la Guerra Fría que
ha quedado obsoletísima. Pero no caer en la tentación de desmantelar el
Estado.
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