Cuba y las lecciones venezolanas
Caracas no es La Habana, y el dominio absoluto sobre todas las
instituciones, que alcanzó Fidel Castro en corto tiempo, está muy lejos
de la realidad venezolana
Alejandro Armengol, Miami | 28/10/2016 9:49 am
Si el presidente Nicolás Maduro está en problemas, con una situación que
cada día escapa más de sus manos, el Gobierno cubano también debe estar
preguntándose qué hizo o qué no hizo en su labor de asesoramiento de
seguridad, pero más que un problema de los maestros, lo que ha ocurrido
es que los alumnos salieron malos, indisciplinados y torpes.
No hay duda que el principal culpable de lo que está ocurriendo en
Venezuela es Maduro, quien desde su llegada al poder ha sido incapaz de
lograr el control del país. Ni Caracas es La Habana, y el dominio
absoluto sobre todas las instituciones —políticas, económicas y
sociales— que alcanzó Fidel Castro en corto tiempo, está muy lejos de la
realidad venezolana. Pero más allá de las verdades obvias vale la pena
detenerse en algunos datos y detalles, para tratar de descifrar
similitudes y diferencias.
El temor de que en su país se repita lo ocurrido en Cuba es un reclamo
constante de los manifestantes venezolanos. Sin embargo, no hay
comparación entre lo que está ocurriendo allí y el proceso cubano, como
antes tampoco la hubo con el Gobierno de Salvador Allende en Chile y el
primer régimen sandinista en Nicaragua.
La destrucción de la sociedad civil en Cuba fue rápida y completa, por
el mismo hecho de que estaba profundamente debilitada. No es lo mismo
llegar al poder mediante las urnas, a consecuencia de un legado de
corrupción incubado a lo largo de varios gobiernos democráticos, como
ocurrió en la Venezuela de Hugo Chávez, que apoderarse del mando luego
de una insurrección armada, tras el derrocamiento de una tiranía
sangrienta y de la desbandada de un ejército desmoralizado.
Como hizo en su momento Chávez, durante el intento de golpe de Estado en
su contra en el 2002, las calles venezolanas han vuelto a llenarse de
disparos, heridos y agresiones físicas.
La "toma de Venezuela" finalizó el miércoles con un saldo provisional de
al menos 120 manifestantes heridos, un policía muerto, otros dos heridos
y 147 opositores detenidos, que el jueves continuaban arrestados, la
mayoría en varios estados del país, según anunció por su parte el líder
opositor Henrique Capriles, que hizo un recuento, mostrando las fotos de
los heridos de bala, según informó el diario español El País.
La oposición venezolana ha dado de plazo hasta el próximo jueves al
chavismo, para que acepte un acuerdo que permita celebrar elecciones
para salir de la grave crisis que vive el país. Un ultimátum que llega
con la amenaza de forzar la destitución de Maduro en una acción
combinada del Parlamento y de la movilización social informa el
periódico español ABC.
La Mesa de Unidad Democrática (MUD) ha convocado una huelga general de
12 horas para hoy viernes, que se celebrará en un ambiente de fuerte
tensión y bajo la sombra de que el país se vea atrapado por una ola de
violencia y represión a la vista de las detenciones y heridos
registrados durante las masivas marchas del miércoles.
Para intentar disuadir a la población de que siga la huelga, Maduro
anunció ayer jueves una subida del 40 % del salario mínimo. Parece un
alza sensible, pero no lo es tanto cuando se tiene en cuenta que el FMI
pronostica para el país una inflación del 700 % al acabar 2016. De
hecho, el Gobierno se ve obligado a aprobar periódicas subidas del
sueldo para poder sobrevivir ante la constante subida de precios.
El régimen, además, ha desplegado a sus leales para boicotear todos los
actos previstos por la disidencia. Así, decenas de chavistas se
concentraron el jueves a las puertas de la Asamblea Nacional —dominada
por la oposición— para intentar impedir el paso a diputados y
periodistas. Incluso intentaron entrar por la fuerza en el Parlamento,
lo que fue evitado por la Guardia Nacional Bolivariana.
No dejaron entrar en el hemiciclo a algunos legisladores, y
representantes del Legislativo denunciaron que también les cortaron la
luz, por lo que tuvieron que trabajar con el auxilio de generadores
eléctricos. Pero finalmente la Asamblea pudo celebrar una sesión
consagrada a la "participación de la ciudadanía en la defensa de la
Constitución".
