La Habana detrás de sus máscaras
GABRIEL MARTÍNEZ BUCIO, México | Febrero 28, 2016
Los sitios turísticos en cualquier parte del mundo son lugares falsos
por antonomasia. Son máscaras arquitectónicas, personales,
gastronómicas... Los problemas del país se disminuyen, y los gestos y
tradiciones se exageran para complacer al viajero que observa, a veces
consciente y otras no tanto, una representación, una sinécdoque cultural
del pueblo. Sin embargo, en La Habana sucede un proceso inverso en el
que las máscaras, simultáneamente al hecho de simular, revelan rostros
más profundos... Precisamente en sus espacios turísticos, es donde se
encuentran migajas, rendijas por las que se cuela a cuenta gotas otra
realidad.
Es nuestra última noche en La Habana. Mi novia y yo estamos acostados
sobre la cama amarilla de nuestra habitación del Hotel Tritón. El aire
acondicionado cruje al máximo. Fumamos y conversamos sobre lo que hemos
visto en este viaje. Intuimos algo extraño que no encaja o parece
superpuesto. Como el Ron Bacardí en las botellas Havana Club. Y en
apenas una semana, el romanticismo que prometía la ciudad se ha ido
sofocando.
Escribo entrelíneas nuestras impresiones de aquella noche... Con puntos
suspensivos e incómodos paréntesis... De reojo, imitando el gesto de los
habaneros cuando se les pregunta cómo se vive en esa ciudad...
1) Aeropuerto: en la aduana nos recibió una criba de bellas mujeres
uniformadas de verde olivo. Su acentuada esbeltez nos recordó a las
guardaespaldas del comediante Sacha Baron Cohen en su cinta El Dictador
(2012). ¿Qué quieren hacer pensar al visitante con esta deliberada fatuidad?
2) Algo que aliviane: La Habana es un lugar seguro para los turistas,
detalle que se agradece viniendo de la creciente inseguridad de la
Ciudad de México. Por sus calles, no advertimos miseria como en muchos
puntos de nuestro país. Sin embargo, de alguna manera, la cotidianidad
de los habaneros está rebajada a una especie de vagabundeo. Por
debajo-de-la-mesa, existe una ávida persecución por el dinero o "por
algo que los aliviane" como productos de higiene personal... jabones,
rastrillos, desodorantes o champús.
3) Máscaras: nos advirtieron que una mulata se acercaría con el cuento
de un hijo enfermo y nos pediría comprarle leche en polvo en alguna
tienda: "Es un truco, la leche se la dan a un padrote que la revende por
plata". En efecto, sobre la calle Obispo, varias negras aparecieron con
insistentes relatos sentimentales. Quisimos caer en la trampa para
experimentar el otro lado de la mentira. ¿Qué cosas revelaban sus
representaciones? ¿A qué trabajos o sueños renunciaban para subsistir
interpretando este teatro? Recordé aquella escena de La vida de los
otros (Florian Henckel, 2006): "La he visto en el escenario. Allí era
más ella misma de lo que lo es ahora."
4) Farsa: Como si estuviera preestablecido, los taxistas nunca abandonan
la misma ruta (Quinta Avenida, Malecón, Túnel, Habana Vieja), pero
cuando a mitad del trayecto se pide ir a otra dirección, se molestan y
revelan un desconocimiento de calles no turísticas. Actitud semejante
encontramos en las personas que te cuentan los mismos lugares comunes de
la revolución ("vas bien Fidel", la paloma; los mitos del Che y Camilo).
Sin embargo, si durante la conversación preguntas sobre su día-a-día...
el titubeo... la mirada hacia los lados... recurren a la cantaleta
"tenemos educación, salud... no lo cambiamos por nada". Da la impresión
de estar dentro de Truman show (Peter Weir, 1998).
5) Hologramas: las cicatrices de los balcones y los edificios coloniales
carcomidos por el salitre, obligan al turista a usar más la imaginación
que la vista. No sólo se esboza cómo fue (y cómo sería) el esplendor
arquitectónico de esa ciudad, sino qué conversaciones sostendría con los
habaneros en otras circunstancias, donde no estuvieran ocupados en esa
vertiginosa búsqueda monetaria. Entonces, el viajero se afantasma, se
siente una especie de holograma parado al mismo tiempo en los años
cincuenta y en 2016.
– Es como estar en La invención de Morel, de Bioy Casares, dijo mi novia.
– Sólo que esto es La invención de Fidel, contesté, así, con cursivas
novelescas.
6) ¿Lezama?: las librerías están llenas de discursos y memorias
oficiales, pero es prácticamente imposible encontrar autores como Lezama
Lima, Cabrera Infante, o los primeros cuentos de Leonardo Padura.
7) Detalles de nuestro hotel: un rollo de papel higiénico a la mitad, la
cortina del baño recortada en la parte final, la manija de la puerta que
abre hacia arriba, manchas de humedad en las sábanas, el secador de
cabello instalado sin conector para la electricidad, el chirrido
soviético de los elevadores (nunca supimos el sonido de los otros dos
porque no funcionaban), la zombilencia de los empleados, pisos enteros
abandonados... ¿Parte del folklore caribeño o pequeños resquicios para
asomarnos tras bambalinas?
8) Orwell y Welles: en una tabaquería colgaban retratos de Churchill y
Orson Welles. Después de que la dependienta culta –que hablaba ruso– nos
explicó la relación entre los Romeo y Julieta y el ex-primer ministro
británico, pregunté cuáles eran los puros favoritos de George Orwell. La
dependienta frunció el ceño y sentenció no saber quién era. Entonces me
di cuenta que al confundir el apellido del cineasta con el autor de 1984
(apenas hace una semana levantaron la censura del libro), se
manifestaron los límites oficiales de la cultura.
9) Virgilio: Ylian había renunciado como profesor porque los 15 dólares
mensuales del gobierno eran una penuria. Ahora era dueño de una paladar
cerca de La Catedral, y fue nuestro Virgilio por La Habana Vieja. Como
agradecimiento, le regalamos jabones, rastrillos y unos frascos de
barniz para uñas. Su felicidad extrema tenía un dejo de tristeza. "¡Uy,
lo que me toca esta noche! ¡Se va a poner contenta!", decía evocando a
su esposa. ¿No era extraño que un hombre de cuarenta años, propietario
de un restaurante, se pusiera tan alegre por unos cuantos artículos de
limpieza y estética personal?
10) Publicidad: la ausencia de anuncios publicitarios en las avenidas
ofrece un descanso visual para los que estamos acostumbrados al
bombardeo diario de las marcas. Sin embargo, a los pocos días,
advertimos que su lugar está ocupado por monumentales con la iconografía
apostólica de la revolución.
11) Un detalle extraño: las nubes nunca se posan encima de La Habana,
sino que desde el Malecón se pueden contemplar a lo lejos.
La vida en La Habana se desenvuelve a su propio ritmo, como si se
invirtiera la sentencia de Heráclito. Se perciben signos carcelarios
–internet controlado, pequeñas estafas, desconfianza para expresar
opiniones políticas– pero no hay alteración de las costumbres. Los
negocios abren, los ómnibus paran en las esquinas, los aviones
aterrizan, la música suena y suena... Todo parece normal pero existe una
extraña ambigüedad en la conciencia de lo que está pasando. Como aquel
grito que soltó Ylian en La Habana Vieja: "¡Aquí estamos jodidos, pero
somos felices!"
Source: La Habana detrás de sus máscaras -
http://www.14ymedio.com/opinion/Habana-Entrelineas_0_1949805013.html
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