El castrismo cultural (Primera parte)
¿Qué es el castrismo cultural? El castrismo cultural lo defino como la
matriz de rasgos de comportamiento, mentalidad, visión y estilos de
vida que, conectados con su origen en la Galicia rural, entra como uno
de los torrentes formativos de la nacionalidad cubana, se reestructura
con elementos de la tradición hispánica medieval y se petrifica, sin
fluir, en medio del proceso mismo de formación de nuestra nacionalidad.
La historiografía cubana es vasta en todos los campos tradicionales del
quehacer y pensar históricos. Sus debilidades están centradas, sin
embargo, en la historia social, en la historia de las mentalidades y en
los estudios culturales. Esto no es casual. Dado el peso que tuvo en
Cuba la tradición estatista en el flujo social y cultural, a diferencia
de otros lugares, la nación y la nacionalidad han sido miradas siempre
desde los puntos de vista de la guerra, la política y el Estado. También
desde la economía. No obstante, la idea de que sin azúcar no había país
refleja más bien la visión de una clase que sabía que su poder de
inserción mundial dependía de la economía, que la de una visión y una
conciencia de lo que podía ser la nación.
Esta se intenta construir desde la política y desde el Estado, a ratos
desde la estética poética, en contraposición estructural con el país de
la economía. Pero el elemento fundamental desde el cual se estructura
una nación: el elemento cultural, nunca ha sido objeto de análisis de
rango. En ese sentido la historiografía cubana ha seguido el curso de la
narrativa del poder y no se ha proyectado a una imaginación estratégica
sobre la nación. Algo que no puede hacerse descontando los valores
culturales. Como se sabe hoy con mayor claridad, y como lo demuestra la
existencia misma del castrismo, la cultura es lo que importa en términos
de qué pautas estructuran una sociedad.
Sin embargo, si es cierto que sin economía no hay país, es más exacto
todavía el axioma de que sin cultura compartida no hay nación.
Entendiendo, claro está, que país y nación no son la misma cosa. Y el
castrismo cultural es exactamente la hegemonía de uno de los torrentes
culturales de la nación, no precisamente el más actualizado ni dinámico,
pero sí el más agresivo, sobre el resto de los torrentes o componentes
que venían dando entidad a la nacionalidad cultural de Cuba. Diría más:
el castrismo cultural —como resumen de una tradición— estaba a punto
de diluirse justo en el momento en el que logra detener ese difícil
proceso de conformación de la Cuba cultural. La síntesis de ese proceso
en el ámbito literario la expresaba muy bien Virgilio Piñera. Pero el
triunfo del castrismo cultural tiene su correlato, a pesar de las
contradicciones, en el triunfo de otro movimiento literario: el
origenismo ―con su preeminencia católica―, en la versión
"revolucionaria" de Cintio Vitier.
En la década del 50 del siglo pasado, cuando este proceso de la nación
cultural está a punto de cuajar, e incluso cuando ya la burguesía cubana
se da cuenta que es importante ser nacionalista, aparece con fuerza
hegemónica el castrismo cultural: la versión menos cubana de la
hispanidad gallega.
De hecho y en rigor antropológico, el castrismo no es cubano. Quien lee
detenidamente el libro Todo el tiempo de los cedros, esa mezcla de
hagiografía y patrística sobre Fidel Castro escrita por la periodista
cubana Katiuska Blanco, tendrá la excelente ocasión de analizar un
típico texto de antropología involuntaria. Lancara, la unidad
territorial de la Galicia interior que da inicio a la saga, está más
cercana a ciertos espacios de Birán en el oriente cubano, de lo que
podría estar Birán de Santiago de Cuba en términos culturales.
Ciertamente haber nacido en Cuba en la década del 20 del siglo pasado, y
haberse formado en los contextos culturales propios de los años 30 y 40
no garantiza la nacionalidad cubana entendida como cultura. Sin duda
alguna se es francés o alemán si se nace en la misma época en los
respectivos países, pero no se es cubano necesariamente —reitero:
entendida la cubanidad como cultura— si se nace en Cuba en 1926. El
flujo de inmigración a Cuba de la época retarda el proceso endógeno de
cimentación cultural y pasma abruptamente el ajiaco del que mucho
escribió el etnólogo cubano Fernando Ortiz.
