Monday, March 16, 2015

Padura, Cuba, Paris Hilton y la isla que vive en farsa

Padura, Cuba, Paris Hilton y la isla que vive en farsa
RAÚL DOPICO | Miami | 16 Mar 2015 - 9:21 am.

La realidad cubana nunca ha sido trágica. Ni siquiera en los períodos
supremos de su historia. Cuba ha carecido del protagonismo
sobredimensionado de héroes, semidioses y reyes enfrentados a la
adversidad del destino.

Lo más cercano a un héroe trágico fue Maceo (su cuerpo, surcado por
heridas de todo tipo, resurgía como fénix de cada batalla sangrienta,
para darle un aura de invencibilidad e inmortalidad), pero su muerte,
poco gloriosa, le quitó esa dimensión, al no estar a la altura de sus
grandes batallas.

Lo más cercano a un semidiós fue Martí, pero su muerte melodramática
(queriendo demostrar lo que no era), predecible y adornada con los
ribetes de farsa con los que nos la han vendido tanto el relato
histórico como la iconografía del momento de su muerte (montado en un
caballo blanco, vestido de negro y a pleno sol, como blanco perfecto
para los disparos españoles), lo han convertido en ícono de mármol,
manipulable por todos y para el beneficio de muy pocos, desde la era
republicana hasta la actualidad.

Lo más cercano a un rey ha sido Fidel Castro (gobernó con delirio
demencial, impiedad sanguinaria, alocadas campañas militares, fallidas
obras faraónicas, despotismo cobarde, personalidad psicopática e
iracunda crueldad), pero la diverticulitis de colon, que no lo mató,
pero puso fin a su reinado, sin el pedigrí histórico de los monarcas (no
fue derrocado, ni murió en su cama en ejercicio del poder, ni le
clavaron una daga, ni lo guillotinaron, ni lo envenenaron), lo convierte
solo en un feo, patético y loco anciano, que es parte del reparto de una
opereta en la que todos los personajes se burlan de él.

Por eso, cuando Leonardo Padura dice que la realidad cubana actual es
"descarnada y trágica" (EL PAIS, 9 de marzo de 2015), no solo demuestra
que desconoce los géneros dramáticos, sino que vive fuera de la realidad
cubana, o al menos, que la ve de una manera poco real, tal y como su
exitoso, edulcorado y poco creíble detective Mario Conde.

La realidad cubana es una farsa en toda la extensión del género. La
concepción que tiene Padura de ella es la mejor evidencia. Para el autor
de El hombre que amaba los perros, con el castrismo "al principio había
una expectativa de futuro". Esta sentencia es la exageración de una
acción, porque para Padura ese principio parece extenderse desde 1959
hasta el inicio de los años noventa, cuando "lo que se impone es la
lucha por sobrevivir, la opción por el exilio que muchos escogen, el
tratar de resolver e inventar para poder comer, vestir o sostener al
resto de tu familia".

Las circunstancias descritas son las que le duelen a la generación de
Padura —no es la generación de los creyentes decepcionados, sino la
generación de los estafadores en silencio; la de los que se apropiaron
de cuanto espacio les concedió el castrismo, hicieron usufructo de
ellos, y a cambio simularon laborar arduamente en las trincheras cavadas
por la gran farsa social del mundo orweliano en el que vivían, como
complacientes, convenencieros y cómplices hacedores—.

Pero en realidad, para ser justos, estas circunstancias solo son la
repetición cíclica de las que toleraron otras generaciones a lo largo
del llamado "proceso revolucionario", subyugadas por la repetición
infinita de los mismos hechos históricos, desde la génesis del castrismo
hasta hoy. Incluso el cine cubano, a pesar de su, por lo general, mala
calidad cinematográfica, ha sido capaz de recrear esas repeticiones, con
mayor o menor acierto, en La muerte de un burócrata (1966), Memorias del
subdesarrollo (1968), Alicia en un pueblo de maravillas (1990), Fresa y
chocolate (1993) y Juan de los Muertos (2010). Y no es casualidad que
tres de estas películas sean auténticas farsas (aunque nos las presenten
como inocuas y catárticas comedias) y dos sean melodramas, el verdadero
espíritu nacional en nuestra era republicana.

Tiene razón Padura cuando afirma que todo el drama de su generación
atraviesa su obra. Quizás por eso es mayormente melodramática, impostada
y complaciente con el dibujo de la realidad que pretende mostrar. Y es
que trata de ser realista, descarnado y trágico, pero no lo logra,
porque la realidad cubana que busca retratar no lo es. La realidad
cubana exagera su genuino melodrama, la festividad de su cotidianidad y
su felicidad, a través de las acciones de sus personajes, para alcanzar
ese carácter grotesco que inspira una lastimosa comicidad —cuatro
ejemplos cercanos en el tiempo son: el grito libertario de "jama" del ya
mítico Pánfilo; el cartelito de Mariela Castro que rezaba Obama give me
five; el risible y patético acto de repudio de las Damas de Blanco a una
de sus compañeras; y la foto del primogénito de Fidel Castro con Paris
Hilton—, y adentrarse en los misteriosos y truculentos artificios de una
demoledora farsa social.

"Mucha gente se dejó vencer", dice Padura, con una travestida nostalgia
que posee un tufo de justificación innecesaria. Todos los cubanos
sabemos que nadie se dejó vencer. Sencillamente nos trituraron en una
poderosa y eficiente maquinaria totalitaria. Una maquinaria de la que la
generación de Padura fue una importante rueda dentada. Padura mismo un
importante diente de esa rueda.

El reduccionismo del escritor para definir el fracaso de la Cuba
castrista, es tan paternalista como irreal. Si al menos dijera "Mucha
gente se volvió cínica", entonces estaría reflejando el sentimiento
dominante de la Cuba actual, el entendimiento de que ante un fracaso
sociopolítico tan desgarrador, como el que le impuso el castrismo a la
nación cubana, salvarse a través de la fuga, era no sólo la opción más
deseada, sino la más razonable, para un pueblo que no ha dado ni héroes
ni semidioses —tampoco filósofos, por cierto—, y sí muchos sacerdotes
del hedonismo.

Padura presume el cinismo del homo castrista, cuando con el mismo
impudor con el que construye sicologías, establece que en la relación
Cuba-EEUU ha habido "demasiado tiempo de desentendimientos de todo
tipo". Como si Cuba se hubiera sumido en su largo infierno por
"desentendimientos".

Al final, Padura evidencia que no solo desconoce los géneros dramáticos,
sino que a la hora de encontrar los móviles dramatúrgicos que definen la
realidad cubana, se deja vencer por la frivolidad. Tal vez si fuera un
aficionado al habano de lujo, hubiera logrado su selfie con París
Hilton. De esa manera sería un hombre común caricaturizado en una
situación irrisoria, para diversión de los espectadores. Su realidad no
sería ni trágica ni descarnada, pero al menos entraría en el círculo de
la comedia, que, como la tragedia, también es un género mayor.

Source: Padura, Cuba, Paris Hilton y la isla que vive en farsa | Diario
de Cuba - http://www.diariodecuba.com/cultura/1426494061_13418.html

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