Berta Soler, Vigilia Mambisa, el dinero y los viajes
Publicado 04/30/2013 por Alejandro Armengol
Berta Soler pidió el lunes que se mantengan el embargo comercial y los
límites a los estadounidenses para viajar a la isla, hasta que el
gobierno de Raúl Castro "reconozca los derechos humanos", de acuerdo a
una nota publicada en El Nuevo Herald.
Al menos hay dos aspectos que vale la pena destacar en esta declaración.
Uno es ese llamado a limitar los viajes a la isla, de parte de una
persona que se ha beneficiado de una disminución notable de las
restricciones a los cubanos para visitar otros países. Es cierto que en
el caso de Cuba sus ciudadanos no tienen una libertad completa para
entrar y salir del país —y que también a los residentes en el exterior
se les obliga a obtener un pasaporte cubano, pese a tener otra
nacionalidad en casi todos los casos—, pero los límites existentes no
implican que no se haya producido un avance relativo, respecto al cierre
a las salidas que existía con anterioridad.
Si se trata de aprovechar el hecho de que el Gobierno cubano ha aliviado
las restricciones migratorias, el énfasis no debe hacerse en imponer o
mantener las limitaciones impuestas por Washington.
El segundo aspecto que llama la atención es que se trata de una
declaración política, no una denuncia específica de violaciones sino un
apoyo a una política propugnada por un sector del exilio de Miami. Para
ello, la única justificación esgrimida a favor del embargo y las
restricciones de los viajes es que el régimen de Raúl Castro no reconoce
los derechos humanos. Aunque la afirmación es válida, formularla con tal
amplitud deja un amplio margen —demasiado amplio— para quien la formula.
En este caso, casi cualquier país del mundo, comenzando por Estados
Unidos, puede ser acusado de no "reconocer" los derechos humanos.
En el caso de Berta Soler, desde su llegada a Estados Unidos ha sido muy
clara en identificarse con el grupo más reaccionario del exilio cubano
en Miami, y reafirmar algunas de las exigencias fundamentales de ese
exilio, como el mantenimiento del embargo y la prohibición del turismo
estadounidense a la isla. No resulta gratuito que un grupo extremista de
esta ciudad —su vocación por el ridículo no impide que representen lo
más retrógrado de la comunidad exiliada— buscó acercarse a ella durante
el acto en Coral Gables. Por supuesto que la representante de las Damas
de Blanco no es culpable de que dicho grupo buscara "robar cámara", pero
no deja de llamar la atención el contraste que el grupo estableció entre
la cercanía con Soler y el repudio ante Yoani Sánchez. Las afinidades
electivas no nacen en un solo lado.
Uno de los problemas con este énfasis es que se entra en el terreno de
las formulaciones políticas amplias —podría decirse que vagas— que no es
un terreno propicio para hacer avanzar una agenda específica de lucha
contra la represión. En este sentido, hablar de que los cambios que
lleva a cabo el gobierno cubano son solo "cosméticos" no es más que una
manera fácil de expresar una verdad a medias: si por una parte los
cambios no son tan amplios y rápidos como muchos quieren, y por la otra
a veces se deben a presiones creadas por circunstancias específicas,
nada de lo anterior impide el señalar que en la actualidad la situación
cubana no es la misma que hace apenas unos meses. De lo contrario, Soler
no estaría visitando Europa y Estados Unidos.
El contrastar la situación actual con la existente antes de la llegada
de Raúl Castro a la presidencia especifica algunos de los problemas que
en la actualidad enfrentan no solo las Damas de Blanco sino la
disidencia en general: ¿cómo mantener la afirmación de un avance en la
lucha por la democracia cuando en realidad la pauta la sigue marcando el
gobierno cubano, y los viajes al exterior de los opositores son un
ejemplo de ello?, ¿cómo mantener vigente una organización que ya cumplió
el objetivo para el cual fue creada? y ¿cómo proclamar independencia
cuando se apoya públicamente una agenda acorde no solo a un sector del
exilio, sino a la representación de este en las esferas del poder
estadounidense? Todo esto puede resumirse en la enorme discrepancia
entre objetivos y resultados, que en gran parte se explica por la
represión imperante en la isla, pero que también presenta una zona menos
fácil de justificar, en que los fines se convierten en medios y las
personalidades compiten entre ellas.