De modo que el castrismo cultural triunfa en 1959 y tiene que hacerlo de
manera hegemónica y arrolladora para sobrevivir. Y su hegemonía provoca
un desplazamiento histórico sin precedentes en el núcleo cultural
diverso sobre el que Cuba viene conformando trabajosamente su nacionalidad.
¿Cuáles son los rasgos del castrismo cultural? Sin orden de importancia
voy a resumir los que me parecen fundamentales, en contraste con el
proceso de formación de la nación cubana. Estos rasgos, algunos
simbólicos, otros estructurales, merecen un estudio más exhaustivo. De
modo que lo que aquí expondré debe pasar por el tamiz de un mayor rigor
sociológico, antropológico y de teoría de los símbolos.
Empiezo por la concepción burocrático-militar del Estado y su concepto y
conducta marciales. Esto es típicamente hispánico y se conecta con la
idea de imperio y dominio que el castrismo cultural introduce en la idea
y realidad de Cuba. Los orígenes guerreros del modelo, contrario a los
orígenes cívicos del proyecto de nación, para el cual la guerra es una
imposición de la realidad, no parte del rito fundacional, facilitan este
desarrollo. Pero la cultura política cubana tiende, por su origen
fundacional y su permanente definición contra la España imperial, al
republicanismo, al ciudadano y a lo cívico. El militarismo es una
consecuencia de la prolongada guerra por la independencia, pero no entra
en la concepción de ninguno de los que idearon la noción de una Cuba que
rompe su cordón umbilical. La facilidad con la que se disuelve el
ejército en 1901 es algo más que una ingenuidad política: da la medida
exacta de que el modelo burocrático-militar es ajeno al proyecto de
nación, aunque no extraño en Cuba.
Otro rasgo es el de la visión rentista del Estado y de la sociedad.
Desde Félix Varela hasta 1959, la crítica esencial a los sectores
pudientes en Cuba tiene que ver con su afán productivista y
economicista. La mentalidad misma de que sin azúcar no había país es un
reflejo de que Cuba estaba siendo pensada y concebida como una unidad
económica de primer orden, lo que se alimenta de, y determina los rasgos
pragmáticos de la cultura, la flexibilidad como paradigma del
comportamiento, el sentido de independencia social y la capacidad de
contraste con su propia realidad —la corrupción en Cuba hoy tiene mucho
que ver con la tensión entre la estructura represiva del Estado y esa
planta flexible del modelo cultural. El hecho de parasitar unidades
económicas externas, —la ex Unión Soviética, China, Venezuela, los
Estados Unidos, etc.— tal como hizo la España imperial con sus
colonias, fomentando así una mentalidad insegura y dependiente, es
también ajena al núcleo cultural de Cuba.
Un tercer rasgo es el de la estrechez en la visión del mundo. En esto
tiene mucho que ver la educación jesuítica de la época, una educación de
elite y desconectada de la diversidad de componentes de la Cuba
cultural, pero más con la estrechez de mundo del espacio rural infinito,
poco poblado y sin confines claros. Se ha dicho y se dice que el
castrismo es intolerante. Puede ser verdad como frase tópica, pero bien
visto, estamos frente a algo anterior a la naturaleza de la
intolerancia. La intolerancia aparece cuando se convive con otros mundos
que no admitimos, no se asimilan y se rechazan.
En cierto sentido el intolerante sabe que aquellos existen pero no los
reconoce. Pero el castrismo cultural es la creencia de que no existen
esos otros mundos porque no los concibe. Esto es algo más primario y de
algún modo peor que la intolerancia. Condiciona por tanto la actitud de
negación de otros horizontes como corresponde a sus orígenes típicamente
rurales. Y esto explica muy bien la violencia administrativa, pública y
racionalizada que el castrismo cultural despliega contra las ideas
pacíficamente expresadas. Ya esto no es cubano. En la Cuba cultural la
pluralidad de ideas puede generar intolerancia, distanciamiento y choteo
pero no visión estrecha del mundo.
El cuarto de los rasgos es el antinacionalismo. Dicho a estas alturas
resultará raro y escandaloso pero el castrismo es antinorteamericanismo,
no nacionalismo. En este sentido es muy cierto que en alguna medida
Fidel Castro Ruz es el último español decimonónico de la Cuba cultural y
política, pasado por la escuela jesuita, la de la Civilta Cattolica, que
enseñaba que los hombres elegidos despliegan su misión en el mundo, no
atados a valores estrictamente nacionales.
