Wednesday, June 10, 2015

Moneda, Reformas y Represión

Moneda, Reformas y Represión
El peligro del caos rodeando la indecisión entre la permanencia y el cambio
Alejandro Armengol, Miami | 10/06/2015 1:26 pm

Desde hace décadas en Cuba persiste una situación esquizofrénica: el
Estado te vende pero no te paga lo suficiente para comprar. Lo curioso
es que, con esta actitud parásita al extremo, el régimen logre mantener
un control absoluto y sustente una retórica nacionalista.
No hay esperanza alguna de que la discrepancia entre precios y salarios
vaya a disminuir, sino todo lo contrario. Limitarse a ver el asunto como
el resultado de la existencia de una dualidad monetaria es interpretar
una consecuencia del problema como la esencia del mismo.
La dualidad monetaria en Cuba es una "contrariedad" que el gobierno de
la Isla admite, pero cuya solución dilata.
Este enfoque no solo parece estar cada vez más alejado de cualquier
posibilidad de éxito, sino que en la práctica no cumple la función de
plan de largo alcance, destinado a lograr un objetivo, aunque sí un fin
más inmediato: dilatar el asunto y trasladarlo a una especie de limbo
que intenta ocultar la falta de capacidad o de disposición para hallar
una solución.
Una estrategia destinada al fracaso económico que es en realidad una
táctica política, la cual hasta ahora ha logrado su meta: considerar
transitorio un callejón sin salida.
Se repite así la paradoja del modelo cubano, donde la falta de
eficiencia productiva actúa muchas veces como carta de triunfo político.
La brecha entre salarios y precios constituye una situación anómala con
consecuencias que van desde el aumento de la corrupción y el robo hasta
la amenaza potencial de disturbios y caos.
Lo peor en este caso es que el principal empleador del país, el gobierno
que controla un Estado totalitario, no enfrenta el problema con decisión
y premura. Se limita a mirar hacia el exterior para los ingresos
imprescindible para su subsistencia —remesas, turismo, servicios médicos
y de profesionales en el exterior y exportaciones muy específicas, como
la industria farmacéutica y algunos minerales— mientras se desentiende
cada vez más de la subsistencia de sus ciudadanos.
Hay una diferencia cada vez mayor entre la Cuba del ciudadano de a pie y
la Cuba de permanencia, estabilidad y desarrollo: la visión que a los
ojos del mundo intenta ofrecer el gobierno cubano. De su ensanchamiento
o disminución depende el fracaso o el triunfo de Raúl Castro.
Es un error confundir ese fracaso o triunfo con la caída del régimen. No
es la búsqueda de mayor democracia lo que está en juego en La Habana,
sino el intento de encaminar al país en una estructura económica más
eficiente, dentro de un sistema totalitario, con un gobierno que
funcione a esos fines.
Ahora el mando en Cuba se arrastra entre la necesidad de que se
multipliquen supermercados, viviendas y empleos, y el miedo a que todo
esto sea imposible de alcanzar sin una sacudida que ponga en peligro o
disminuya notablemente el alcance de los centros de poder tradicionales.
Hasta el momento las respuestas en favor de transformaciones han sido
descorazonadoras. El avance económico y las posibilidades de empleo
sustituidas en buena medida por la promesa de la vuelta al timbiriche.
El peligro del caos rodeando la indecisión entre la permanencia y el cambio.
Estabilidad y cambio
Cuba ha logrado con éxito vender su estabilidad, por encima de cualquier
esperanza de mayor libertad para sus ciudadanos.
Las apariencias de estabilidad, sin embargo, no deben hacer olvidar al
gobierno cubano que, en casi todas las naciones que han enfrentado una
situación similar, lo que ha resultado determinante a la hora de definir
el destino de un supuesto modelo socialista es la capacidad para lograr
que se multipliquen no mil escuelas de pensamiento sino centenares de
supermercados y tiendas.
De esta manera, hay dos opciones que no necesariamente toman en
consideración el ideal democrático.
Una es el mantenimiento de un poder férreo y obsoleto, que sobrevive por
