Tuesday, September 9, 2014

La reconstrucción del cubano

La reconstrucción del cubano
Un estudio necesario y a la vez imposible
Alejandro Armengol, Miami | 09/09/2014 2:38 pm

Mientras abundan los estudios y conferencias sobre la reconstrucción de
la Cuba poscastrista, poco se ha profundizado en esta transformación
desde la óptica del individuo.
Enfrentar el estudio urgente sobre los medios que posibiliten los
cambios, para que el cubano devenga en un individuo capaz de enfrentar
los retos y beneficios de un Estado democrático y una sociedad civil, es
tan apremiante como discutir las bases económicas y políticas de la
nación del futuro.
Llevar a cabo este proceso desde dentro del régimen actual en Cuba
resulta imposible. Aunque son meritorios los esfuerzos en el intento de
establecer las bases de una sociedad civil, en la situación que vive la
Isla, se muestran en gran medida no solo limitados sino utópicos. No se
creó una sociedad civil en la Alemania nazi, en la Italia fascista o en
la Unión Soviética comunista. Eso vino después. Puede parecer exagerada
la comparación para algunos —y en parte lo es si se apunta a la
situación de guerra en marcha de esas naciones europeas, o de la guerra
fría posterior en caso de URSS—, pero al analizar las características de
un sistema totalitario, las diferencias desaparecen. Hablar del
establecimiento de formas, grupos e instituciones civiles verdaderamente
independientes del Estado —y no necesariamente en conflicto frontal con
el gobierno— en la Cuba actual es tan inverosímil como intentar lo mismo
en Corea del Norte.
Lo anterior no impide el estudio del lento e inevitable proceso
evolutivo hacia ese fin, que en el caso cubano tiene la característica
peculiar del desarrollo de una frontera cada vez más porosa entre la
Isla y esa contrapartida que constituye Miami.
Aquí, a diferencia de Corea del Norte y Corea del Sur, no se puede
hablar de una nación de origen separada en dos Estados, sino de un país
cada vez más deteriorado y un refugio instaurado en otra república a la
vez cercana y diferente (en última y primera instancia, los exiliados
cubanos en Miami se rigen por las leyes de Estados Unidos).
Más allá de la semejanza en el hecho de que Corea del Sur ayuda
económicamente —de forma directa e indirecta— a impedir que los
norcoreanos estén peor y pasen más hambre y miseria, con los años se ha
establecido una mayor aproximación entre los cubanos de aquí y allá, que
a diario trasciende en forma creciente las diferencias o los postulados
ideológicos y políticos —por otra parte cada vez más caducos en cuanto a
las posiciones extremas— de ambas partes. En este sentido, los intentos
de establecer las bases de "una Cuba del futuro", y mucho menos de un
gobierno del mañana para Cuba, en Miami son tan absurdos —y con el
tiempo han sido tan abandonados que hoy se limitan a referencias
chistosas— como el pretexto de "plaza sitiada" que aún se escucha en la
Plaza de la Revolución.
Los nuevos exiliados
Los cubanos han evolucionado en dos grupos, con diferencias y semejanzas
significativas a lo largo de 55 años: un grupo —la mayoría— ha
permanecido en el país. Otro ha creado una nueva forma de vida en el exilio.
Desde hace años, La Habana viene repitiendo que los exiliados abandonan
Cuba por motivos económicos. El argumento ha encontrado eco en Miami.
También aquí se proclama a diario que quienes han llegado en los últimos
años lo hacen en busca de una mejor vida y no por razones ideológicas.
Por esa paradoja que siempre crea la convergencia de los extremos, se
alza ahora un discurso repetido en ambas costas, que proclama el
surgimiento de una inmigración solo interesada en el bienestar y no en
un ideal de libertad.
Hay parte de verdad en dicha afirmación, en cuanto a la tendencia
creciente por parte de los nuevos exiliados de una "politización", de la
cual llegan cansados de oír, y la priorización de los valores familiares
o el no romper con los vínculos personales anteriores, e incluso las
costumbres, a que se vieron obligados quienes llegaron fundamentalmente
