Tuesday, November 22, 2011

Acompañar y servir. No prevalecer

Iglesia Católica

Acompañar y servir. No prevalecer

Entrevista a Roberto Veiga González, editor de Espacio Laical

Luis Manuel García Méndez, Madrid | 22/11/2011

Roberto Veiga González (Matanzas, 1964), jurista de profesión, comenzó a
colaborar en el proyecto de la revista Espacio Laical el 29 de junio de
2005, y el 21 de diciembre del mismo año se convirtió en su editor. Es
profesor del Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Dado que
Espacio Laical está protagonizando buena parte del debate teórico que se
está produciendo en la Isla en este momento de inflexión de su historia,
y al renovado papel de la Iglesia Católica en ese debate, le hemos
propuesto un cuestionario que toca varios temas clave para el destino de
la nación.

Estimado Roberto, uno de los sucesos posiblemente más dañinos para la
nación cubana fue la abolición de la diversidad en la prensa ocurrida a
inicios de los 60. Ello suprimió un importante observatorio crítico del
devenir insular que, a los efectos sociales, juega el mismo papel que
las llamadas células avisadoras en el organismo. Salvo contadas
excepciones en ciertos momentos del último medio siglo, la prensa
oficial cubana se ha comportado como un buró de agitación y propaganda.
En ese clima, todavía imperante, aparecen algunas revistas católicas
como Palabra Nueva, Vitral y Vivarium, de mediados de los 90, y Espacio
Laical (2005), por citar algunas. Obviamente, ellas no existirían sin la
feliz conjunción entre el interés y la profesionalidad de sus editores y
el apoyo de la Iglesia Católica. ¿En qué medida ha sido un proyecto de
sus editores que ha recibido el apoyo de la Iglesia, o una política de
la Iglesia que ha convocado a los editores? ¿En qué medida esta nueva
prensa y su implicación en los temas sociales ha sido aceptada por el
Gobierno y qué obstáculos ha tenido que sortear?

Roberto Veiga González (RVG): La diversidad de análisis, de criterios y
de propuestas siempre enriquece la vida nacional, pues constituye una
posibilidad para advertir las fallas que dañan el devenir social y
encauzar nuevos rumbos que puedan conducir al país hacia una mayor
prosperidad y un mayor equilibrio. Esto es posible, únicamente, cuando
existe un potente y responsable entramado de entidades ciudadanas que
constituyen la sociedad civil —sindicatos, y otras asociaciones de
profesionales, de estudiantes, de campesinos, de vecinos, entre otras
(siempre autónomas y democráticas)—, y la sociedad política —una
pluralidad de partidos políticos, así como mecanismos para que los
ciudadanos controlen el cumplimiento de la constitución, el desempeño
del parlamento y la gestión del gobierno, entre otras maneras—. Y la
prensa resulta un medio indispensable para socializar los análisis, los
criterios y las propuestas, así como las gestiones de toda esa
diversidad. En tal sentido, los medios de comunicación tienen que ser
tan plurales como plural sea cada sociedad.

En Cuba no ha sido así en los últimos cincuenta años. Hemos vivido en un
sistema socio-político que se fundamenta en la dirección de una
"vanguardia". Y esta, como un resultado de esa lógica, es quien asume el
derecho único de pensar el país —aun cuando tolere otras opiniones y en
algunos momentos haya efectuado ciertas consultas a la ciudadanía—. Esta
premisa de los ideólogos del socialismo de Estado —ya fracasado
históricamente— ha empobrecido las potencialidades de nuestra sociedad
y, por supuesto, el desempeño de la prensa. Si bien es cierto que, en
determinados momentos, ha sido posible encontrar en alguna prensa
escrita (Juventud Rebelde, por ejemplo) y en ciertos espacios de la
radio —en muy escasas ocasiones a través de la televisión— algunas
expresiones autónomas del sentir de los ciudadanos. También se hace
necesario destacar el surgimiento, en la década de los 90, de
publicaciones importantes que disfrutan de una juiciosa autonomía en
relación con los preceptos ideológicos imperantes, como son las revistas
Temas, La Gaceta de Cuba y Criterios. Y, más recientemente, la llegada
de Internet, el correo electrónico y la memoria flash han contribuido
—enormemente, aunque solo en un sector de la población— a ampliar y a
democratizar el acceso a la información y el espacio de debate.

En medio de esa realidad, y de manera muy especial en el brevemente
esbozado contexto de los años 90 y de los 2000, han ido surgiendo y
consolidándose las publicaciones de la Iglesia Católica. Con ello, la
Iglesia pretende poseer sus propios medios para desarrollar la misión
evangelizadora, en la cual se integran todos los temas: espirituales,
culturales, familiares, sociales, económicos y hasta políticos, pues
todos los ámbitos de la vida son constitutivos de la naturaleza humana y
comprometen la realización de cada persona —criatura de Dios, por quien
debe velar la institución religiosa—.

