La Cuba de Obama y sus descontentos
La gran pregunta acerca de la caída del comunismo es quien gobierna
después, porque la anarquía es peor que su perpetuación
HÉCTOR E. SCHAMIS 28 JUN 2015 - 02:10 CEST
Es el retrato consumado de un fracaso. En vigencia desde 1960 y
concebido para derrocar a Castro, el embargo en realidad ha sido el
activo más valioso del régimen, su arma discursiva predilecta. Durante
más de medio siglo, todo ha tenido justificación en el "bloqueo" del
imperio y su inminente ataque desde tan solo noventa millas. Y allí
siguen los Castro, por supuesto, sobrevivientes de eras geológicas.
Pragmático, el gobierno de Obama piensa en algo diferente mientras lo
hace: normalizar relaciones, promover negocios y levantar el
embargo—para lo cual necesita el Congreso—en la convicción que a los
cambios económicos les seguirán los políticos. El futuro es una
hipótesis plagada de incertidumbres, pero la certeza en la inutilidad de
lo anterior ha sido suficiente para echarse a andar.
La decisión refleja más de dos décadas de historia. De hecho, una buena
parte del mundo corporativo estadounidense ya reclamaba el fin del
embargo en los noventa. Mientras europeos y canadienses obtenían grandes
contratos, sobre todo en el sector turismo, las compañías americanas
quedaban excluidas. El mismo Donald Trump que hoy ofende a los mexicanos
había calificado al pueblo cubano de "grandioso". Ofreció entonces
ayudarlo, construyendo "un Taj Mahal en La Habana", tal vez una réplica
de su gigantesco hotel y casino de Atlantic City. Habría sido un
perfecto déjà vu prerrevolucionario.
Iniciado hoy el camino del capitalismo, no obstante se escuchan los
descontentos a ambos lados del estrecho de la Florida. Recriminan a
Obama haber sido muy ingenuo, sino deslealmente hipócrita, al conceder
beneficios económicos a los Castro a cambio de nada. Es el caso de
varias voces Republicanas en el Congreso, quienes tienen muy presentes
las violaciones a los derechos humanos en Cuba, más presentes que las de
su propio país. Es también el sentir de grupos disidentes en la Isla.
Enfatizan que la represión contra los opositores se ha intensificado
desde el deshielo de diciembre y que aún quedan presos políticos. Si no
es hipocresía, Obama seria culpable de un doble rasero.
El mismo Donald Trump que hoy ofende a los mexicanos había calificado al
pueblocubano de "grandioso". Ofreció entonces ayudarlo, construyendo "un
Taj Mahal en La Habana", tal vez una réplica de su gigantesco hotel y
casino de Atlantic City.
La coincidencia no pasa desapercibida. En el caso del Partido
Republicano se explica por su propia desorientación. El otrora
pragmático partido de los grandes negocios es cada vez más un partido de
ideología y electoralismo de corto plazo. Sus incentivos son la
protección de sus distritos, socialmente homogéneos, culturalmente
uniformes e ideológicamente dogmáticos, atributos que suben a la
superficie en temas tan variados como la inmigración, el matrimonio
igualitario…o la transición cubana. Su base social es el anti comunismo
puro y duro, que además es viejo. Es una lectura del mundo hacia atrás,
no hacia adelante. Ignora hasta el cambio demográfico en la propia
comunidad cubano-americana, donde cuanto más jóvenes son, más apoyan la
estrategia de Obama. No saben que, para esos jóvenes, Castro y Napoleón
pertenecen al mismo lugar: los libros de historia.
En el caso de los disidentes cubanos, la explicación quizás tenga que
ver con los patrones culturales de vivir bajo el estalinismo. En el
socialismo de Estado, la desmovilización de la sociedad no se explica
solo por la coerción. También ocurre porque un régimen donde las
soluciones—y los problemas—siempre fluyen de arriba hacia abajo,
necesariamente produce pasividad. Parecería que el oculto deseo es que
ahora sea Obama, no desde arriba sino desde afuera, quien resuelva el
problema por su cuenta. Seria ficticio y erróneo, sin mencionar que se
parecería mucho a los viejos tiempos. La baja densidad de la sociedad
civil y su capilaridad de poca profundidad, ergo su incapacidad actual
de organizarse en partidos políticos, sugieren la conveniencia de la
cautela.
Si la experiencia post-comunista europea sirviera de ilustración, los
contrastes con Cuba darían para pensar. En Hungría, por ejemplo, la
primera revuelta popular ocurrió en 1956, y el régimen respondió con
reformas de mercado, creando un proto sector privado que contribuyó a la
sociedad civil. En Checoslovaquia, la revuelta ocurrió en 1968 y, si
bien fue masacrada en las calles de Praga, el mundo subterráneo de las
artes y las letras se mantuvo vibrante desde entonces. En Polonia, la
capacidad de acción colectiva de Solidaridad fue inigualable, un
movimiento que desde el comienzo arrinconó al régimen y que fue un
embrión de partido político para el post-comunismo.
En los tres casos, cuando Moscú abandonó el terreno ya existía una
sociedad civil en el sentido estricto del término, autónoma y diversa.
Ello además de líderes, organizaciones, programas y capacidades aptas
para gobernar, es decir, para hacerse cargo del Estado, incluyendo la
construcción de uno nuevo como en Eslovaquia y la Republica Checa. Esa
no parece ser la realidad de la Cuba de hoy. La gran pregunta acerca de
la caída del comunismo es quien gobierna después, porque la anarquía es
peor que su perpetuación.
El gradualismo de Obama, primero el capitalismo y luego la democracia,
refleja exactamente eso. Tampoco es una gran heterodoxia teórica ni
histórica. El capitalismo es, después de todo, condición necesaria,
aunque no suficiente, para la democracia. El mercado es un espacio de
socialización que alienta la iniciativa, la creatividad y la toma de
riesgo, la receta de la prosperidad. Esto a su vez genera un umbral de
pluralismo—de intereses e identidades colectivas—que contribuyen a una
sociedad civil diversa, mejor equipada para la democracia.
En definitiva, como dijo Barrington Moore, "sin burguesía no hay
democracia". Tal vez Obama se esté ocupando de la burguesía, dejándoles
a los cubanos el otro término de la ecuación. Claro que para ello hace
falta tiempo. La democracia es una carrera de fondo, no un sprint de
cien metros. Debe recordarse, además, que el régimen castrista comenzó
hace más de 55 años y el deshielo tiene apenas seis meses. La gran
revolución democrático-burguesa cubana no ocurrirá de la noche a la
mañana. También hará falta tener paciencia.
Twitter @hectorschamis
Source: La Cuba de Obama y sus descontentos | Internacional | EL PAÍS -
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/06/28/actualidad/1435448895_462937.html
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