Monday, November 14, 2011

Erotismo, literatura y política

Erotismo, literatura y política
14-11-2011.
Carlos Alberto Montaner
Escritor, periodista y político

(www.miscelaneasdecuba.net).- A mediados de este año publiqué La mujer
del coronel, mi tercera novela . Cuento en ella la historia de un
adulterio y sus trágicas consecuencias. Una atractiva señora, Nuria
Garcés, de unos cuarenta años, psicóloga, profesora, casada y
razonablemente enamorada de su marido, un coronel cubano de Tropas
Especiales, Arturo Gómez, con el que lleva más de dos décadas de
convivencia, viaja a Roma por una semana para dar una conferencia y allí
inesperadamente surge un romance con un viejo lingüista italiano,
Valerio Martinelli, quien estudia las huellas del lenguaje erótico en el
cerebro.

El objetivo de Nuria cuando voló a Italia no era entablar una relación
extramarital con nadie, pues ni siquiera estaba particularmente
insatisfecha con su esposo, pero ocurrió. El coronel, que está peleando
en África, se entera del affair de su mujer porque los servicios
secretos cubanos se lo cuentan con lujo de detalles. Le entregan todas
las pruebas de la infidelidad en un sobre amarillo, incluidas unas
tórridas cartas escritas por el amante. Como es la costumbre de esa
curiosa tribu machista, le exigen al militar que se divorcie o abandone
las Fuerzas Armadas y el Partido Comunista. En Cuba no es posible que un
dirigente de la revolución, si es varón, acepte o perdone las
"traiciones" de su cónyuge. En ello se juega el "honor de la
revolución", virtud aparentemente alojada en los genitales femeninos.

Hasta aquí la anécdota. No cuento el final de la novela porque intento
sorprender al lector. La historia, en suma, se puede relatar en un
minuto. Pero la anécdota oculta que el gran tema del libro, en realidad,
no es el adulterio, sino la libertad. En este caso, la libertad
afectiva, controlada y reprimida por un Estado que se adueña del corazón
de los ciudadanos, y de su entrepierna, y decide a quiénes y cómo deben
amar las mujeres, especialmente las que están vinculadas a los
dirigentes y, de paso, establece el carácter abominable de cualquier
comportamiento que vulnere el voto de exclusividad sexual que las
mujeres de los dirigentes (no los hombres) deben suscribir obligatoriamente.

Sin la menor compasión, y sin vestigios de respeto por la intimidad de
las personas, los grandes verdugos de esta mutilación de la libertad son
los servicios secretos, dedicados a vigilar el comportamiento de las
mujeres, consagrándose luego a la brutal manipulación de los
sentimientos del marido, quien se ve conminado a elegir entre la
revolución y la mujer a la que ama, sin concederle la menor oportunidad
para que intente entender las necesidades psicológicas y emocionales que
tuvo su compañera para abandonar, acaso provisionalmente, la fidelidad
que le debía.

Erotismo

La novela, según han señalado los críticos, está cargada de erotismo. Es
verdad. Así me propuse escribirla. Para explicar la atmósfera en que
ocurrió el adulterio era importante que al lector percibiera la carga de
sensualidad que vivieron los amantes. No quería que la narración fuera
una pura especulación intelectual, sino que apelara a los sentidos de
quien recibe la historia. No es, pues, una novela erótica, pero sí es
una novela cargada de erotismo, con un intenso toque de thriller, lo
que, a mi juicio, acaso aumenta su eficacia comunicativa y permite
debatir, sin forzarlo, uno de los asuntos más importantes que contiene:
hasta qué punto el Estado tiene derecho a adueñarse del corazón (y de
los genitales) de las personas.

En todo caso, uno de los nudos de tensión que recorren la historia de
Occidente, esa vasta civilización a la que pertenecemos, es el erotismo.
Nuestros abuelos griegos le dieron una enorme importancia, como se
refleja en esa curiosa teología poblada de dioses promiscuos y
divertidos de donde procede, precisamente, Eros, el dios del amor, hijo
nada menos que de Afrodita, y protagonista de una turbulenta pasión en
la que, como es frecuente, hay traiciones e infidelidades de todo género.

Los romanos, que tomaron casi todo de los griegos, incluidos los dioses,
a los que domesticaron nombrándolos a su manera (Eros se convirtió en
Cupido, Afrodita en Venus y así hasta prácticamente duplicar el
panteón), abandonaron el culto pagano por el erotismo cuando, a partir
del siglo IV, adoptaron la sombría visión de las relaciones de pareja
propuesta por la tradición judeocristiana y convirtieron la castidad en
una virtud y a la mujer en una tentación demoniaca de la que era
preferible escapar para encontrar la salvación eterna. A Dios, no se
sabe exactamente por qué, le mortificaba que los seres humanos gozaran
de los placeres carnales y, en cambio, le regocijaba que se abstuvieran
de disfrutar de ellos, expectativa divina, por cierto, que sólo afectaba
a la especie de los homo sapiens. Las demás criaturas estaban exentas de
esas extrañas limitaciones.