Por lo general, las publicaciones —entre las cuales se encuentran las
que mencionas— no surgieron por una disposición que emanara solamente de
una iniciativa estratégica de la correspondiente jerarquía eclesiástica
(el Arzobispo de La Habana en los casos de Palabra Nueva,Vivarium y
Espacio Laical, y el Obispo de Pinar del Río en el caso de Vitral). Más
bien, los pastores convocaron a la búsqueda de nuevos medios para la
acción de la Iglesia en la sociedad cubana y fueron apoyando los
proyectos que lograron surgir, allí donde germinaron ciertas condiciones
que lo favorecían.

Esta nueva prensa, en sus inicios, fue vista como un peligro, pues para
algunos podía constituir una competencia desestabilizadora. Así pensaron
muchísimas de las autoridades, y algunos que no poseían cargos
políticos, estatales o gubernativos, sino ciudadanos medios —llamados
revolucionarios— que concebían el devenir social desde una ortodoxia
estalinista muy poco abierta a lo diverso. Esto, como es obvio, ha
provocado inconvenientes, entre los cuales se encuentran: la suspicacia
y el disgusto ante diferentes opiniones aparecidas en estos medios y la
amonestación a algunos colaboradores por los criterios vertidos, así
como la advertencia a intelectuales que se desempeñan en instituciones
oficiales para que no escriban en nuestros medios. Sin embargo, esta
realidad ha ido cambiando gracias a la apertura por parte de muchos y a
la labor transparente y constructiva, nada desestabilizadora, que ha
marcado el desempeño de la generalidad de estas publicaciones.

Hoy, Espacio Laical es un referente imprescindible para comprender la
sociedad cubana y su devenir, los conflictos más candentes y los debates
que prefiguran el destino de la nación. Observo una paulatina
transición, desde sus comienzos hasta hoy, en el énfasis: desde los
temas inherentes a la comunidad católica cubana, hacia los temas que
atañen a toda la nación y su destino. Al mismo tiempo, es evidente,
desde el diseño hasta los contenidos, así como el nivel de los
colaboradores, una acentuada profesionalización. ¿Qué factores humanos y
materiales han propiciado ese cambio? ¿Cómo ha repercutido todo ello en
el alcance de la publicación, su distribución en la Isla, la ganancia de
nuevos lectores, no obligatoriamente dentro de la comunidad católica, y
las relaciones con el Estado?

RVG: Los católicos debemos servir al prójimo y nuestro prójimo más
cercano es el cubano que sufre y que para conseguir sus anhelos necesita
sanarse y reconciliarse consigo mismo y con el otro. En tal sentido, la
revista debe ofrecer a Jesucristo, para que todo aquel que alcance a
tener fe pueda renovarse humanamente. Por ello estamos obligados a
dedicar un bloque de la publicación a temas espirituales, teológicos y
filosóficos-religiosos. Sin embargo, no hemos conseguido articular
debidamente este espacio; lo cual constituye un reto.

Por otro lado, nos percatamos muy pronto de que también debíamos
trabajar en otra dimensión de la reconciliación. Para hacerlo
consensuamos promover el encuentro, el diálogo y el consenso entre
cubanos. En este ámbito, con la ayuda de Dios —pues muchísimas
circunstancias parecían hacer imposible dicho propósito—, hemos tenido
más suerte. La revista se propuso ser un espacio para la comunión entre
los más diversos criterios que laten en la nación cubana, siempre que se
formulen con fundamentos y por medio de un lenguaje de diálogo, capaz de
tender puentes y no construir trincheras de combate. Esto ha sido muy
bien acogido por el público, pues los cubanos demandan, con urgencia y
ansiedad, mucha serenidad para tratar los asuntos del país y espacios
para expresar, o ver reflejadas, sus preocupaciones y expectativas. Por
esta misma razón ha ido aumentando la cantidad de nacionales —residentes
en la Isla y en la diáspora, con diversos credos ideológicos, políticos,
filosóficos y religiosos— que ofrecen su contribución, con el deseo de
brindar un pequeño aporte al bien de Cuba, de cada cubano. Esta
identificación de la revista con la suerte de las más plurales
preocupaciones y expectativas que agobian a nuestros compatriotas ha
intensificado la relación de la publicación y de la Iglesia —institución
a la cual pertenece— con la nación cubana.