antes de la década de 1990. Pero también persisten diferencias que se
mantienen aunque en la conducta cotidiana se pasen por alto o prefiera
colocar a un lado. Esto podría definirse de forma simple en el hecho de
que se vuelve pero no se regresa. Quienes lo hacen y trasciende —como en
el caso de algún que otro músico— es precisamente la singularidad lo que
convierte al suceso en noticia.
La diferencia más significativa entre los de aquí y allá es que quienes
han emigrado a EEUU y otros países habitan en lugares donde rige un
sistema capitalista, de libre comercio y gobierno democrático. Los que
por voluntad o causas ajenas han permanecido en Cuba se ven obligados a
regirse por las circunstancias imperantes en una sociedad totalitaria de
corte comunista —aunque en la práctica esta nominación ideológica ha
evolucionado, y el sistema imperante es la fachada de un sistema solo
preocupado en sobrevivir a cualquier precio.
Más allá de poder expresarse libremente en el capitalismo —por lo
general sin muchas consecuencias— y la censura generalizada en un
sistema que aún se empecina en llamarse socialista, lo que actúa con
mayor fuerza sobre el individuo es el sentimiento de incapacidad para
regir su vida.
"Válvula de escape"
De momento, el éxodo continúa siendo la válvula de escape preferida por
quieres residen en la Isla. Ni el aumento de viajes y envíos, ni tampoco
la nueva ley migratoria, han puesto fin a la salida de cubanos en
embarcaciones ni por otras vías, consideradas ilegales tanto por La
Habana como otros gobiernos, salvo en los casos de excepcionalidad que
aún contempla la norma de "pies secos/pies mojados".
Por otra parte, irse de Cuba, en la mayor parte de los casos, ya no es
contemplado por el régimen como un desafío, sino sencillamente como un
asunto familiar o personal.
Sin embargo, esta actitud de tratar el proceso migratorio bajo una
óptica familiar, y por lo tanto despolitizada, cumple precisamente… un
objetivo político.
En realidad el gobierno cubano lo que busca es obtener una ganancia
doble: recibir ingresos a través de los que se establecen en el
extranjero pero continúan ayudando a los parientes que dejaron atrás y
aumentar la válvula de escape social y político. Al igual que La Habana,
Washington actúa de acuerdo a sus interese nacionales: mantener una
estabilidad social y política forzada a 90 millas de sus costas, sin
buscarse un problema adicional. Eso pesa más que cualquier declaración a
favor de la democracia en la Isla.
Durante muchos años la política migratoria ha sido utilizada como un
instrumento político, por parte de EEUU y Cuba, y esto no ha cambiado.
Ello ha beneficiado a muchos cubanos, pero no sin pagar un precio al
respecto. La Habana y Washington siempre han ofrecido diversas
respuestas frente al fenómeno de los inmigrantes cubanos. Dos países
disímiles unidos por un problema común, mientras miles de desesperados
continúan buscando un destino mejor. Por supuesto que no se debe
condenar a nadie que intente mejorar su vida, sobre todo si uno hizo lo
mismo antes.
Es en el país de origen donde se está produciendo un daño cada vez
mayor, desde el punto de vista de su independencia futura, no solo
política sino también social. El peligro de desintegración, caos y
violencia que pesa cada vez con más fuerza en la sociedad cubana
Escenario volátil
Lo que se ha estado fraguando durante los últimos años en Cuba es un
escenario extremadamente volátil, que hasta ahora el gobierno de la Isla
ha logrado controlar con represión y promesas.
Pese a ser generalizada, la represión se manifiesta de forma más visible
contra la disidencia. El régimen aún cuenta con la capacidad de mantener
fragmentada no solo a la disidencia ―ello no es noticia desde hace años―
sino en lograr que las pequeñas protestas y actos de desacato que
ocurren a diario no alcancen una dimensión mayor. Ni la disidencia guía
o logra aglutinar el sentimiento de descontento nacional ni el gobierno
ha logrado grandes avances en un programa destinado a paliar en alguna
