Viernes, Abril 6, 2012 | Por Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -El arte de sobrevivir tiene
como escenario cualquier calle o centro de trabajo en Cuba. Es más,
interactúa o se complementa en esos sitios, como el arco y las cuerdas
de un afinado violín. Sin uno, los otros no tienen cómo realizar su función.
Por eso está obsoleta la pregunta que se hizo Fernández Retamar en un
poema al triunfo de la revolución: "¿Nosotros, / los sobrevivientes, / a
quiénes debemos la sobrevida?"
Si el poeta fuera un cubano de a pie no dudaría en responder: a la
bolsa negra, al trapicheo, a la venta del cuerpo, a una canción, y en
último caso, aunque bastante frecuente, a la mendicidad.
Si visitas una sala de maternidad, encuentras vendedores de talco para
el bebé, ojitos de Santa Lucia contra el mal de ojo, pañales, lociones y
ropitas traídas de un pulguero de Miami o Ecuador.
De ir a una funeraria, tropiezas con quién vende oraciones para la
resignación, tabacos contra el estrés, cuentos de velorios que aligeran
la espera, y hasta un traguito de ron para olvidar.
Cuando hay misas en la catedral, es necesario eludir bastones y muletas,
cajitas con santos, prótesis de una mano o un pie, colocados en el piso,
junto al dueño, que pide una monedita para mantenerse vivo.
Pero donde más convergen esta y otras manifestaciones del arte de
sobrevivir, es en las carpitas instaladas por la Corporación Habaguanex
S.A., frente al Castillo de la Real Fuerza y de espaldas al mar.
Allí se reúnen, para cazar turistas, las prostitutas de menor nivel
(ajadas por la edad), otras muy jóvenes aún para debutar, y los
proxenetas que todavía no pasan del Where you fron?, Come here y Yes.
También pulula en torno a las instalaciones un variado muestrario de
vendedores de maní, chicles, alusil contra la acidez, viagras "fin de
semana", fotos, caricaturas, películas y todo cuanto puedas necesitar.
Como si fuera poco, las ofertas se hacen entre músicos ambulantes que,
agrupados en dúos, tríos, o cuartetos de voces, maracas, guitarras y
acordeones, complacen la más exigente petición.
No importa si quieres una ranchera, un bolero, un joropo o un vals.
Ellos, entre sus números básicos (La guantanamera, el Chan-Chan y Hasta
siempre comandante), ejecutan lo mismo una fuga que un reggae. La
cuestión es que les den algo para comer y beber.
Mientras tanto, los empleados de las carpitas se las ven grises para
laborar. Al deterioro de las instalaciones (una se derrumbó), deben
añadir la carencia de insumos y la irregularidad en el suministro de
bebidas y alimentos para vender. Trabajan 12 horas, en días alternos,
por un salario de 248 pesos cubanos (10 dólares) al mes, más 10 dólares
de "estímulo", si no tienen ausencias o llegadas tardes al centro laboral.
Además, deben usar el único baño existente para más de cien consumidores
de pollos y cerveza, que, como promedio, ocupan cada día estas tres
cafeterías de Habaguanex.
Pero el colmo de los colmos es que deben alejar a cuanto loco,
alcohólico, mendigo, músico y vendedor se adentre entre las mesas de la
instalación, aunque no esté contemplado en su contenido de trabajo. No
les resulta fácil. Porque la necesidad es mucha, y en no pocas ocasiones
los sobrevivientes se ponen violentos cuando los empleados les piden que
abandonen el lugar.
Rusos liberados por la perestroika, argentinos admiradores del Che, y
nórdicos que arrojan las sobras a los perros, entre otros extranjeros,
miran sin indignarse a quienes venden, para sobrevivir, lo poco que les
queda, incluida su vergüenza.
En las carpitas de la Corporación Habaguanex S.A, se siente tanta
vergüenza como en cualquier otra instalación, también hija bastarda del
sistema, pero sin dólares para perpetuar el show.
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