Cuba y la ética democrática quebrada
Este artículo es el tercero y último de una serie de tres
Julio M. Shiling, Miami | 01/04/2015 10:31 am
La racionalización más potente, de índole no-comercial, que sustenta la
propuesta democratizadora a favor del restablecimiento de las relaciones
entre EEUU y Cuba comunista es el "empoderamiento" popular. Tal postura
se examinó y se criticó en el primer artículo de esta serie (Cuba y la
tesis errada del "empoderamiento"). Sostuvimos que en un país donde un
régimen de dominación total aplastó todo rasgo de la sociedad civil y
controla la economía (directamente o indirectamente), no tiene sentido
depositar fe en que la riqueza material producida por una apertura
selecta de mercados y la comercialización subsecuente, vaya a producir
ciudadanos dispuestos a unirse a las filas contestatarias y presionar a
la dictadura para que inicie una apertura política. El pueblo, más bien,
se acomodaría dentro de un statu quo, económicamente modificado,
materialmente mejorado pero políticamente inmutable. De nuevo y valga la
redundancia, China, Vietnam y Laos, son irrefutables ejemplos de lo
explicado. En otras palabras, reformas económicas no conllevan a la
liberalización política y civil cuando el despotismo es totalitario.
Sanciones, como un componente dentro de una política coordinada e
integradora de confrontación, ha probado ser un mecanismo superior para
producir cambios liberalizadores en sociedades cerradas. El
totalitarismo, hasta la fecha, ha probado ser inmune al contagio
democratizador que pudiera producir el crecimiento geométrico del
Producto Interno Bruto. La posición que cuestiona y condena la utilidad
de imponer sanciones queda, a nuestro juicio, contradicho por las
campañas acérrimas, insistentes e invariables, por parte de dictaduras
afectadas, para que se las remuevan. Si tan poco les impacta, ¿por qué
no existe ninguna dictadura que haya permanecido indiferente ante
sanciones? Ese fue el ímpetu del segundo artículo en esta serie (Cuba y
las sanciones virtuosas).
Las repercusiones de la decisión del presidente estadounidense Barack
Obama, de acomodarse con el régimen castrocomunista, tiene implicaciones
que van mucho más allá de solo facilitarle la supervivencia a la
dictadura más duradera en el Hemisferio Occidental. Estamos en presencia
de la claudicación total y absoluta de requerir, como condicionamiento
para tener membresía en foros gubernamentales continentales, el ser una
democracia. El abandono de los requisitos democráticos, que es la médula
práctica de esta política de coexistencia entre el gobierno de Obama y
la tiranía de los Castro, ejemplificados con la inclusión de Cuba
comunista en la Cumbre de las Américas, le cierra la puerta,
siniestramente, a los principios de la libertad y la democracia. El
Pacto Obama-Castro recoge las aspiraciones de una gama influyente de la
clase política de los gobiernos americanos. Muchos de ellos son
demócratas por la mera condición de haber sido usuarios del modelo, pero
no son demócratas medulares. La ética democrática se la vendieron a los
intereses mercaderes. Esto es la corrupción, con su más repugnante rostro.
El pueblo cubano ha sido traicionado. Esta traición no comenzó en
diciembre de 2014. Tampoco se puede limitar esta deshonra al gobierno de
EEUU. La realidad es que con claras y selectas excepciones, las
democracias americanas han sido consistentemente frígidas ante la acción
decisiva y decorosa requerida de confrontar, al menos moralmente, a la
dictadura cubana. Nada. Algunos casos, como México y Canadá, han tenido
el papel indigno de jamás haber cortado sus vínculos diplomáticos con el
sanguinario despotismo cubano. Desde el inicio del castrocomunismo,
siempre estuvieron dispuestos de sacar de cualquier apuro a los Castro y
de servirles de apologistas. Otros países en nuestro continente
padecieron la furia hegemónica y bárbara del terrorismo castrista bien
definida y sin cuestionamiento. Sin embargo, poco han valorado el dolor,
la sangre y la vida de tantos de sus hijos, causado directamente por esa
tiranía comunista, que ahora (o mejor dicho desde hace un tiempo) están
interesadísimos en abrazar y premiar con la inclusión en el mundo de
naciones civilizadas a los asesinos de esos hijos.
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre de la OEA
(1948), la Convención Americana sobre Derechos Humanos de la OEA (1969),
la Declaración de Viña del Mar de la VI Cumbre Iberoamericana (1996) y
la Carta Democrática Interamericana de la OEA (2001) son algunos
ejemplos continentales de intentar codificar los principios democráticos
entre los gobiernos americanos. Pese a la deserción paulatina exhibida
desde 1959 por los Estados americanos libres del frente moral común
(exceptuando México y Canadá) contra el régimen gansteril de Cuba roja,
EEUU al menos servía de guardabarrera de esa postura ética al ser un
obstáculo emblemático y resistir las presiones económicas y no renunciar
al condicionamiento del respeto de derechos elementales humanos antes de
abrir la barrera democrática. Obama acabó con esa tradición. Los
cubanos, sin embargo, no son los únicos dañados.
La coexistencia con Cuba comunista, es en efecto el renunciamiento a que
la democracia y la libertad sean principios incondicionales que hay que
sostener. Su observación, como modo de gobernar en el hemisferio
americano, ha dejado de tener validez. Esta tolerancia equivale a darle
a Al Capone un puesto en una junta judicial. La inclusión del despotismo
cubano en el seno de países democráticos es casi todo entendido y
argumentado desde el prisma de intereses comerciales. En algunos casos,
sin duda, el cabildeo de negocios es sincero en su expresión de querer
comerciar con cualquiera que le compre algo. Dicho sector ha sido
también bastante consistente. La cámara de comercio estadounidense
estaba en desacuerdo con las sanciones contra la Alemania nazi, el Japón
imperial, el Irak de Husein, el Irán de los ayatolas, la Rusia de Putin,
etc.
Los ciudadanos de Cuba y el resto del continente se merecen un enfoque
mejor. La libertad y la democracia sí son objetivos al cual no se deben
renunciar. La tolerancia necesaria para coexistir con dictaduras, como
siempre viene entrelazado con el comercio y todo su poderío, termina
neutralizando las defensas necesarias para proteger la democracia.
¿Acaso piensan que Cuba comunista ha descontinuado su proyecto
hegemónico de expansión? Qué es el "socialismo del siglo XXI" sino el
mismo socialismo del siglo XX, pero con una envestidura diferente, con
una metodología distinta, pero con los mismos despóticos propósitos.
Obama les acaba de dar la llave de la casa continental. Gracias a Dios
que en EEUU sí hay una democracia, imperfecta pero verdadera y
competitiva. Los acuerdos entre Washington y La Habana no están escritos
en piedra.
Este artículo es el tercero de una serie de tres escritos. Están
conectados por el tema central que es el restablecimiento de las
relaciones entre los EEUU y Cuba. El primero presentó su argumento desde
un ángulo de practicidad. El segundo defendió el principio de las
sanciones. El tercero resume la premisa desde una óptica ética.
Source: Cuba y la ética democrática quebrada - Artículos - Opinión -
Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuba-y-la-etica-democratica-quebrada-322395
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