En cuanto a mi valoración acerca de la relación de la revista con el
Estado, todo depende de qué entendemos por Estado. Si lo reducimos a las
autoridades y funcionarios que rigen el país, entonces debo decir que
pueden admitirse distintas interpretaciones. Algunos han expresado que
no les gusta la publicación y hasta han hecho algún esfuerzo por
entorpecerla, pero otros —que constituyen un sector significativo— la
siguen y la valoran. Esto ya es un paso positivo en la relación del
Estado con la revista y con la Iglesia, pero sobre todo con los
criterios que se expresan en la misma.

Has mencionado que el compromiso de la revista "desde la Iglesia y como
Iglesia" es con el "bienestar de Cuba" y tu rechazo a que ella "se
convierta en la plataforma de una única visión de la cosas, aunque esta
emane del Evangelio y, por ende, la abrimos a la exposición de los
criterios más disímiles, siempre que estos sean lógicos y profundos y se
expresen a través de metodologías que no contradigan los valores de la
fe cristiana". En una sociedad transitada por medio siglo de laicismo,
abolición de la enseñanza católica y ateísmo programático, y donde las
posiciones mayoritarias de la sociedad en temas como el matrimonio
(incluso el matrimonio gay), el aborto, la sexualidad y la educación
distan mucho de la doctrina oficial de la iglesia, ¿se plantea Espacio
Laical el debate abierto de estos temas ofreciendo espacio a criterios
antagónicos, a pesar de que la revista se haga "desde la Iglesia y como
Iglesia"?

RVG: Para la Iglesia, una de las maneras de realizar su catolicidad
(aspiración de universalidad) es ofreciendo espacios con el propósito de
que todos puedan expresarse, siempre que la intención sea procurar el
bien por medio del bien. Pero, además, esto le exige asumir lo positivo
de todo el abanico de criterios y deseos de la sociedad, perfilarlo
desde fundamentos evangélicos y promoverlo. En tal sentido, la Iglesia
debe sentirse obligada a dialogar con todas las opiniones de este mundo
y tratar de alimentarse de las mismas —cuando esto sea posible y en la
medida pertinente—. Nuestra revista es un instrumento de la Iglesia que,
en alguna medida, la ayuda a realizar ese servicio.

Sin embargo, dada las urgencias de nuestra realidad, así como las
inquietudes y angustias de los pensadores relacionados con nuestra
publicación, se ha postergado el debate en relación con los temas que
mencionas, por ejemplo: aborto, sexualidad y matrimonio. No obstante,
opino que —llegado el momento— el Consejo Editorial aceptará concederle
el espacio necesario al intercambio de ideas sobre estas materias. ¿Por
qué no? Compartir los argumentos, siempre que se haga con profundidad y
respeto, contribuye a la comprensión y al acercamiento entre las
personas con opiniones diferentes, y esto es parte de la misión de la
Iglesia.

La publicación ha insistido en que el estado actual y el futuro de la
nación exige hermanar a sus miembros, rearticular consensos y fraguar un
nuevo pacto social en esa Casa Cuba que reúna y acepte la diferencia
alrededor de un proyecto común, "intentar promover toda la diversidad de
la nación" y "procurar una relación fraterna entre toda esa pluralidad;
pues solo así se contribuye verdaderamente a la unidad en la
diversidad". Has hablado de "un espíritu de diálogo, no de
deslegitimación ni de confrontación". Y creo que no de otro modo
alcanzará el país una reformulación de su destino donde quepan todos.
¿Crees que ello sea posible en la circunstancia actual o que existan
indicios que permitan avizorarlo en un futuro próximo? El Partido
Comunista, en su Proyecto Documento Base de la Primera Conferencia
Nacional del PCC, insiste en equiparar Patria, Revolución y Socialismo,
un monopolio de la imagen de nación que no deja demasiado margen a esa
diversidad respetuosa e incluyente.

RVG: Estoy convencido de que el equilibrio y el progreso de la nación
dependen de la capacidad que tengamos para encontrarnos, para dialogar,
para llegar a consensos, para cincelar una sociedad renovada. Y esto es
posible si quienes poseemos esta convicción —desde todo el espectro
político e ideológico de la nación—, trabajamos arduamente por lograrlo.
Sin embargo, en algunos momentos tengo mis dudas acerca de que —aunque
sea posible— resulte verdaderamente probable. Posible y probable no son
términos idénticos.

Si analizamos las circunstancias actuales que prefiguran el acontecer
nacional podemos advertir fuertes —fortísimos— elementos que entorpecen
la promoción de un camino de encuentro, de diálogo y de refundación. En
las estructuras partidistas, estatales y gubernamentales abundan los
dirigentes y funcionarios atrincherados en viejos esquemas políticos que
tienden a la exclusión y al inmovilismo. No obstante, también debo
resaltar que existen otros con una sólida capacidad política y con una
suficiente claridad acerca de los cambios que necesita el país, aunque a
veces sea difícil distinguirlos públicamente.

