El lenguaje en la lucha por la democratización
PEDRO CAMPOS, La Habana | Septiembre 01, 2015
Si para usted revolución es alzarse armado en una loma y enfrentarse a
tiros al poder, para uno de sus interlocutores es un acto en el que las
masas lanzadas a la calle cambian un Gobierno e imponen otro y para un
tercer participante, es el proceso de cambios en las relaciones de
producción, usted y sus otros dos interlocutores difícilmente se pondrán
entender en cualquier discusión sobre el tema.
Lo mismo podemos decir con relación a socialismo, capitalismo,
democracia y otro conjunto de términos fundamentales de la política
actual. Va siendo muy necesario que nos pongamos de acuerdo primero en
qué entendemos por cada uno de esos vocablos si pretendemos llegar a
acuerdos más generales. Lograrlo implica abrirse a las posiciones
diferentes.
Así mismo, podemos hablar de un lenguaje positivo y de un lenguaje
negativo. Cuando alguien se manifiesta a favor de algo puede ser
escuchado por el que no piensa igual y este puede encontrar puntos de
coincidencia. Pero si una persona o grupo se define como contra tal
cosa, se empieza por decir "estoy totalmente en desacuerdo contigo",
"usted está totalmente equivocado", "con usted no hay nada que
conversar". De hecho, se está asumiendo una actitud de oposición y
enfrentamiento que le impide acercarse e interactuar directamente sobre
esa tal cosa o persona.
Para los anti, los que están en contra de, la solución generalmente está
en la eliminación del contrario, de lo que se adversa y no en su
asimilación, en su disolución en algo nuevo y todo se subordina a esa
eliminación, especialmente los métodos para lograrlo.
Cuando la finalidad es acabar con el contrario, el objetivo en sí
determina cómo hacerlo y obliga a métodos de supresión, al uso de la
violencia. En consecuencia, se genera casi siempre una fuerza natural de
reacción en el objeto que se pretende suprimir; fuerza que muchas veces
resulta superior a la que se le opone y por tanto termina derrotando al
anti.
El estudio de la historia demuestra que si ciertamente se lograron
muchos cambios por medio de la violencia, en la práctica esos cambios
venían ya desarrollándose y sedimentándose; solo que los interesados en
provocarlos aceleradamente acudían a la violencia para lograr sus
objetivos y acabar con el contrario.
También la historia nos enseña que muchos de esos cambios violentos no
eran firmes, duraderos, porque precisamente habían sido precipitados
–todavía no se habían creado las condiciones adecuadas para su pleno
desarrollo– y solo podían ser sostenidos por la violencia continuada.
Cuando la violencia se deja de ejercer en tales condiciones,
generalmente los cambios son revertidos. Ergo: cambios impuestos,
cambios reversibles.
No es asumiendo una posición anticastrista, anticomunista,
contrarrevolucionaria, o como quiera llamársele, que los interesados en
democratizar la sociedad cubana van a conseguirlo. Entre una posición
anti-algo y la democracia hay contradicciones insalvables, precisamente
porque el anti implica supresión, eliminación y la democracia no trata
de supresiones ni de exclusiones, sino de concertación de posiciones
incluso contradictorias, de inclusiones, de tener en cuenta los
intereses de todos.
Uno de los grandes maestros de la diplomacia cubana, el profesor
D'Estéfano, fallecido ya hace años, en una de sus clases sobre
negociaciones nos enseñaba, allá por los setenta, su "teoría de la
jamonada": en una negociación no se puede obtener todo de una vez, como
usted no puede comerse un tubo de jamonada de un bocado, pero si lo va
cortando lasquita a lasquita, se lo puede comer todo.
En esto de la democratización de Cuba, quienes han tratado de comerse la
jamonada de un solo viaje han caído siempre en un grave error que los ha
llevado al fracaso. No, señores. Esto hay que lograrlo paso a paso.