El Gobierno está dispuesto asimismo a recurrir al Ejército para
controlar la huelga general. El número dos del régimen, Diosdado
Cabello, anunció así que las fuerzas armadas tomarán el control de las
empresas que se sumen al paro. "Lo conversé con el Presidente, es
instrucción del Presidente: empresa que se pare, empresa tomada por los
trabajadores y por la fuerza armada, aquí no vamos a permitir bochinche
(alboroto)", sostuvo Cabello.
El propio Maduro amenazó indirectamente con confiscar a las empresas
alimentarias y farmacéuticas que secunden la huelga. "Empresa parada,
empresa recuperada por la clase obrera (...), no voy a dudar ni voy a
aceptar ningún tipo de conspiraciones", declaró.
Por su parte, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, aseguró que el
Ejecutivo fiscalizará todas las empresas productoras y distribuidoras de
alimentos y medicinas, con el fin de garantizar su distribución.
"Debemos garantizarle a nuestro pueblo que le llegue su alimento, que le
llegue su medicina, que los hospitales tengan sus insumos", declaró el
ministro, quien subrayó que "ninguna distribuidora de alimentos se puede
paralizar", por lo que exhortó a los Comités Operativos de Producción
Obrera (COPO) a que sean los propios trabajadores los que «garanticen el
funcionamiento» de las empresas.
En lo que la oposición no parece tener claras las cosas es en el diálogo
anunciado por el Vaticano para el domingo. El miércoles Capriles aseguró
que no acudirían, pero el jueves el secretario ejecutivo de la MUD,
Jesús "Chúo" Torrealba, aseguró que sí asistirán, pero con el objetivo
de buscar una salida electoral a la crisis: "Vamos a plantear un punto
central: recobrar la agenda electoral. Bien para activar el revocatorio,
o bien para celebrar elecciones generales".
Tanto Chávez como ahora Maduro han resultados malos discípulos de Fidel
Castro: no han aprendido una lección fundamental del régimen de La
Habana, que es reprimir desde el primer día, cuando el régimen está en
la cúspide de la popularidad, y no recurrir al asesinato como último
recurso sino establecerlo como principio básico. La habilidad del
Gobierno cubano ha sido evitar, mediante la represión sistemática y sin
recurrir a la violencia de último momento, que miles de manifestantes se
lancen a la calle e interrumpan las vías.
Esta capacidad para eliminar la sociedad civil, matar la esperanza en el
cubano y utilizar la represión profiláctica explica en parte el hecho de
que los manifestantes venezolanos estén en las calles pese a la fuerte
represión.
Sin embargo, hay que señalar también que frente a la represión que se
está empleando en Caracas, los actos de repudio en Cuba palidecen en
cuanto al uso de la violencia. Y pese a ello, continúan las protestas en
Venezuela.
Otro factor en la explicación de la pasividad de la población cubana
radica en Miami. Los que hemos podido hemos preferido el abandono a la
permanencia. Esta ciudad como destino. El exilio como ara y también
pedestal.
Uno de los mayores logros del gobierno de Raúl Castro ha sido la
capitalización de los inmigrantes cubanos, para los fines económicos del
régimen, sin tener que pagar un rédito político.
Cuando el líder opositor venezolano ahora detenido Leopoldo López visitó
Miami años atrás, en una breve conversación me dijo bien claro que la
lucha opositora debía desarrollarse en la calle. Ha sido consecuente con
ese propósito. Para entonces ya existía la amenaza de Maduro, de que le
estaba preparando "una celda pulidita" y que era "cuestión de tiempo"
para que la ocupara. López no se detuvo ante esa amenaza.
También en Miami se han escuchado a líderes opositores cubanos expresar
igual criterio, de que hay que tomar las calles. Pero hasta ahora no hay
resultados visibles. Salvo algunos videos que llegan de la Unión
Patriótica de Cuba (UNPACU), las protestas de la oposición no han
logrado la conquista de la calle.
Hasta el momento, el exilio como futuro —como alejamiento colectivo para
ganar en individualidad— es un aliciente mayor que un enfrentamiento
callejero. Decirlo no es un reproche ni una justificación. Es
simplemente constatar un hecho: todos somos perdedores.
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