En el caso específico de las Damas de Blanca, el grupo nació con un
objetivo muy preciso: mujeres luchando por la salida de prisión de sus
familiares encarcelados injustamente. Este objetivo se cumplió. En su
dimensión doméstica, se encarnaba en parte la fuerza de la organización,
pero también sus limitaciones. Demostraron coraje al enfrentarse a las
turbas organizadas por el régimen, aún lo siguen demostrando, pero esta
valentía estaba en función de lograr una meta justa y concreta. No
quiere esto decir que se le niegue la razón de existir a las Damas de
Blanca, pero en este caso el grupo debe adquirir una proyección mayor y
no limitarse a las acciones por las que se dieron a conocer, ya que esta
es la única forma de librarse de la sospecha de vivir de glorias pasadas.
Hay también un factor que siempre estuvo muy claro en la primera etapa
de las Damas de Blanco, y que la líder fallecida Laura Pollán siempre
dejaba en claro: no eran un grupo político ni respondían a una agenda
política. Declaraciones como las que ha venido realizando Berta Soler
desde su salida de Cuba no contribuyen a esta imagen de un grupo
empeñado en la lucha a favor de los derechos humanos y no en la política.
De una dependencia excesiva a lo que ocurre en Estados Unidos se salva
buena parte de la oposición pacífica cubana más joven. No es el caso de
Berta Soler. Su petición de "mano dura" con el gobierno cubano está
dirigida fundamentalmente a Washington, pero muchos estadounidenses
podrían preguntarse si el pueblo cubano en general adopta dicha
política. Al igual que también tienen su derecho a dejar a cada cual,
dentro de Estados Unidos, la opción de viajar a la isla, y asumirla como
un derecho natural a viajar y no una norma impuesta por un gobierno,
republicano o demócrata. Cuando Soler hace una distinción entre
visitantes cubanoamericanos, que "por lo menos llevan algún dinero y
otros beneficios a sus familiares" y viajeros estadounidense que "gastan
la mayor parte de su dinero en hoteles y sitios turísticos propiedad del
Estado" está incursionando en un terreno que no le pertenece. Los
necesarios y justos reclamos a la democracia en Cuba son un problema que
toca fundamentalmente a los cubanos, no a los extranjeros. Se puede
solicitar solidaridad, pero eso de apoyar restricciones a simples
ciudadanos de otro país, cuando al mismo tiempo se proclama el estar a
favor de eliminar las existentes en el propio, no muestra mucha
consecuencia o indica una afinidad que además de política da la
impresión que responde a otros intereses.
Hay que agradecer a Berta Soler el ser muy clara en sus planteamientos.
De acuerdo a un video divulgado por martinoticias.com, en Estados Unidos
ha solicitado zapatos y ropa para la disidencia. También, en una
comparación no muy afortunada, ha dicho que tanto Martí como Fidel
Castro recibieron ayuda del exterior. Lo que olvidó fue que en los dos
ejemplos que menciona la ayuda se recaudó en su mayor parte entre la
comunidad exiliada cubana. Al contrario de lo que ocurre en la
actualidad, ya que desde hace décadas la ayuda a la oposición pacífica
cubana proviene del gobierno de Estados Unidos. No hay que demonizar
tampoco esa ayuda, y los opositores en la isla no son una excepción,
dentro de la amplia gama internacional de grupos que se benefician en
igual sentido, pero aquí de nuevo surge la cuestión de los resultados
tan limitados a lo largo de lo que ya son décadas. Si en el exilio se
sebe contribuir a la alimentación, vestido y calzado de una oposición
que no encuentra posibilidad de trabajar en la isla, el realizar este
welfare con fondos de los contribuyentes estadounidenses ya es otra
cuestión.
http://armengol.blogspot.fr/2013/04/berta-soler-el-dinero-y-los-viajes_29.html
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