Wednesday, November 9, 2011

Mi vecino el coronel

Mi vecino el coronel
Miércoles, Noviembre 9, 2011 | Por Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – Anoche mi vecino el
coronel no me dejó dormir. Celebraba una fiesta en su casa. Pasaron las
doce, la una, las dos de la madrugada y todavía se escuchaban gritos,
fuertes pasos, choques de vasos y música. No las congas de Ricardo
Leiva, las canciones de Polo Montañés, del Guayabero, o melodías de la
Nueva Trova. Al viejo coronel y a su familia les gusta el rock, el
reggaetón y el hip hop. Era lo que se escuchaba a diez cuadras a la redonda.

Seguramente como yo, otros vecinos se extrañaban de tanto jolgorio, y
sobre todo, de la música, porque el coronel, circunspecto y serio como
el Morro de La Habana, de carácter introvertido y callado, jamás dio la
impresión de ser un tipo tan guarachero.

Pero el coronel se divertía de lo lindo mientras sus vecinos, sobre todo
yo que vivo frente por frente a su casa, no podíamos dormir de tanto
escándalo, y algunos lo veíamos saltar y bailar a través de su ventana.

Los vecinos padecimos la fiesta del militar, resignados porque sabíamos
que no había nada que hacer, sólo esperar a que el coronel decidiera
darla por terminada. Llamar a la policía, como se acostumbra en el resto
del mundo civilizado, hubiera sido una pérdida de tiempo.

Decía mi padre, fallecido en el exilio con más de ochenta años y racista
como mucha gente de su época, que "cuando más de dos negros se juntan se
forma la de San Quintín". Me acordé de mi padre entonces, porque en la
casa del coronel había más de dos y fue grande lo que se armó. Y eso que
su casa es pequeña.

Lo veo todas las tardes cuando sale a buscar sus panecillos crudos y
malos de la libreta de racionamiento; compra primero que nadie el pésimo
arroz de la casi desaparecida libreta y hace su cola para comprar la
bolsita de yogurt de las pocas que sobran después que las reparten a
los niños mayores de siete años, a los que ya les han quitado la cuota
de leche de vaca.

A las tres se acabó la fiesta. Di gracias a la vida y me dormí,
preguntándome si sería su cumpleaños o el de su mujer, porque ese 29 de
octubre, según la prensa, nada especial ocurrió.

A la mañana siguiente a la fiesta el coronel no salió temprano como es
su costumbre, con su paso como cansado y lento por la acera, bien
uniformado de verde olivo y con sus muchas estrellitas en los hombros y
en la gorra, saludando a algunos con un ligero y tímido gesto de cabeza
y esa sonrisa suya, tan indescifrable.

http://www.cubanet.org/articulos/mi-vecino-el-coronel/

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