El Papa Francisco y el debate sobre los pobres
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 27 Jun 2015 - 11:54 am.
Existen figuras católicas y luteranas que, con las mismas razones
teológicas del Papa, arriban a conclusiones contrarias.
Su Santidad está intensamente preocupado por el bienestar de los pobres
y por la salud del planeta. En poco tiempo ha proclamado dos encíclicas
para enfrentarse al tema: Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) y
Laudato Si (Loado Sea).
La participación de la Iglesia en este asunto es legítima, al menos
desde su perspectiva. El Papa, como buen creyente, suscribe la hipótesis
creacionista. Su Dios, supone, creó el mundo —todo lo que existe—, como
les reveló la Biblia en el Génesis, y con él a una criatura muy
especial, el hombre, que tiene la responsabilidad de administrar la
Creación. Por lo tanto, el bienestar de los seres humanos y la salud del
planeta le atañen, especialmente a una persona convencida de ser el
representante de Dios en la Tierra.
En general, la visión de Francisco es la de alguien que rechaza el
mercado y sospecha de las virtudes de la propiedad privada, o lo
subordina todo a un inasible bien común, como sostiene la Doctrina
Social de la Iglesia, un curioso cuerpo doctrinario, a veces
contradictorio, en el que se trenzan los planteamientos económicos, los
dogmas religiosos y los juicios morales.
El papa argentino, afortunadamente, no es el único teólogo católico que
tiene esas preocupaciones. El sacerdote Robert A. Sirico, que es,
además, economista, y pasó las calenturas socialistas en su juventud, de
las que consiguió curarse, hace 25 años fundó en Michigan el Acton
Institute of Religion and Liberty para explicar cómo el mercado, la
propiedad privada y la libertad son mucho más eficientes para combatir
la pobreza y mantener los equilibrios ecológicos que las decisiones de
los comisarios o la buena voluntad de los obispos.
Invito a los lectores a que entren en la página web del Acton Institute,
contrasten la encíclica Loado Sea con la crítica que ahí se le hace, y
lleguen a sus propias conclusiones. El papa Francisco es una persona
carismática y bien intencionada, pero esos rasgos de su personalidad no
le conceden una especial verosimilitud a sus opiniones sobre el
desarrollo. Si Sirico, como creo, tiene razón, los criterios del Papa,
en general, resultan contraproducentes.
Pero hay otros cristianos que participan en el debate. Los luteranos
también se lo toman muy en serio e invocan las mismas razones teológicas
que Francisco, pero arriban a conclusiones contrarias.
En abril, pocas semanas antes de la encíclica del Papa sobre el cambio
climático, más de un centenar de científicos, teólogos y profesores
universitarios vinculados al luteranismo, le dirigieron al Papa una
carta abierta advirtiéndole que los combustibles nucleares y fósiles
—petróleo, carbón—, la propiedad privada, el comercio libre, el Estado
de Derecho y los gobiernos limitados habían logrado rescatar de la
pobreza a millones de personas que podían volver a ella si se aceptaba
como ciencia las opiniones para ellos caprichosas y equivocadas de
algunos ecologistas embriagados por el estatismo.
Los lectores interesados en conocer los argumentos de la carta abierta y
la impresionante lista de firmantes pueden acceder al documento en el
sitio Cornwall Alliance for the Stewardship of Creation.
Una observación final: el Papa y muchos de sus seguidores participan de
una gran contradicción en el terreno económico cuando predican al mismo
tiempo las virtudes del ascetismo y la frugalidad y la necesidad de
rescatar de la pobreza a cientos de millones de personas.
La pobreza material es la consecuencia del no-consumo. Los pobres
carecen de todo: desde agua potable hasta de un techo decente, pasando
por medicinas, ropa y alimentación adecuadas, transporte y comunicaciones.
Para que abandonen la pobreza hay que convertirlos en consumidores
progresivos. Una sociedad productiva solo puede crecer si genera
incesantemente más bienes y servicios para un número mayor de personas,
empleando proporcionalmente menos recursos. Si se detiene ese ciclo
sobrevienen el desempleo y la miseria.
Carece de sentido condenar a los alemanes por vivir opulentamente y
censurarlos porque hay millones de personas que viven mucho más
miserablemente que ellos y se sienten con derecho a emularlos. Lo mismo
puede decirse de los norteamericanos o de los daneses.
¿Cuánto es suficiente? Depende de cada individuo. El valenciano Rodrigo
Borja, que fue papa con el nombre de Alejandro VI, era el cardenal más
rico de su tiempo (y el que más hijos tuvo). Benedicto XVI se sentía
bien en los mejores aposentos del Vaticano. A Francisco I, en cambio, le
basta una habitación mucho más modesta en una especie de hotel en el que
pernocta.
Un papa capaz de reconocer paladinamente que no era nadie para juzgar
las preferencias sexuales de sus prójimos, puede entender que tampoco es
nadie para decidir cuáles autos o cuántos metros de vivienda son
moralmente justificables. Eso pertenece al ámbito de la subjetividad
individual y de la definición personal de lo que es necesario,
confortable o lujoso. ¿Quién es él para decirles a los demás lo que
pueden o deben consumir? Aceptar esa limitación humildemente acaso sea
una de sus mayores virtudes.
Source: El Papa Francisco y el debate sobre los pobres | Diario de Cuba
- http://www.diariodecuba.com/internacional/1435402461_15384.html
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