Friday, October 9, 2015

El verdugo tras el mito

El verdugo tras el mito
PEDRO CORZO

Ernesto Guevara posiblemente sea la última figura pública defensora a
ultranza de la violencia extrema que se ha convertido en mito, lo que
lleva a ser escéptico con muchos contares de la historia, porque "El
Che", como le califican sus partidarios, se destacó por intentos bélicos
en los que solo cosechó fracasos.

La rentabilidad política o monetaria de la imagen de Guevara, es el
resultado de un entramado político de intereses en ocasiones
contrapuestos que solo coinciden en compartir una propuesta
antidemocrática, y también de sectores que solo tienen el objetivo de
promover el consumo, aunque sea de la soga con la que van a ser
colgados, parafraseando a otro victimario de la historia, Vladimir Ilich
Lenin.

El mito de Guevara tal vez se habría extinguido si no fuera por la
conjunción de intereses y porque la casa matriz de esa marca, el régimen
de los hermanos Castro, necesita seguir explotando una imagen
sobredimensionada que la memoria colectiva erróneamente asocia con la
justicia social y la voluntad del individuo que pone sus conveniencias y
convicciones, por encima de los intereses y la voluntad de los poderosos.

Ernesto Guevara no pasó de ser un aventurero con suerte, porque su
primera incursión de rebeldía armada resultó triunfadora en un contexto
en el que mito y las medias verdades, bajo la hábil conducción de un
manipulador sin escrúpulos fue convertida en epopeya.

Gracias a una falsa historia aquellos que requieren de ídolos para
sostener una ideología, propuesta o fantasía, cuentan con un icono
multipropósito, porque la imagen del "Che", sirve por igual para la
pancarta que exhorta a la violencia extrema, para la maleta de un
escolar inocente y de padre ignorante, como para la camiseta de un joven
inconforme que confunde la imagen con un par suyo de los 60, los mismo
inconformes que Guevara persiguió con saña porque pensaba y actuaban de
manera contraria al hombre nuevo que él procuró incubar en Cuba.

Guevara nunca fue una víctima, siempre fue un victimario mas allá de
todas las especulaciones que se puedan hacer en torno al final de su
existencia.

El individuo que algunos escogen como ejemplo de la defensa de las
convicciones hasta las últimas consecuencias fue quien escribió a su
madre "No soy Cristo ni un filántropo, soy todo lo contrario de un
Cristo. Lucho por las cosas en las que creo con todas las armas de que
dispongo y trato de dejar muerto al otro para que no me claven en
ninguna cruz o en ninguna otra cosa".

Fue el mismo que le dirigió una misiva a su esposa Hilda Gadea, desde la
Sierra Maestra el 28 de enero de 1957: "Querida vieja: Aquí en la selva
cubana, vivo y sediento de sangre, escribo estas ardientes líneas
inspiradas en Martí. Como un soldado de verdad, al menos estoy sucio y
harapiento, escribo esta carta sobre un plato de hojalata, con un arma a
mi lado y algo nuevo, un cigarro en la boca".

Negar que Guevara era un sujeto audaz, disciplinado, inteligente y culto
es absurdo, pero también lo es refutar su sectarismo, intolerancia,
crueldad y su convicción de que era poseedor de las fórmulas que
resolverían los problemas sociales.

Guevara era un sádico en la absoluta dimensión que implica esa palabra,
condición que mostró con particularidad al triunfo de la revolución
cuando dijo a la madre de un policía ejecutado que su hijo merecía ser
fusilado por el simple hecho de usar ese uniforme.

El victimario Guevara fue quien dijo en una Asamblea General de Naciones
Unidas: "Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida,
que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos
fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario.
Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el
resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos
cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba."

¿Este es el sacrificado de Fidel Castro?

Source: PEDRO CORZO: El verdugo tras el mito | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article38203407.html

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