Por otro lado, quienes hasta ahora poseen los controles políticos de
nuestra emigración rechazan de manera visceral la posibilidad de
dialogar con los afines a la Revolución y se sulfuran ante la
posibilidad de que se produzca en Cuba una reforma, en la que participen
activamente las actuales autoridades, encaminada a lograr mayores cuotas
de libertad y de justicia, así como un mayor bienestar espiritual y
material. Sin embargo, también debo destacar que en nuestra emigración
han ido destacándose nuevas personalidades y entidades que constituyen
un signo de esperanza.

Otro sector a mencionar es la disidencia. Un segmento significativo de
esta tampoco contribuye a un auténtico clima de diálogo, aunque muchas
veces en su discurso se aboga por el mismo, porque el fundamento de sus
propuestas y el espíritu de su quehacer político están marcados por la
metodología de la confrontación y del aniquilamiento del otro. Este
sector no tiene poder y posee mucha menos influencia que los dos
anteriormente indicados. Sin embargo, algunas instituciones extranjeras
y medios de comunicación, también foráneos, le conceden determinada
relevancia y consiguen cierto influjo del mismo en sectores de la
opinión pública internacional y en posiciones políticas de determinados
gobiernos.

Es posible percibir que varios sectores hasta ahora muy bien instalados
políticamente no favorecen —en la medida que reclaman nuestras
urgencias— la constitución de un sendero de encuentro, de diálogo, de
consenso, de refundación. A veces pienso, y hasta me convenzo, que el
presidente Raúl Castro tiene conciencia de cuán vulnerable hace esto a
la nación y que tiene previsto crear condiciones para revertir, en
alguna medida, este peligro. Ciertamente, tal vez piense hacerlo de una
manera diferente a la que podamos preferir unos y otros, pero, de todos
modos, podría ser beneficioso para el país y colocarlo en un peldaño
superior que le facilite una redefinición sistemática y un ascenso
continuo. Sin embargo, en ocasiones me sorprendo —muy preocupado—
creyendo descubrir que no puede hacerlo, que no podrá lograrlo. Esto
sería fatal, por eso se hace imprescindible ayudar a que el proceso sea
probable.

En estos momentos, está circulando el Proyecto Documento Base de la
Primera Conferencia Nacional del PCC. Lamentablemente, parece que no
satisface las expectativas de la inmensa mayoría. El documento propone
cambios interesantes, como los relacionados con el papel de los medios
de comunicación, pero faltan muchísimos otros cambios que deberían
debatirte en ese evento, y continúa colocando al PCC dentro de una
concepción dogmática y de poder que lo aleja de una verdadera función
política.

No es posible reconocer que existe un distanciamiento entre las ideas
del PCC y del pueblo, en especial de los jóvenes, y asegurar que esto es
debido a que no han funcionado los mecanismos para el trabajo
ideológico. Si fuera así, tan simple, la cuestión sería resolver la
manera de que todos comprendan y asuman los criterios de quienes dirigen
el Partido. Pero la cuestión es mucho más compleja. Nuestra sociedad es
muy, pero muy plural, y no habrá solución si todos no procuramos
entender a cada uno de nosotros. En tal sentido, más bien sería el
Partido quien debe tratar de comprender los criterios de toda la
diversidad nacional y establecer un diálogo con ella.

Se hace obligatorio redefinir el lugar de la ideología y la manera de
emplearla. Por supuesto que siempre habrá ideología en el desempeño
social de todo país. Incluso sería conveniente que en cada sociedad
convivan y se proyecten varias ideologías desde una dinámica de
enriquecimiento mutuo. Esto podría ser muy beneficioso. Sin embargo, un
trabajo político-ideológico entendido como un universo de mensajes
continuos e intensos que pretenden mostrar un conjunto de conceptos,
valores y principios, así como hechos históricos que parecen confirmar
la realización de los mismos, con el propósito de brindar herramientas
para que los ciudadanos resistan una crisis ya larga, que puede parecer
interminable, en la que se les consumen sus vidas, suele resultar un
quehacer casi estéril y hasta producir hastío. Lo que debe proyectarse
de manera continua e intensa es un entramado de gestiones, tan diversas
y universales como sea posible, encaminadas a presentar propuestas, a
dialogarlas y a lograr consensos acerca de cómo conseguir el mayor
bienestar posible para nuestro presente y para nuestro futuro. En fin,
hacer política en la sociedad y con toda la sociedad.

