Saturday, July 12, 2014

La sana lucha por la desigualdad

La sana lucha por la desigualdad
CARLOS ALBERTO MONTANER, Julio 12, 2014

Comienzo por una anécdota. Me la relató la protagonista, una excelente
médico cubana, especialista en implantes cocleares encaminados a
devolverles la facultad de oír a niños sordos.

Hace unos cuantos años, al volver de las vacaciones, la esperaba el
moralizante comité del Partido Comunista del hospital donde trabajaba.
Se proponían reprenderla. Ella no sabía por qué. Pronto lo supo. Era
culpable de una conducta impropia del socialismo: se había creado fama
de ser la mejor cirujana en su especialidad. Se había destacado.
¿Existía alguna prueba? Por supuesto: sus pacientes prefirieron
esperarla y durante su ausencia se negaron a ponerse en las manos de
otros médicos.

La acusada escuchó pacientemente la regañina. Le explicaron que la
revolución preconiza el trabajo en equipo y es refractaria al éxito
egoísta de los individuos, práctica que aparentemente pertenece al
ámbito del capitalismo despreciable.

La doctora replicó que nada había hecho para seducir a sus pacientes,
salvo ser buen médico, pero secretamente tomó la decisión de escapar de
un país dispuesto a castigar la excelencia en nombre del igualitarismo
revolucionario. Desde hace unos años ejerce su profesión muy
exitosamente en Miami.

Relato esta historia porque hoy, mientras los gobiernos, los partidos
políticos y numerosos pensadores, colectivistas y no colectivistas, se
preocupan por reducir la desigualdad, satanizan el lucro y esgrimen como
bandera el Índice Gini, con el que suelen azotar a quienes se han
enriquecido, los individuos, por la otra punta del análisis, luchan por
descollar y acentuar las diferencias sociales.

Tienen razón los individuos. Tratar de sobresalir, intentar destacarse,
luchar por ser mejores que los demás, diferentes a ellos, incluso más
ricos, forma parte de la naturaleza humana y a todos nos conviene que
así sea. Reprimir ese impulso, condenarlo moralmente e intentar igualar
a los individuos es el camino más corto al fracaso general.

Más aún: como sabe cualquiera que haya observado con cierto cuidado el
comportamiento de las personas normales, eso es lo común, lo sano, lo
que nos impulsa todos los días a trabajar y a vivir. Sin ese estímulo
íntimo, rabiosamente individualista, se genera el aniquilamiento del yo,
diluido en medio de una pastosa marea de seres más cercanos al enjambre
de abejas idénticas que a la especie competitiva, alerta y desigual a la
que pertenecemos.

La autoestima, tan importante para el equilibrio emocional, depende de
eso. Quienes están satisfechos consigo mismo poseen más posibilidades de
ser felices y de crear riqueza para ellos y para beneficio del entorno
en el que viven. Por el contrario, la sensación de mediocridad, y más
aún de una cierta inferioridad relativa, suele abatir a quienes la sufren.

Cuando la depresión no tiene una causa fisiológica –un desequilibro
hormonal o químico—el origen hay que buscarlo en el terreno oscuro de
una autopercepción negativa. Son esas personas que no pueden o quieren
levantarse de la cama a luchar porque su ego ha sido aplastado, y ni
siquiera entienden qué les ha sucedido, más allá del malestar que las
agobia.

Se equivocan los gobiernos, los partidos políticos y las instituciones
religiosas en tratar de demonizar y penalizar la desigualdad. ¿Qué
hacemos, intuitivamente, con quienes se destacan? En general, los
admiramos. Los declaramos héroes y, si se tercia, los enriquecemos con
nuestras preferencias. Puede ser un guerrero valiente, un artista
excepcional, un deportista triunfador. Puede ser una persona dedicada a
la filantropía, como la Madre Teresa, o a la creación de empresas, como
Steve Jobs.

El héroe es alguien extremadamente desigual que ha realizado una hazaña
poco común y eso lo convierte en un modelo ideal de comportamiento. A
nadie le molesta (o debiera molestarle) que en procura de su
singularidad el héroe llegue a convertirse en una persona muy rica,
infinitamente más que la media, como sucedió con Picasso, con Bill
Gates, con el tenista Rafa Nadal, con la cantante Beyoncé y con los
miles de triunfadores que en el mundo son y han sido.

La palabra logro viene de lucro. La creación de riqueza, cuando ha sido
ganada limpiamente, es una forma de merecido reconocimiento. El lucro no
es un pecado, ni el logro debe ser un delito o un comportamiento
censurable. Quien se destaca y triunfa, por el contrario, merece nuestra
admiración, nunca nuestro desprecio.

Source: La sana lucha por la desigualdad -
http://www.14ymedio.com/opinion/opinion_0_1594640527.html

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