la capacidad de maniobrar frente a las coyunturas internacionales y que
en buena medida se sustenta en la represión y el aniquilamiento de la
voluntad individual. Otra es el desarrollo de una sociedad que avanza en
lo económico y en la satisfacción de las necesidades materiales de la
población —sobre la base de una discriminación económica y social
creciente—, pero que a la vez conserva el monopolio político clásico del
totalitarismo.
Esta última disyuntiva, que abre un camino paralelo a las esperanzas de
adopción de cualquiera de las alternativas democráticas existentes en
Occidente, no es ajena a la realidad cubana.
Se asiste entonces al desarrollo cada vez mayor de una especie de
engendro económico, en que el "carácter socialista" viene determinado
por el monopolio en el comercio de ventas al por mayor —y en buena
medida también minoristas—, mientras se desentiende del incremento, o
incluso el mantenimiento, de la creación de empleos bien remunerados.
Desigualdades "democráticas"
El fin del subsidio soviético y el inicio del llamado "período especial"
—que aún no ha concluido— trajo como consecuencia que se dispararan las
desigualdades en la Isla. No es que éstas no existieran con
anterioridad, pero se mantenían en parcelas que delimitaban privilegios:
el grupo dirigente en primer lugar; un sector dedicado al trabajo
privado de forma parcial o completa —que crecía y disminuía según los
años— y en última fila quienes formaban el grueso de la fuerza laboral;
empleados estatales, desde profesionales hasta auxiliares de limpieza.
Al comenzar a quebrarse esta parcialización surgieron dos fenómenos
hasta entonces desconocidos en la Isla: la posibilidad de vivir —y de
vivir bien— gracias a recibir remesas del exterior y la oportunidad de
obtener ingresos —en cifras que el gobierno no es capaz de pagar— debido
a la posesión de determinadas habilidades, capacidades, bienes o medios.
El primer grupo de beneficiados fue constituido principalmente por
aquellos con familiares residiendo en el extranjero, mientras que el
segundo lo formaron desde artistas hasta cocineros y dueños de las ahora
famosas "paladares". Tras la llegada de Raúl Castro al mando de los
asuntos cotidianos, las posibilidades de crecimiento de ambos grupos se
ampliaron.
Sin embargo, el papel del gobierno se ha limitado a permitir y no a
desarrollar. De hecho, en este terreno la queja primordial es que no
avance más rápido esa permisividad a cuentagotas, que ha hecho que los
cubanos puedan tener una computadora, un teléfono celular o móvil y
viajar al extranjero. Y a la vez ha dejado en manos privadas el
conseguir el dinero necesario, tanto para comprar el equipo como el pasaje.
Es decir, que al tiempo que se han democratizado las diferencias (hoy la
desigualdad no se siente en el viaje del dirigente a los países
socialistas sino en el dinero que tiene el vecino para comprar un
televisor de pantalla gigante), la adquisición de los bienes de consumo
han pasado de métodos políticos y sociales a formas individuales (ya el
centro de trabajo y el colectivo laboral no otorgan la autorización para
comprar el televisor, sino se adquiere gracias al dinero que se recibe
del extranjero o que se gana de forma privada).
El dinero del enemigo
Hasta ahora el régimen ha controlado al máximo la contradicción de estar
financiado, en buena medida, por su aparente enemigo natural: el exilio.
Ahora busca dar un paso más, y sumar el capital estadounidense —sino en
forma de subsidio, sí de ganancia— a ese esfuerzo de permanencia.
De esta forma se han introducido elementos en la economía cubana
―cuentapropismo, compra y venta de casas y automóviles― donde el dinero
proveniente de Miami desempeña un papel fundamental.
Dinero de Miami, hay que enfatizarlo. Otras ciudades, otros ámbitos,
vendrían a cumplir el objetivo de trascender esta dependencia. Es lo que
se ha iniciado a partir del 17 de diciembre del pasado año, cuando
vuelos a Cuba desde otras ciudades estadounidense se han ido sumando a