Tampoco "con muchas pausas y sin ninguna prisa", pero sí negociando,
logrando avanzar poco a poco, no imponiendo posiciones, ni mucho menos
tratando de suprimir al contrario.
La democracia también puede ser reversible cuando se impone, cuando no
ha sido precedida de un proceso de sedimentación educativa, social y
económica. Es lo que hemos visto en muchos países donde los gobiernos
llegados al poder por vías democráticas actúan parecido a otros que
llegaron por vías violentas y terminan secuestrando el poder del pueblo
para fines partidocráticos o de elites.
Es hora de que los que se consideran sinceramente luchadores por la
democracia en Cuba empiecen a actuar con más consecuencia, inteligencia
y cordura, que piensen más en la forma, el método para conseguir sus
objetivos, antes que seguir asumiéndose contrarios, anti, enemigos del
poder establecido y vez de pretender su eliminación, buscar la forma de
negociar con él un proceso de democratización que lo involucre, algo que
en definitiva a todos conviene.
Pero si se parte de que no habrá democracia si primero no se acaba con
la tiranía castrista, entonces no habrá negociación, no habrá acuerdo,
no habrá un proceso de paz, no llegará la ansiada democracia. ¿Por qué
ven ese objetivo como precondición y no como resultado, donde todos
terminarán cambiando?
Lanzo estas ideas ahora que muchos estamos tratando de ponernos de
acuerdo sobre la forma de hacer avanzar un proceso de democratización en
Cuba. Si todos los interesados en la democracia en la Isla no aprenden
estas lecciones de la historia, quizás tengan que disponerse a continuar
firmes 50 años más en sus "posiciones anticastristas".
Desde el movimiento por un socialismo democrático, vengo respaldando la
idea de un diálogo que nos incluya a todos los cubanos, también a los
interesados dentro del Gobierno-partido-Estado, sin que nadie lo
hegemonice, donde trabajemos todos por la democratización de la sociedad
cubana. Y si alguien quiere quedarse fuera de este proceso por propia
voluntad, será su responsabilidad.
En esta lucha por la democratización, subordinamos muchos otros puntos
de nuestro programa a ese objetivo que ahora consideramos primario y
supremo. Esperamos que todos los interesados sinceramente en este
proceso tengan en cuenta ese principio elemental de la concertación.
Y preciso concertación porque no es lo mismo "concertar", "juntarse"
–decía Martí– manteniendo la identidad y buscando puntos de
coincidencias, que unirse o fundirse homogéneamente en algo que después
solo sirva a grupos hegemónicos y a la larga termine porque sus
contradicciones internas no se desarrollaron adecuadamente y se trató de
cortarlas "por el bien de la unidad". ¿Es necesario recordar chascos
recientes de nuestra historia en este sentido?
Por el bien de los esfuerzos que se vienen realizando, nadie trate de
imponer camisas de fuerza; nadie trate de distorsionar los contenidos de
las palabras. Nadie trate de imponer liderazgos personales. Si tenemos
problemas en el lenguaje y la semiótica, pongámonos primero de acuerdo
sobre eso y después discutamos los temas. Negociar, negociar y negociar
es lo que deberíamos.
Recientemente se constituyó en La Habana la Mesa de Unidad de Acción
Democrática (algunos preferíamos otro nombre) y en Puerto Rico se
realizó un importante encuentro de muchos interesados de dentro y de
fuera en alcanzar la democracia en Cuba. A fin de que esos esfuerzos de
concertación realicen una contribución positiva al proceso de
democratización, habrá que tener en cuenta todas esas enseñanzas históricas.
Para lograr que las fuerzas más positivas del Gobierno-partido-Estado no
vean "al enemigo" en estos movimientos y busquen formas para su
interacción, lo primero es no presentarse como tales y asumir una
posición proactiva.
Source: El lenguaje en la lucha por la democratización -
http://www.14ymedio.com/opinion/lenguaje-lucha-democratizacion_0_1844215577.html
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