Viernes, Octubre 14, 2011 | Por Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Llama la atención, por
reiterado, el divorcio entre el manejo de la información y la realidad
cubana, al menos en la prensa oficial, especializada en dulcificar la
situación del país, exaltar a los aliados del régimen, denigrar a
supuestos enemigos internos y externos y repetir las aleluyas del
gobierno en torno a las reformas, sobredimensionadas también por los
corresponsales extranjeros, como si hubiera un pacto entre el normativo
Centro de Prensa de La Habana y las agencias representadas en la isla.
A veces vemos en la televisión el rostro de algunos opositores
pacíficos, en especial las Damas de Blanco, la bloguera Yoani Sánchez,
el periodista independiente Guillermo Fariñas Hernández, el comunicador
laico Dagoberto Valdés y otros demócratas demonizados como "agentes del
imperio". Tal reducción enmascara a los represores, amparados en la
impunidad, la tradición del terror y la indolencia de la mayoría sobre
los sucesos nacionales.
Como si fuera poco para una nación desconectada del libre flujo
informativo y de las libertades esenciales que favorecen el desarrollo
individual y colectivo, no solo el gobierno reniega de los sectores
emergentes de la sociedad civil, aún minoritaria, sino que los
corresponsales acreditados en La Habana y hasta un sector del exilio los
asocian a la "reacción de Miami", como si dicha "reacción" no fuera
fruto de la exclusión y la intolerancia de quienes llevan medio siglo
gobernando a Cuba contra viento y marea.
Se habla con desdén de los opositores de "línea dura", de "la
encrucijada de la disidencia", del empeño de las Damas de Blanco en
desfilar en las calles a pesar de "quedar sin causa y sin algunos de sus
personajes más conocidos", como resultado de la excarcelación de los
prisioneros de la primavera del 2003. Desde Miami se comentó, por
supuesto, el aumento de las detenciones breves y continúas, demostradas
por el exhaustivo Informe de Elizardo Sánchez Santa Cruz, líder de la
Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.
Al margen del respeto por las opiniones contrapuestas, validadas en el
derecho a la libertad de expresión, tan vilipendiado en Cuba como la
libertad de prensa, asociación y otros que se violan diariamente, creo
que exageran quienes hablan de línea dura dentro de la oposición
insular. Insistir en reunirse, celebrar el aniversario de ciertos
hechos, exigir el cese del acoso policial, desfilar pacíficamente por
las calles, conceder entrevistas a Cubanet y Radio Martí o difundir
documentos con propuestas al gobierno no tiene nada de duro. ¿Es duro el
lenguaje? Tal vez, pero menos rabioso que las campañas del Granma contra
los Estados Unidos.
Desde el golpe de estado de Batista en 1952 la línea dura marcó la
política cubana. El forcejeo entre el déspota y los opositores culminó
con la huida del tirano el 31 de diciembre de 1958, ante la
ingobernabilidad provocada por las bombas, los "ajusticiamientos"
urbanos y las acciones guerrilleras del Escambray y la Sierra Maestra.
Los revolucionarios de la época llegaron al poder desde la violencia,
fusilaron a miles de personas e impusieron el terror hasta dentro de sus
propias filas. Gracias al terror y la alianza con la desaparecida Unión
Soviética acabaron con las instituciones republicanas y liquidaron a
quienes enfrentaron a la nueva dictadura, la de los Castro; la cual
sigue jugando al duro para preservar la entelequia revolucionaria.
Jugar al duro pasa por la violencia, al menos para el gobierno. Los
opositores saben que tras medio siglo de retórica "revolucionaria",
involución económica y desmoralización de la población, la violencia
carece de horizonte. No hay que confundir las declaraciones mediáticas
con las acciones posibles.
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