Como el último español, Fidel Castro niega a José Martí en dos puntos
esenciales: el republicanismo cívico y el rechazo a los militares. Lo
aprovecha bien, no obstante, y exagerándolo, en la vena crítica de Martí
hacia el expansionismo norteamericano y en la apropiación romántica que
este último hace del concepto total y abstracto de humanidad como
plataforma para la acción política. Hasta aquí. La conclusión lógica de
todo nacionalismo, la que le da contenido positivo una vez que se define
frente a potencias externas, nada tiene que ver con el castrismo
cultural. Y esta conclusión lógica es la exaltación y defensa de los
nacionales, independientemente de sus diferencias, por encima de
cualquier otro sujeto externo. Los nacionalismos tienen algo de mala
literatura justamente porque ponen la propia etnia por encima de otras
etnias políticas. Todo nacionalista auténtico se acerca para decirnos:
yo y lo mío primeros.
El castrismo cultural es la corrección disminuida de cualquier vena
nacionalista por defecto. No equilibra el nacionalismo a través del
concepto total de humanidad, en cuyo caso extranjeros y cubanos seríamos
iguales en Cuba y frente al poder, sino que desciende lo cubano y a los
cubanos a una escala inferior, gestionando la nación en tres
direcciones: la de dominio sobre los seres humanos posibles: los
cubanos, la de imperio desde el centro territorial posible: Cuba, y la
de imagen "perfecta" frente a toda la humanidad. Esta última dirección
explica por qué el castrismo se desvive por satisfacer a los extranjeros
en detrimento de los cubanos y por qué priva a los nacionales hasta de
lo más elemental para preservar su imagen y compromiso con los de
afuera. Y es verdad que muchos cubanos se sienten a gusto con esta
distorsión. Pero el nacionalista no hace esperar a los suyos, por el
contrario, siempre hace esperar a los demás, y en los peores casos les
hace sufrir para contentar a su propia gente.
El nacionalismo nunca permitiría entender, entre otras cosas, los
misiles rusos, el tipo de gestión a la crisis de estos misiles en 1962,
las tempranas guerrillas en América Latina, Asia, Medio Oriente y
África, las campañas militares en este último continente, la pleitesía
rendida a otro país en la primera versión de la Carta Magna
revolucionaria (1976), el turismo para extranjeros, las dos monedas, la
gestión capitalista externa que conforma y estructura una clase media
alta residente, formada solo por extranjeros; los dos sistemas de salud
y de educación; las donaciones, de lo que se recibe precisamente como
donación, a los ciudadanos de otros países en detrimento de los suyos;
la tolerancia del uso de la bandera para acompañar otros símbolos que
nada tienen que ver con la formación de la nacionalidad, como es el caso
de Ernesto Guevara de la Serna, o para satisfacer las banalidades
aparentemente iconoclastas del reguetón; mucho menos la idea-traición
que alguna vez se puso en marcha de unir Cuba a un proceso político
externo, representado por el chavismo. Tampoco, la preeminencia de la
voz de los extranjeros por encima de la voz de los nacionales. Ahora
bien, esto sí se puede entender desde los dos conceptos básicos que
estructuran el castrismo cultural: el dominio y el imperio. El hecho de
que la estructura burocrático-militar cubana esté copando las instancias
de poder en Venezuela es un ejemplo claro de esta vieja idea de imperio
que no descansa.
El antinorteamericanismo, que les ha parecido a muchos un nacionalismo,
corresponde a esta doble lógica cultural: el odio imperial a los Estados
Unidos, heredado de la vieja España, y la actualización del concepto de
imperio desde la última de sus colonias: Cuba. La conexión cultural es
indiscutible y permite entender lo que de otro modo parecería ridículo:
Cuba estableciendo un pulso mundial con los Estados Unidos en otras
tierras del mundo. Esto no tiene ni tradición ni antecedentes en el
proyecto de Cuba como nación. Sí en la España del imperio.
Manuel Cuesta Morúa
http://www.cir-integracion-racial-cuba.org/cubaprofunda/el-castrismo-cultural-primera-parte/
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