La reducida ventana de Raúl
Cuba tiene que dar pasos que acarrearán un coste político para
el régimen
CARLOS A. SALADRIGAS 30 DIC 2014 - 00:00 CET
En 2008, tras la sorpresiva elección del presidente Obama, escribí un
artículo para este diario donde hablaba de la ventana de oportunidad que
se presentaba para comenzar a romper el inmovilismo que ha caracterizado
la relación entre los dos países por más de medio siglo. Era el primer
mandatario norteamericano desde 1959 que se enfrentaba al reto de una
Cuba cambiante.
No estaba equivocado. Como candidato, Obama dijo lo impensable en el
corazón del exilio: que estaba dispuesto a dialogar con Raúl Castro.
Durante su campaña prometió levantar las pérfidas restricciones de
viajes y ayuda familiar impuestas por su predecesor y que causaron daño
y separación de las familias cubanas. Ya desde entonces hablaba de
actualizar una política exterior hacia Cuba obsoleta e inefectiva.
Unos meses después de tomar posesión, Obama anuncia los cambios
prometidos relajando las restricciones de viajes y remesas a la isla.
Todo parecía marchar viento en popa hacia un mayor relajamiento, cuando
el Gobierno cubano sorpresivamente detiene y enjuicia al norteamericano
Alan Gross.
Para muchos de nosotros la detención de Gross no fue sorpresiva. Cuba
seguía su viejo patrón de tomar medidas hostiles para detener las
intenciones de actualizar la política estadounidense sobre Cuba. Esto
había sucedido al menos en cinco ocasiones. El statu quo de un marco de
confrontación era muy útil para la supervivencia del régimen. Por una
parte, le ofrecía la legitimidad de un Estado sitiado, le proporcionaba
un fácil chivo expiatorio para sus numerosos fracasos, y hasta ofrecía
una débil razón para justificar los atropellos de los derechos humanos
de la población. Solo en la torpeza apasionada del exilio se propone
hacer aquello que le conviene y quiere el régimen cubano.
Pero los tiempos y los entornos cambian. Desde 2009 a la fecha, Cuba ha
comenzado a transitar. Las reformas han sido lentas, pocas y a
regañadientes, pero inevitables. Al sistema cubano se le está acabando
la cuerda. El fracaso del modelo económico es obvio y universalmente
reconocido hasta por el propio Fidel. La carencia de libertades ya no se
puede empañar. Las tradicionales fuentes de legitimidad que han sido el
carisma de Fidel y los logros sociales de la revolución están
completamente mermadas, uno por los años, el otro por los fracasos
económicos.
Aparentemente, le tocó al presidente Raúl Castro la parte difícil de
cómo lograr el delicado balance de canjear su única restante fuente de
legitimidad —ser víctima de la agresión de EE UU— por la legitimidad de
proporcionarle a su pueblo crecimiento económico, estabilidad doméstica
y una visión de futuro. Es difícil pensar que esto hubiera sucedido bajo
el mandato de Fidel, pero hoy día Cuba ya no es una nación monolítica.
Fuera de los históricos (curiosamente al igual que en Miami), los más
jóvenes en las élites argumentan apasionadamente por el cambio. La
necesidad de cambiar se impone ante la realidad.
Los pasos dados por Obama le dieron un fuerte espaldarazo a estos
sectores que abogan por cambios más profundos y efectivos. En la forma
que lo hizo, le ha ofrecido una elegancia extraordinaria para que Cuba
cambie. Obama tuvo el coraje de reconocer públicamente el fracaso de la
política de su país hacia Cuba, elegantemente, ofreciéndole a Raúl la
oportunidad de también reconocer los suyos.
Significativamente, las negociaciones han demostrado que Cuba tiene
capacidad de diálogo, algo que se ha hecho difícil en innumerables
relaciones bilaterales a través de los años. Esto produce un
interrogante interesante. ¿Si se puede dialogar con el enemigo, es
posible concebir que se pueda dialogar entre cubanos?
Pero estos pasos solo han sido el comienzo. No se vive solo de
relaciones diplomáticas. Hay que producir resultados económicos, y para
lograrlo Cuba tiene que tomar pasos fundamentales pero difíciles que
necesariamente conllevan un costo político para el régimen. Cuba solo
tiene una opción para generar crecimiento económico: reducir el control
estatal y aumentar la autonomía y el alcance del sector privado.
No obstante, aún queda un gran obstáculo. El embargo norteamericano ha
sido herido de muerte, pero no eliminado. Irónicamente, una política
impuesta con el fin de forzar cambios en Cuba, ante una Cuba cambiante
representa un enorme obstáculo al cambio, casi imposibilitando las
reformas macroeconómicas que tanto Cuba necesita.
La derogación del embargo solo necesita un empujón, y ese empujón se lo
puede dar Cuba, acelerando y aumentando los procesos de cambio. Obama ha
abierto la puerta al cambio, lo ha hecho mucho más fácil. Ha logrado
toda una coalición internacional para ofrecerle a Cuba un aterrizaje
suave, pero Cuba tiene que aterrizar.
Raúl Castro ha dicho que se retirará del cargo en 2018; Obama, el año
anterior. Por su parte, Raúl sabe que su sucesor posiblemente presida el
periodo de mayor indecisión e incertidumbre visto desde el triunfo de la
revolución. También sabe que la nueva política norteamericana conlleva
incertidumbre y riesgos. Le corresponde dejar a Cuba encaminada en una
transición tranquila pero profunda. Así como Obama ha dejado un legado
histórico con Cuba, también será su oportunidad de hacer lo mismo. ¿La
sabrá aprovechar?
Carlos A. Saladrigas es empresario y presidente del Cuba Study Group.
Source: La reducida ventana de Raúl | Opinión | EL PAÍS -
http://elpais.com/elpais/2014/12/29/opinion/1419854661_587311.html
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