Por otro lado, el documento plantea que deben separarse las funciones
partidistas de aquellas otras gubernativas y empresariales. Sin embargo,
se aferra a orientar que el Partido puede reunir a las administraciones
y a todos los factores (como le llaman) para que les rindan cuentas.
Igualmente, y para confirmar la contradicción, propone que los
dirigentes del Partido roten por cargos de dirección en el Estado y en
el gobierno. No estoy en contra de que militantes y dirigentes del
Partido ocupen cargos de dirección en el Estado, en el gobierno y en el
empresariado; pero desearía que lo hagan porque hayan resultado ser los
mejores para hacerlo y como producto de mecanismos democráticos, y no
porque sean militantes del Partido y como resultado de una planeación en
la dirección del mismo.

Asimismo, el documento plantea que se pueden disfrutar de todos los
derechos y hasta ocupar cargos públicos, etcétera, sin discriminación
racial, de género, de creencias religiosas y de orientación sexual. Esto
constituye el resultado de un proceso positivo que se viene gestando
desde hace años y tal vez ahora llegue a un momento importante de
consolidación. No obstante, el documento no precisa si podrá participar
toda la pluralidad de criterios socio-políticos que existe en cada uno
de estos segmentos de la sociedad. Esto último resulta muy importante en
materia de igualdad y participación ciudadana. Lamentablemente, todo el
proceso de reformas está marcado y dañado por cuestiones de esta índole.
Se suelen anunciar las transformaciones desde una presunta voluntad de
apertura amplia y profunda y por ende efectiva, pero después —cuando se
elaboran las medidas y se comienzan a implementar— resulta limitada y
quebrantada dicha voluntad. Esto puede tener una explicación. Sin
embargo, el país no puede esperar mucho más sin correr un alto riesgo.
Se hace imprescindible asumir una robusta dosis de apertura y claridad,
integralidad y celeridad.

Muchas más pueden ser las críticas a dicho documento, pero continuar
desbordaría la intención de una entrevista. Realmente, desearía un
Estado no confesional; sin embargo, por ahora no hubiera pretendido que
se renunciara a mantener los imaginarios de Revolución y de socialismo,
pero sí que los reinterpretaran —sin que ello implicase una claudicación
para nadie—, de manera que hicieran al Partido más político y más
democrático, y al Estado más inclusivo y más republicano.

La Iglesia Católica como institución ha jugado en Cuba diferentes
papeles a lo largo de su larga historia. No hubo en las colonias
inglesas o francesas una denuncia de la masacre de los nativos
equivalente a la de Las Casas. Connivente con la esclavitud y con la
colonia frente al movimiento independentista, a pesar de algunas figuras
de alto relieve que apoyaron la causa cubana. Alineada con los
estamentos del poder durante la república. Sometida más tarde por el
Estado y el gobierno revolucionarios, ha devenido recientemente una
interlocutora necesaria para las liberaciones de disidentes, por
ejemplo, hecho interpretado por algunos como un saludable ejercicio de
mediación y por otros como una claudicación. Más allá de las distancias,
los cubanos estamos condenados a entendernos si queremos sobrevivir como
nación. ¿En qué medida percibe el pueblo de Cuba a la Iglesia como un
factor importante de ese diálogo y de esa conciliación, y en qué medida
desconfía de que su intervención esté condicionada por sus propios fines
como institución y no por los intereses de la mayoría de los cubanos,
creyentes o no creyentes?

RVG: Tiene usted cierta razón en esas aseveraciones que ha hecho acerca
de la Iglesia en la historia de Cuba. No obstante, la realidad posee
muchos matices y, por tanto, no pueden hacerse afirmaciones tan
categóricas, ni en contra ni a favor. Resulta imposible hacer ahora un
recuento histórico capaz de ofrecer una visión de la Iglesia más
positiva que la presentada en la introducción de su pregunta. Sin
embargo, daré algunas breves pinceladas que permitan demostrar que es
posible.

Es cierto que la Iglesia no estuvo, en bloque —como yo hubiera preferido
hoy—, en contra de la esclavitud. Pero, como usted afirma, hubo figuras
de la Iglesia que abogaron en contra de la misma, y en Cuba la Iglesia
hizo un esfuerzo tremendo por lograr un trato más humano para los
esclavos. Hasta tal punto fue la presión que intentó hacer la
institución en este sentido, que los hacendados comenzaron a traer de
España los capellanes para sus haciendas, con el propósito de que no
fueran sacerdotes obligados a obedecer los requerimientos de la Iglesia
en la Isla en materia de atención a la esclavitud.

En cuanto a la connivencia con España en contra de la independencia,
debo recordar que para lograrlo hubo que desarrollar una política de
descubanización del clero. La Iglesia había asumido una labor fundadora
de la nación, promoviendo la cubanidad, así como los fundamentos de las
diferentes formas políticas que pretendían realizar la misma: el
reformismo, el autonomismo y el independentismo. Todas las posiciones
políticas, siempre que pretendieran fundar lo cubano, fueron acogidas y
alimentadas por la Iglesia. Ahí está el ejemplo de la faena desarrollada
por el Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Esta
labor fue tan importante que no pudieron dejar de beber de sus
fundamentos libertarios casi ninguno de los patricios que hicieron
posible la nación y la independencia, por lejanos que estuvieran de la
fe católica.