la ruta tradicional.
Lo que en un primer momento se limitó a un desempeño humanitario y
familiar, donde las remesas y los viajes servían como sostén económico
doméstico, se integra en estos momentos a un movimiento reformista,
donde una parte del exilio se pregunta si todo ello no se limita
simplemente a una nueva —y al mismo tiempo antigua— forma de
financiamiento del régimen.
Hecha de esa manera, la pregunta nace viciada por el giro torcido que
adquieren las palabras en que se presenta.
Hablar de financiamiento del régimen implica un esfuerzo consciente
dirigido a sostenerlo. Como aún gran parte de la economía cubana está en
manos del Estado ―es decir, del gobierno― resulta inevitable que
cualquier envío de dinero contribuya a la economía nacional y por
supuesto a las ganancias del gobierno de los hermanos Castro. Desde los
dólares enviados a un pariente hasta el pago del pasaje a un opositor
para el próximo congreso y la última conferencia.
Aunque hay un matiz que vale la pena enfatizar: convertirse en cliente
obligatorio de determinada empresa ―no importa que este caso esa empresa
sea el Estado― no significa financiar un gobierno hostil.
Reducir a colaboracionista del régimen de Castro a cualquier hijo, hija,
padre o madre de familia, tío o vecino que visite la isla, no es más que
un simple acto de intimidación verbal. En este sentido, se trata de
enmarcar en una disyuntiva política lo que cada vez se convierte en un
asunto familiar para quienes decidieron o se vieron obligados a irse de
Cuba.
El imperativo moral cuenta como paradigma o ideal ciudadano, pero en la
práctica determina poco en las decisiones cotidianas de quienes viven
bajo una dictadura o gobierno totalitario. Así ha sido siempre y Cuba no
es la excepción. Apelar al sacrificio y al sentimiento moral, resulta
hipócrita mientras se vive fuera de la isla.
Al final, lo que por regla general se sustenta tras la retórica de
restringir viajes, turismo y comercio es una actitud revanchista. Inútil
por completo como estrategia a la hora de buscar el fin del castrismo;
inservible como táctica si se quiere crear una situación que provoque un
estallido social.
Porque lo que se busca es eso: crear una situación de carencia que
obligue a la gente a tirarse a la calle.
Más allá de la crueldad implícita en la idea, deben señalarse dos
puntos, que demuestran la estrechez de mente de quienes alientan un
aumento del embargo y el aislamiento económico del régimen cubano.
Uno es que está más que demostrado que cualquier cierre económico total
sobre Cuba no solo es imposible, sino que el país ha atravesado por
diversas crisis en este sentido, tras las cuales el gobierno castrista
ha demostrado su fortaleza.
El segundo punto es que ha sido precisamente el gobierno de la isla
quien ha utilizado la escasez como una forma de represión.
Fórmulas caducas
¿Por qué entonces este empecinamiento en fórmulas caducas? Por
empecinamiento y soberbia. Empecinamiento que viene determinado por la
falta de voluntad e imaginación para buscar fórmulas mejores en el
camino hacia la democratización de Cuba. Soberbia como única vía de
escape antes de reconocer el fracaso.
El problema es que la fundamentación repetida por años, de que el dinero
del exilio sirve para financiar el régimen de Castro, se está quedando
sin sentido, a partir del surgimiento y desarrollo de un sector
económico que opera dentro del sector privado.
No importa lo limitado que este sector resulta aún, no se trata tampoco
de formular pronósticos sobre su futuro. La pregunta es entonces si se
está a favor o no de reformas en Cuba. Claro que siempre surgirá alguien
que argumente que lo que necesita la Isla es un verdadero y profundo
cambio democrático. Respuesta muy meritoria. Lástima que tras ella no
exista algo más que la retorica para apoyarla.

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http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/moneda-reformas-y-represion-322995

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