Un testimonio sobrecogedor
febrero 25, 2015 11:48 am·
Cuba actualidad, Marianao, La Habana, (PD) En su libro "La galera de la
muerte", (ediciones Carta de Cuba, 2006) el sacerdote franciscano vasco
Javier Arzuaga Lasagabáster narra la misión que le correspondió en los
`primeros meses de 1959, y que puso a prueba su condición de sacerdote y
de hombre.
El primero de enero de 1959 era el Párroco de la iglesia de Casablanca,
en La Habana. El campamento militar de la Cabaña formaba parte de su
parroquia y habitualmente iba todos los domingos a celebrar la misa en
la capillita de Santa Bárbara".
"El nuevo Comandante- sigue diciéndonos Arzuaga- Ernesto Guevara, el
Che, prohibió la misa, pero me dio autorización para visitar la cárcel y
atender su población de presos a cualquier hora del día o de la noche.
Fungí como capellán de la prisión de La Cabaña durante cinco meses,
hasta la primera semana de junio".
"A partir del 29 de enero a la madrugada, que se ocupó la que vinimos a
llamar galera de la muerte, pasaba por ella todas las noches a conversar
sin prisas y rezar un rato con los condenados. Acompañé en ese tiempo al
paredón de fusilamiento a cincuenta y cinco condenados a muerte".
Realmente, me siento inclinado a transcribir textualmente todo el
testimonio, ya que mis comentarios no pueden recrear el dramatismo de
esta narración que fluye angustiosa entre la vida que se acaba
abruptamente y la vasta muerte que comienza.
Arzuaga nos concede el insólito privilegio de compartir los días, las
horas y hasta el minuto fatal junto a los condenados. Así, nos enteramos
de la última voluntad del más conocido de todos, el teniente coronel
Jesús Sosa Blanco, quien pidió a su esposa que le trajese unos zapatos
nuevos, para estrenárselos en su encuentro con la señora muerte. "Pidió
que le permitieran ponerse presentable- ropa interior limpia, bañado,
afeitado". Sosa le pidió de favor al sacerdote que se los quitase. Le
dijo: "Prefiero que me echen descalzo a la tierra, tú me los quitas
cuando me hayan liquidado y mañana, en Casa Blanca o en La Habana, se
los regalas a un pordiosero, mira que tenga el pie grande. Se me ha
ocurrido gastarles una pequeña broma a la revolución y a Fidel, ¿Qué te
parece?".
Así, sin estridencias, el sacerdote humaniza a estos seres, condenados
de antemano por sus vencedores a una muerte lenta pero segura. El Padre
les advierte de entrada que no discutirá con ellos "los hechos que los
han puesto en esta situación" pero indudablemente sabe que, aunque se
cumplan los formalismos, las sentencias máximas ya han sido dictadas.
Esta certidumbre convierte todo el rito judicial en una farsa agónica.
Hace constar Arzuaga, quien en el momento de la descarga permanecía casi
al lado de ellos, mostrándoles el crucifijo, que ninguno de los 55 pidió
que lo amarrasen al palo ni que le vendasen los ojos.
La irrepetible Cuba de 1959, aquella fiesta interminable que siguió a la
caída de un régimen dictatorial repudiado por la inmensa mayoría, hizo
de aquellos fusilamientos una suerte de venganza colectiva. Lo que no
sabíamos entonces era que el terrible paredón iba a convertirse en el
recurso máximo del Máximo Líder.
Advierto a los amantes de las bellas letras que no lean este testimonio
sobrecogedor si desean asistir a la actual Feria del Libro en la
Fortaleza de La Cabaña.
(A mi primo Armando González Rodríguez, quien sufrió allí)
Para Cuba actualidad: rhur46@yahoo.com
Source: Un testimonio sobrecogedor | Primavera Digital -
http://primaveradigital.net/un-testimonio-sobrecogedor/
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