En este sentido, también existen muchos argumentos que pudieran matizar
sus afirmaciones acerca de una Iglesia alineada únicamente con los
estamentos del poder durante la república, y sometida más tarde por el
Estado y el gobierno revolucionarios. La Iglesia jamás fue sometida
durante la etapa revolucionaria. Ella —como consecuencia de una lucha
entre la institución eclesiástica y la Revolución, conflicto en el cual
tuvieron responsabilidad ambas partes— fue estigmatizada, agredida y
acorralada, pero esto no conllevó que fuera dominada. La Iglesia no se
dejó dominar y asumió el confinamiento con mucha entereza y dignidad, lo
cual hizo posible que resistiera, creciera, se consolidara, ganara en
influjo social y consiguiera legitimarse como un actor nacional
responsable. Para conocer la Iglesia de estos tiempos se hace
imprescindible estudiar el Encuentro Nacional Eclesial Cubano realizado
en 1986, que fue el resultado de 10 años de diálogo entre todos los
miembros de la Iglesia en Cuba, donde la misma decidió ser muy, pero muy
evangélica y muy, pero muy cubana, abierta a todos y dispuesta a
acompañar a cada cubano, fuera quien fuera. Invito a estudiar el
documento final de este proceso.

El actual papel de la Iglesia como posible interlocutora no es un rol
sacado de abajo de la manga, sino el resultado de una historia que, tal
vez, algunos no conozcan bien (o no quieren conocer). La historia de la
Iglesia en Cuba, y en especial durante este último medio siglo, ha hecho
posible que la inmensa mayoría del pueblo la perciba como un factor
importante de diálogo y de conciliación. Claro, existen algunos que
dudan de sus intenciones —dudar es un derecho—. Sin embargo, debo
precisar que muchos de esos prejuicios acerca del actual desempeño de la
Iglesia tienen origen en la campaña de un sector que no le perdona a la
institución procurar un arreglo entre todos los cubanos, donde nadie
resulte perdedor, y se logre un cambio ordenado del modelo
socio-político-económico que responda realmente a los deseos de la
nación, del cubano medio, del cubano pobre. Ese otro sector lleva años
añorando la confrontación, el aniquilamiento del otro y el caos como
medios para erigirse luego en "únicos salvadores" del país. Por eso
consideran la labor de la Iglesia como una claudicación motivada por
intereses mezquinos y oportunismos de todo tipo. Pero esto no debe
preocuparnos; ya Martí nos advirtió que es solo el amor quien ve, que
quienes aman, edifican, y quienes odian, destruyen.

Una de las grandes virtudes de Espacio Laical es no recluirse en "un
pensamiento netamente católico o que emane del catolicismo" (te cito),
sino el haber conseguido un espacio plural de debate que ha tocado
muchos de los temas cruciales que inquietan (y angustian) a los cubanos.
¿Es posible mantener esa línea editorial y conservar ciertos equilibrios
sin levantar los obstáculos que terminaron con una revista como Vitral?

RVG: Dos escenarios pudieran hacer fracasar el proyecto de Espacio
Laical, antes de tiempo, antes de que cumpla su cometido. El primero, si
los sectores intransigentes logran detener y revertir el proceso de
reformas que, aunque lento y poco claro, se va realizando sin dar pasos
atrás, y entre sus propósitos esté interrumpir todo empeño de
participación real y de diálogo serio. El segundo, si el proceso de
reformas continúa, pero con mucha lentitud, escasísima claridad, poca
audacia para desatar los debates y limitada capacidad de escucha de la
opinión ciudadana; porque ello podría generar una falta de confianza y
una apatía que genere poca disposición para hacer públicas las opiniones
y participar en la construcción de una Cuba mejor. Estos escenarios son
posibles. Sin embargo, nosotros rezamos para que no ocurran y cada día
sean más las posibilidades de expresar los criterios, dialogar y
alcanzar consensos, a través de todo un universo de medios, entre los
cuales se encuentre nuestra revista. De esta manera, como es lógico,
también un día la publicación llegará a su fin, pero no de forma traumática.

Se ha hablado de que en ocasiones Espacio Laical y otras revistas
católicas presentan una "realidad virtual", un diálogo que es, de
momento, incipiente. Yo, en cambio, soy de los que considera que ya hay
que trabajar para el mañana, prefigurar el diálogo y el entendimiento
entre todos los cubanos. A ello has respondido que "sería injusto no
reconocer cuánto se ha avanzado en los últimos años". ¿Puedes enumerar
esos avances?