Literatura

No obstante, esas prohibiciones han generado y potenciado una valiosa
literatura centrada en la descripción de las caricias eróticas y de las
transgresiones que ha tenido el fervor (casi siempre secreto) de todas
las sociedades. La gran literatura medieval española, por ejemplo, en el
siglo XIV tiene su mejor expresión en el Libro de buen amor escrito por
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y a fines del siguiente, exactamente en
1499, con La Celestina de Fernando de Rojas inaugura gloriosamente el
Renacimiento.

¿Por qué el recurrente éxito de la literatura que cuenta con elementos
extraídos del erotismo? No es posible en un breve texto periodístico
analizar con profundidad este fenómeno, pero todas las expresiones
comunicativas (no sólo las literarias) se construyen para tener un
efecto emocional. Cuando alguien llega a una reunión de amigos y dice:
"no saben lo que acabo de descubrir" y cuenta una historia escabrosa o
divertida, lo hace para preocuparlos o entretenerlos. Busca un impacto
emocional en el interlocutor.

Contamos historias para hacer llorar, para alegrar al lector y conseguir
que se ría, para que se espante de miedo, para que se llene de cólera o
de compasión, para que medite, para que el patriotismo lo conmueva. A
veces, como en el caso de la literatura erótica, o que contiene ciertos
pasajes eróticos, lo hacemos para que se excite y experimente las mismas
sensaciones por las que pasan los personajes de ficción.

El marqués de Sade con su Justine, acusado por esa novela de "demencia
erótica"; D.H. Lawrence con su El amante de Lady Chatterely; Anaïs Nin
con sus Diarios biográficos; Vladimir Navokov con su Lolita y así hasta
Mario Vargas Llosa con su Travesuras de la niña mala, cientos de muy
notables autores han escrito valiosas ficciones de maneras muy
explícitas con el objeto de explorar la sexualidad humana y estimular la
líbido de los lectores como parte de un difícil ejercicio literario.

Política

Generalmente, esas transgresiones, convertidas en creaciones literarias,
han tenido un altísimo costo para los escritores. El marqués de Sade
cumplió 27 años de reclusión por cultivar las fantasías sexuales y
mezclarlas con la literatura y la realidad. El Índice de Libros
prohibidos por el Vaticano duró hasta 1966. En la última lista figuraban
4000 títulos, y ahí comparecían y eran rechazados autores como Víctor
Hugo, Balzac, Anatole France, Emil Zola, Jean-Paul Sartre y hasta un
libro picaresco y delicioso como el Lazarillo de Tormes.

En realidad, nunca han faltado los censores. Unas veces los
perseguidores han sido los gobiernos, monárquicos o republicanos, o las
tiranías, generalmente pacatas e hipócritas, otras la Santa Inquisición
o las organizaciones laicas de la sociedad civil dedicadas a preservar
las "buenas costumbres".

No obstante, de la misma manera que el italiano Benedetto Croce —ése
pilar del pensamiento liberal— explicó la aventura de la civilización
como la lucha constante y creciente por la libertad, es posible
inscribir en esa batalla infinita el permanente combate de escritores y
artistas por expresar libremente todo lo concerniente a la sexualidad y
al erotismo.

Tal vez ello forma parte de la lucha por conquistar la soberanía sobre
el propio cuerpo. Quienes defienden el derecho a una muerte digna,
libremente escogida por las personas decididas a morir, plantean algo
difícilmente rebatible: vivir es un derecho individual, no una
imposición social de obligatorio cumplimiento.

Lo mismo puede decirse de las mujeres que plantean que es a ellas, como
individuos, y no a la colectividad, quienes pueden y deben decidir si
llevan o no en su vientre durante nueve meses el feto concebido. De la
misma manera que no es el grupo, sino cada individuo, quien puede
definir cuáles son sus preferencias sexuales y cómo y con quién disfruta
de los placeres íntimos.

En ese sentido, resulta conmovedora una reflexión del ex campeón mundial
de boxeo Emile Griffith, notoriamente bisexual, quien mató a golpes en
el ring a Benny Kid Paret, un gran boxeador cubano, cuando expresó que
le resultaba paradójico que muchos lo admiraran por haber asesinado a un
hombre sobre un ring, mientras lo despreciaban por amar a otro hombre
sobre un lecho.

Tal vez una de las grandes conquistas políticas del siglo XX y lo que va
del siglo XXI es haber limitado significativamente la capacidad del
Estado para interferir en las decisiones éticas y estéticas de los
individuos. De alguna manera, escritores y lectores son los dos factores
únicos de un acuerdo tácito entre individuos libres que no desean ni
requieren la mediación de terceros.

Probablemente al escritor austriaco Felix Salten, de haber nacido varias
décadas más tarde, y de gozar de la libertad de que hoy disponemos, al
menos en ciertas culturas, hoy sería reconocido y acaso admirado como el
autor de Josephine Mutzenbacher (1906), una escabrosa novela erótica, y
no como quien muchos años más tarde redactó la dulce historia de Bambi
(1939), el cervatillo huérfano que Walt Disney inmortalizó en una cinta
animada.

Entre aquella novela oculta y censurada y nuestros días, la libertad
creativa ha dado un paso enorme. Escritores y lectores, al despojarse de
la censura del Estado y del peso agobiante de la sociedad, han
conseguido comunicarse con menos hipocresía, estableciendo un diálogo
entre individuos. Eso es magnífico.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=34260

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