Exageraciones… como teoría
Pertenecer a una élite no es nada malo, salvo que eso genere
infatuación, vanidad, arrogancia o abuso de poder, sobre todo esto
último, y más, si ese abuso carece de los controles y balances sociales
adecuados
Félix J. Fojo, Puerto Rico | 30/01/2017 10:42 am
En todo país, sociedad o grupo humano hay «élites», conjuntos de
personas que ostentan rasgos, formas de actuar y características que los
hacen más o menos diferentes al total de la comunidad en la que se mueven.
Los miembros de algunas «élites», que no necesariamente son más
inteligentes y modestos, suelen creer también que son superiores (por la
razón que sea, económica, política, moral y muchas más) al resto de los
mortales. Pueden encontrarse algunos de estos grupos, élites, que
jueguen a ser «inferiores» (los monjes budistas de algunas comunidades
que piden limosnas en las calles, por ejemplo), pero son en verdad muy
poco frecuentes.
La nobleza cortesana es una élite (en decadencia, claro); los políticos
en el poder, sin importar el lugar, son otra; los hackers de altura otra
y los Premios Nobel, las top models y los cantantes de música country
también lo son, al igual que las divas operáticas y los generales de
diversos ejércitos.
Pertenecer a una élite no es nada malo, salvo que eso genere
infatuación, vanidad, arrogancia o abuso de poder, sobre todo esto
último, y más, si ese abuso carece de los controles y balances sociales
adecuados. Las hermanitas de la Caridad son una élite (ellas lo negarían
de inmediato) dedicada a hacer el bien, y los SS nazis lo fueron
también, pero para hacer mucho, mucho mal, y para colmo, se sentían
orgullosos de hacerlo.
Pero la palabra élite, con el sentido de grupo más o menos cerrado, tal
y como lo hemos expuesto anteriormente, no existió siempre (aunque los
grupos de poder si existieron desde la Edad de Piedra, quizás antes),
sino que fue inventada por un sociólogo italiano llamado Vilfredo Damaso
Pareto (1848-1923).
Pareto vivió en una época turbulenta y no fue ajeno a la política
activa, e incluso tuvo alguna relación con el Benito Mussolini
socialistoide de los primeros tiempos. Su teoría de las élites es de
suma actualidad y ha sido retomada una y otra vez por innumerables
sociólogos, ensayistas y políticos, tanto para denostarla como para
perfeccionarla, pero la verdad es que nadie, del espectro político que
sea, la ignora.
No obstante, el aporte de Pareto que nos interesa a los efectos de este
breve ensayo, es su famosa regla conocida como «Principio de Pareto».
Esta regla, o ley, se le ocurre a Pareto observando empíricamente, y con
mucha sagacidad, la sociedad italiana de finales del siglo XIX. Su
principio nos dice: «Pocos tienen mucho y muchos tienen poco», y añade
que más o menos el 20% de los ciudadanos formaban el primer grupo (los
pocos con mucho) y el 80% de los ciudadanos el segundo grupo (los muchos
con poco).
Es la regla del 20-80 que después sería llevada a un diagrama de
distribución y aplicada, no ya a la economía, sino a casi todo. De
hecho, la costumbre de hablar en porcientos en cuestiones relacionadas
con la sociedad, los movimientos migratorios, los grupos de votantes,
las etnias y tantas otras cosas, costumbre que nos parece lógica y que
ha estado ahí siempre, en realidad nos viene de Pareto.
La formulación moderna del principio de Pareto establece que hay
alrededor de un 80% de triviales, elementos de menor importancia, y un
20% de vitales, elementos de mayor importancia, en cada problema a
conocer y/o resolver, y esto se aplica incluso (hoy con reservas) a los
estudios científicos de asuntos que parecen muy alejados, como la
medicina y la cosmología.
La teoría del valor extremo
El principio de Pareto, junto con la conocidísima campana de
distribución estadística que diseñó el matemático alemán Carl Friedrich
Gauss (1777-1855), la mayoría de cualquier cosa está en la parte alta de
la campana y la minoría en las dos colas laterales, fueron asumidas como
verdades obvias hasta alrededor de 1928.
Por esa época, dos jóvenes matemáticos de la Universidad de Cambridge,
R. A. Fisher y su alumno C. H. Tippett, inconformes con lo «demasiado
evidente», se fijaron con más detenimiento en las colas de la campana de
Gauss y razonaron de la siguiente manera:
A medida que nos acercamos a los extremos de las colas, los
acontecimientos tienen menos probabilidades teóricas de ocurrir, pero si
se estudian separándolos de la bóveda principal de la campana y se
comparan con hechos similares en un largo período de tiempo, cobran unos
nuevos valores que pueden llegar a ser sorprendentes.
Acababan de establecer, como ellos mismos denominaron a su hallazgo,
«Las matemáticas del valor extremo», que mientras más se proyectaban
hacia el futuro (y mientras más información se recolectaba del pasado),
más importancia adquirían en la comprensión, y predicción, de
situaciones fuera de lo común.
El asunto se tomó como una curiosidad científica más, hasta que en la
década de los cuarenta del siglo XX ocurrieron dos hechos que dieron
nuevos alientos a la teoría.
Por un lado, el matemático soviético Boris Gnedenko trabajó sobre las
fórmulas originales de Fisher y Tippett perfeccionándolas y haciéndolas
más manejables y predictivas. Por otro lado, el también matemático
norteamericano de ascendencia alemana Emil Gumbel, de la Universidad de
Columbia, comenzó a emplearlas (incluso las de Gnedenko) para predecir
posibles inundaciones, o sea, le encontró una utilidad real aplicada a
un hecho natural, que bien mirado, es el fin último de la ciencia.
En el año 1953, durante un invierno particularmente tormentoso en el
Atlántico del norte, las olas del mar sobrepasaron los diques holandeses
y produjeron grandes inundaciones y enormes pérdidas materiales y
alrededor de 800 muertos. Cuando se sometieron dichos fenómenos
meteorológicos al análisis de la teoría del valor extremo, se hizo
evidente que las inundaciones podían haber sido prevenidas, es más, el
sistema de diques holandeses fue rediseñado de nuevo partiendo de esos
cálculos.
Salidas del mar e inundaciones como esas no han vuelto a repetirse en
los Países Bajos.
En 1958, ya con una gran experiencia teórica y práctica, Gumbel publica
en Estados Unidos el primer libro de texto dedicado enteramente a la
teoría del valor extremo.
En la actualidad, las grandes compañías de seguros de todo el mundo
recurren, para sus cálculos de posibles pérdidas, al principio de
Pareto, muy perfeccionado por el uso, a las curvas de Gauss y también a
la teoría del valor extremo, sobre todo para el análisis de fenómenos
naturales de gran envergadura y enormes costes económicos.
Paradójicamente, ha sido en el campo de la economía (la industria de los
seguros) donde ha encontrado su principal nicho de utilidad la teoría
del valor extremo.
Preguntamos entonces…
¿Se habrá analizado por alguien el año 2016, el que acaba de terminar,
uno de los años más ricos en sorpresas políticas (con obvias secuelas
económicas) de la historia reciente, a la luz de la teoría del valor
extremo?
Por lo menos el autor de este breve trabajo no lo sabe.
Sería interesante, ¿no es verdad?
Source: Exageraciones… como teoría - Artículos - Cultura - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/exageraciones-como-teoria-328504
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