RVG: La cuestión nacional se ha convertido en tema central de muchísimos
diálogos entre vecinos, compañeros de trabajo y de estudio, amigos y
familiares. Dichos coloquios, a veces, sobrepasan la mera conversación y
se convierten en foros de debate que van creando una opinión
socializada. Estas charlas han demostrado que los cubanos pueden
encontrarse e incluso ponerse de acuerdo, a pesar de las diferencias de
criterios. Estos intercambios tienen hoy un espacio que los privilegia:
el e-mail y, en muchos casos, han conseguido determinada
institucionalización, como es el ejemplo de esta misma publicación,
CUBAENCUENTRO.

En la sociedad civil de la Isla existen muchos espacios de diálogo
institucionalizados. Mencionaré algunos de los más destacados en La
Habana: las revistas La Gaceta de Cuba y Temas, así como el espacio de
debate de esta última conocido como Último Jueves; y los proyectos La
Cofradía de la Negritud, con su boletín; el ciclo de talleres "Pensar la
Revolución", en el Centro Cultural Juan Marinello, donde participó una
vigorosa juventud de izquierda; la Cátedra Haydée Santamaría; el
proyecto El guardabosques, con su boletín; la Red Protagónica
Observatorio Critico, con su compendio de noticias y análisis; Estado de
Sats; así como diversos espacios promovidos por la UNEAC, y
numerosísimas tertulias y reuniones de personas afines.

En la Iglesia Católica, por solo mencionar algunos espacios de diálogo
institucionalizados en la Arquidiócesis de La Habana, tenemos El Aula
Fray Bartolomé de Las Casas (de los padres dominicos); el Centro
Cultural Padre Félix Varela; el Centro Fe y Cultura (de los padres
jesuitas); la Cátedra Razón y Fe; SIGNIS-Cuba; el Centro de Bioética
Juan Pablo II; el Centro de Estudios Arquidiocesano, y las revistas
ECOS, Vivarium, Spes Habana, Amor y Vida, Bioética, Palabra Nueva y
Espacio Laical.

Las iglesias evangélicas también poseen espacios de este tipo. Citaré a
dos de los más importantes: el Centro de Reflexión y Diálogo de
Cárdenas, con su publicación, y el Centro Memorial Martin Luther King,
con su revista Caminos.

Es cierto que todo esto no es suficiente, pero sería irresponsable e
irrespetuoso asegurar que en Cuba no hay diálogo acerca de los problemas
nacionales. No obstante, reitero, no es suficiente. Hace falta que
surjan muchos más espacios de diálogo, incluso de naturaleza distinta a
los mencionados. Igualmente se hace necesario abrir el gran espacio
público nacional para que todos estos pequeños espacios públicos de
debate puedan presentarse ante el pueblo e interactuar con el mismo, con
el propósito de socializar los más diversos criterios y procurar la
posible comunión entre los mismos —única manera de cincelar
continuamente nuestro pacto social y hacer transitar a la nación por
senderos de armonía y progreso.

La historia de Cuba está plagada de imposiciones y del diálogo de las
pistolas, aunque hay excepciones memorables, como la que fraguó la
Constitución de 1940. Has afirmado que percibir el proyecto que
defienden la Iglesia y Espacio Laical "como un proyecto que piensa ser
la única salvación, sería un error". Es reconfortante esa aceptación
preliminar de que el destino de Cuba pasa por muchas formulaciones
posibles (y seguramente reconciliables). ¿Aceptaría la Iglesia la
emergencia de un Estado laico, aconfesional, al estilo de muchos estados
europeos, y donde la fe abandonara lo institucional y se circunscribiera
a la esfera íntima?

RVG: La Iglesia, por supuesto, prefiere que el Estado sea laico. De esta
manera no existiría ninguna religión o ideología oficial ni
privilegiada, en un contexto donde se promuevan por igual todas las
religiones e ideologías —aunque desde una igualdad proporcional y no
numérica, pues esta última siempre es injusta—. La Iglesia desea que
esté garantizada, por un lado, la libertad de las conciencias y, por
otro lado, la posibilidad de socializar todo lo que emane de esa
libertad de conciencia, o sea, la expresión de todo el pensamiento, así
como la manera de procurar proyectarlo en la realidad. En tal sentido,
la Iglesia apuesta por la no confesionalidad del Estado, pero rechaza
que la fe, un atributo de la conciencia humana, sea confinada a la
esfera Íntima. Esto no sería consecuente con un modelo de sociedad que
proclama y defiende la libertad de conciencia, la libertad para expresar
las opiniones, así como la libertad para participar en la construcción
del país. Exigir que la fe religiosa y que los criterios humanos que se
fundamentan en esa fe sean circunscritos a la esfera íntima sería una
discriminación.

