La fiesta de los vagos
JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ | Miami | 30 Abr 2016 - 9:03 am.
Todavía uno no sabe si llorar o hacer gárgaras ante la macabra bufonada
del VII Congreso del PCC, cuando los ancianos caciques y sus
barrigoncitos aspirantes a clones se apuran para volver a la carga con
la organización de los festejos por el Primero de Mayo. El espectáculo
promete. Partida de parásitos y gandules que nunca han tirado un
chícharo, dedicándose a dar una vez más su lata sobre la necesidad de
revitalizar el proletario espíritu del trabajo y la lucha contra la
corrupción.
Sería difícil hallar en nuestro hemisferio otro país donde se trabaje
menos que en Cuba, y donde, a la vez, los trabajadores acumulen tantas
quejas y frustraciones, lo que es decir: tan pocos motivos para
celebrar. Sin embargo, cada Primero de Mayo repetimos sin falta el mismo
sketch, marchando masiva y festinadamente, sin una sola protesta ni una
sola demanda, para conmemorar el Día Internacional del Trabajo.
Cuando los historiadores o más bien los psiquiatras del futuro se
propongan estudiar este cuadro de minusvalidez general al que hemos sido
reducidos como fría estrategia de dominio, con una nación en bancarrota,
pulverizadas todas las estructuras, las tradiciones y los valores
identificativos, y, no obstante, sin ánimos y sin el menor interés por
emprender la recuperación, posiblemente concluyan que todo empezó el día
en que el trabajo perdió para nosotros su verdadera función y empezó a
convertirse, como todo lo demás, en consigna hueca. La nuestra muy
posiblemente sea la única sociedad del mundo (digamos) civilizado donde
el trabajo ha perdido su significado como propiciador básico de la
existencia y como generador del progreso, descontando, claro, su papel
en la formación moral y espiritual.
El desapego, la falta de hábito y el abierto menosprecio que manifiesta
ante el trabajo la mayoría de los cubanos —y no solo los más jóvenes,
como suele decirse— puede contar con fuertes atenuantes justificadores,
pero ello no nos impide estar situados en la cola de la civilización, ni
evita que hayamos ubicado el futuro democrático mucho más lejano de lo
que tal vez hoy estemos dispuestos a reconocer.
Podemos seguir buscándole la quinta pata al gato a la hora de explicar
por qué la mayor parte de las tierras fértiles del país permanecieron
yermas durante decenios, o por qué nuestras producciones de bienes
materiales no se acercan jamás a la suficiencia, como no sea en los
informes de la prensa oficial. Pero el motivo es uno, único por su
contundencia sobre los demás: la función del trabajo, según su real
significado, o sea, en tanto conducto para el desarrollo y herramienta
para la conquista de la independencia económica, ha sido
sistemáticamente enrarecida entre nosotros. No gracias a una larga
cadena de torpezas administrativas, como suele afirmarse, ni a fallos
más o menos graves en el sistema de educación, sino a lo trazado por un
meticuloso programa de gobierno dictatorial.
Lo que ha tenido lugar en la Isla, a lo largo de las últimas décadas, es
la institucionalización paulatina pero implacable de la vagancia como
parte de un sistema de poder que más que explotar nuestro trabajo,
eligió hacerse fuerte a costa de nuestra apatía ante la lucha por la
vida, estimulando la falta de esfuerzos y de iniciativas, premiando la
grisura de intelecto, y, en fin, amoldándonos desde pequeños en la
idiosincrasia del rehén, a quien se le asegura la vida, precariamente,
sin que tenga que mover un dedo, solo a cambio de que no se rebele.
Ni a Hitler, ni a Stalin, ni a Lenin, ni a ninguno de los ambiciosos y
envilecidos reyes o emperadores que en este mundo han sido, se les
ocurrió lanzarse con una coartada tan chapucera pero a la vez tan
efectiva para atornillarse en el poder. Quizá tampoco ninguno entre
ellos habría conseguido hacer funcionar tan bien y durante tanto tiempo
un sistema que se sostiene, sin avanzar pero sin que acabe de hundirse,
no con el trabajo de la población sojuzgada y esclavizada, ni con la
eficacia de su propia gestión económica, sino a través de la doble
subvención parasitaria: desde el exterior hacia el régimen y desde el
régimen hacia sus dominados.
Mucho se habla y escribe al respecto, pero me temo que este fenómeno no
haya sido estudiado suficientemente en todos sus resquicios como lo que
verdaderamente es: la causa primera y fundamental de nuestras desgracias
actuales y nuestra mayor hipoteca de cara a un futuro que ya se avizora
a plazo medio.
Desde luego que el trabajo deberá ser medicina de urgencia para los
males generados por casi 60 años de abulia y de múltiples involuciones
con respecto al mundo real. Pero no hay forma de que empecemos a
asumirlo con seriedad si antes no mandamos definitivamente para el
basurero de la historia a quienes, con plena conciencia, impunemente,
nos privaron de la primera y más enriquecedora entre todas las virtudes
de los seres humanos: las ganas de trabajar.
Source: La fiesta de los vagos | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1462003423_22032.html
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