medida la pobreza imperante. En este sentido, hay más bien un
estancamiento, tanto en la oposición como en el gobierno, cuyas reformas
avanzan tan lentamente que simplemente puede decirse que están detenidas.
Todo ello lleva a un aumento de las posibilidades de un estallido
social. De producirse esta fragmentación violenta ―y con independencia
del resultado de la misma― el uso del caos y la fuerza como solución de
los problemas se convertiría en un patrón de conducta adoptado por una
parte de la población de la Isla, que limitaría o impediría el avance
social, al igual que ocurre actualmente en Haití. La manipulación
dejaría de estar institucionalizada, como ocurre ahora, y se convertiría
en tarea en manos de pequeños matones, demagogos y politiqueros de esquina.
En caso de ocurrir un estallido social ―y hay que repetir que las
condiciones de la realidad cubana se asemejan mucho a una caldera que
cada vez adquiere una mayor presión― la gente no va a lanzarse a la
calle pidiendo libertades políticas —ya ese momento pasó—, sino
expresando sus frustraciones sociales y económicas.
Desde el punto de vista económico —y contrario a lo que podría
pensarse—, un agravamiento general de la situación económica no tiene
que ser necesariamente el detonante de protestas más o menos
generalizadas. Son las diferencias sociales, que se intensifican a
diario, las que pueden prenden la mecha.
Pese a las limitaciones extremas que han caracterizado a su labor
―determinadas en primer lugar por la fuerte represión que enfrenta― la
disidencia se ha caracterizado no solo por alertar, sino por hacer todo
lo posible para evitar que se llegue a esa situación caótica, tras la
cual será muy difícil llevar a cabo esa tarea de reconstrucción del
carácter del cubano, mientras que el gobierno de los hermanos Castro
está empeñado en dejar solo el caos tras su desaparición.
A diario siguen aumentando las demostraciones que evidencian que una
parte de la población cubana está dispuesta a realizar actos violentos
―o no sabe controlar sus pasiones e instintos― y reacciona ante los
estímulos más simples. Ese es el sector de la población que se presta a
participar en actos de repudio, donde son guiados y controlados por un
grupo de agentes represivos. Es decir, no alcanzan siquiera el grado de
profesionales de la violencia: son simplemente matones de ocasión.
En un futuro más o menos inmediato, tras la desaparición de los Castro,
de este estrato de la población cubana saldrán los pandilleros,
extorsionistas, abusadores y hasta asesinos que servirían para suplir la
demanda de delincuentes y personas violentas a ser empleadas por los
diversos grupos dedicados a las actividades ilegales que ya florezcan en
la Isla.
No es el aumento de hechos delictivos el único peligro que acecha
respecto a estos seres sin escrúpulos que en la actualidad encuentran
satisfacción y provecho en participar en los actos de represión.
El problema principal es la existencia de un grupo poblacional
acostumbrado a vivir bajo un régimen totalitario, que de pronto va a
encontrarse incapaz de vivir en libertad, con las responsabilidades que
este hecho atañe. Esos que golpean hoy serán los inadaptados de mañana.
Conocer mejor cómo piensan y actúan las personas que por demasiado
tiempo han sobrevivido en un país en ruinas abarca un universo más
amplio que las discusiones políticas. Estudiar los patrones de conducta
adoptados por una parte de la población de la Isla, que en el futuro
limitaría o impediría el avance social, va más allá de la anécdota, la
crónica de momento o el reportaje de lo que falta en la Isla. Por
supuesto que no es una tarea fácil y que prácticamente no existen los
medios para llevar a cabo esos estudios. Ello no debe de impedir la
llamada de alerta y la preocupación constante.

Source: La reconstrucción del cubano - Artículos - Cuba - Cuba Encuentro
-
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/la-reconstruccion-del-cubano-320146

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