Desear que la fe pueda tener una expresión pública y desarrollarse por
medio de lo institucional no quiere decir que la Iglesia desee un poder
para imponerse sobre el resto de la sociedad. La Iglesia debe poder
expresar públicamente sus opiniones sobre todos los temas, así como
enseñar —a quienes lo deseen— su doctrina y educar desde fundamentos
cristianos, aunque siempre —como es lógico— sin contar con mecanismos
coactivos que obliguen a quienes no lo prefieran a asumir sus criterios.
De esta manera, los razonamientos de la Iglesia participarían en la
conformación de lo social únicamente en la medida en que sean asumidos
libremente por los ciudadanos y estos, en el ejercicio de su cuota de
soberanía, participen en el diseño del Estado, de la cultura, de la
economía, del derecho, etcétera.

Debo aclarar que los cristianos —y de manera muy particular los que
participamos en el proyecto de Espacio Laical— tampoco deseamos
conseguir, a toda costa, la hegemonía social del cristianismo. Solo nos
interesa ofrecer nuestras convicciones y nuestros criterios para que
sean valorados y aceptados sólo cuando la mayoría de la sociedad
considere que representarían un bien para todos. No deseamos prevalecer,
sino acompañar y servir.

Soy de la opinión (no apoyada en estadística alguna) de que la
religiosidad de los cubanos es, en su mayoría, meramente circunstancial,
e incluso instrumental: el pacto con la divinidad a cambio de una
dádiva, creer en Santa Bárbara cuando truena. Con la revolución, el
catolicismo como una práctica habitual de la mayoría de los cubanos —fe
sincera, contrato social o liturgia exenta de contenido— dio paso a un
ateísmo por decreto. Desde los 90, en cambio, al caducar la fe en el
futuro, las iglesias se han llenado por quienes buscan una fe
sustitutoria, e incluso por quienes buscan un paliativo a sus
necesidades más imperiosas. La sociedad abierta y plural a la que
aspiramos, donde cada hombre pueda realizar sin cortapisas su destino en
la medida de sus sabidurías y posibilidades, y sin el contrapeso de la
tradición, ¿no propiciaría una sociedad más ensimismada en el éxito que
en la espiritualidad, y vaciaría las iglesias a la misma velocidad que
se han llenado?

RVG: Es posible que podamos llegar a presenciar el escenario esbozado
por usted, sobre todo si tenemos en cuenta lo elemental de la
religiosidad de muchísimos cubanos y el afán de éxito, a toda costa, que
está reprimido y atormenta a muchos. No obstante, muy bien los cubanos
pudieran desear el éxito y ocuparse también de acrecentar la
espiritualidad. Ambos aspectos pueden ser complementarios y enriquecerse
mutuamente, haciendo a la persona cada vez más humana. De hecho, en
encuestas realizadas por la Iglesia Católica hemos comprobado que la
espiritualidad es una de las demandas más importantes de muchos cubanos.
Y esto es importante, sobre todo si tenemos en cuenta las circunstancias
desde las cuales hemos de partir para construir el presente y el futuro.

El pueblo cubano es maravilloso, pero carece de una economía capaz de
permitirle el bienestar, es pobre, posee escasa formación cívica, se ha
fragmentado, y no cuenta con los suficientes elementos y espacios para
participar en el diseño social. Y, según la apreciación de muchos, con
el agravante de que estaremos sometidos cada vez más a una tecnocracia
que va acumulando poder y se está convirtiendo en una clase en si y para
si que, llegado el momento, podría pactar con lo peor del planeta,
incluso con mafias que operan por el mundo, algunas en países muy
cercanos a Cuba. Esto podría hacer de nuestra Isla un lugar donde se
desate, con vigor, la impiedad. Para afrontar esto será necesario que la
ciudadanía, o una buena parte de ella, estén preparada política,
intelectual y espiritualmente.

Para conseguir esto último tendrán que trabajar muchos las iglesias. Y
para hacerlo, será imprescindible que venzan dos grandes retos. El
primero, se hace necesario que puedan comprender muy bien la complejidad
—presente y futura— de la sociedad cubana, así como encontrar la manera
de dialogar con la misma y ofrecerle oportunidades fascinantes para que
crezcan en el espíritu. El segundo, dado que nuestro pueblo necesita de
mucha espiritualidad, de una intensa mística de la libertad y de la
fraternidad, sería imprescindible que las iglesias cincelen y articulen
—con mucho compromiso— la espiritualidad que emana de su fe, pues para
ofrecer mucho hay que poseer mucho.

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/acompanar-y-servir-no-prevalecer-270805

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