Tuesday, October 4, 2011

Moral en fuga (II)

Cambios, Moral, Política

Moral en fuga (II)

Segunda parte y final de un artículo donde se analizan las cuestiones
éticas en la sociedad cubana

Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 04/10/2011

La implosión moral se agrava más de cara al futuro porque se pierde
ahora, si alguna vez existió, el país ético. La disolución ética del
Estado, que deja de ocuparse aceleradamente de la distribución y
redistribución de bienes sociales, y de la protección de los más, no se
compensa con la recuperación ética de la sociedad en dos sentidos
cruciales: la posibilidad de elegir entre alternativas diversas y el
respeto y reconocimiento de la diferencia a partir de la tolerancia; un
concepto por demás muy limitado.

Por eso no somos un país decente. La ética, como comunicación respetuosa
entre diferentes y como incorporación social de medios legítimos para
alcanzar fines legítimos, ha dejado de ser práctica de la cultura
cubana. Y ello se manifiesta ahora mismo en los dos ámbitos sociales a
los que se aferra, en retirada, la eticidad del Estado cubano: la
educación y la salud pública. Si mis cálculos de sociología rudimentaria
no me fallan, el 25 % de los estudiantes que terminó el curso escolar
2010-2011 compró, CUC mediante, su nota final. ¿Y la salud pública?
Parafraseando al filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein:de lo que se ha
hablado, se ha hablado y, también, silbado.

Pero en un nivel más crucial este abandono de la ética se expresa en la
pulverización del conjunto de reglas tácitas, con sus consecuencias
fundamentales, que se relacionan con la palabra empeñada: una
institución cultural que funda la confianza vital, permite la claridad
en el espacio público y genera sociedades maduras.

Y la moral se fuga no solo desde el pasado sino hacia el futuro. En
todos los casos peligrosamente.

Por un lado, la inefable filosofía del deseo se empeña en mostrarnos el
camino hacia el éxito de las llamadas reformas del Gobierno. El análisis
empírico de las reformas pasadas no parece bastar para demostrar el
camino seguro hacia el fracaso de las reformas presentes. No por
carencia de políticas sino por falta de estructuras. Sin embargo, en el
supuesto de que estas cuasi reformas estuvieran bien encaminadas, me
llama la atención cómo se ignora el papel que juega la corrupción como
base estructural de los pequeños negocios privados. Los que en Cuba y en
el mundo aplauden el camino elegido, están apoyando de este modo una
versión no muy edificante de acumulación originaria del capital, tal y
como la situaría Marx —Carlos, no Groucho— en los orígenes del
capitalismo manchesteriano.

Si el retorno posible de las ganancias entra en el cálculo de muchos
extranjeros e inversionistas, los cubanos no deberíamos confundir el
posibilismo rentista con un proyecto de nación que necesita sólidos
fundamentos morales. En este caso lo que parece bien para el mundo
corporativo, resulta muy mal para Cuba. E insisto en lo que parece, pero
no coincide bien con los intereses corporativos porque un tejido moral
destruido atenta contra el primer requisito de los negocios: la
confianza necesaria entre las partes. Nadie quiere hacer las preguntas
morales debidas a la hora de entender por qué Cuba es el tercer deudor
del Club de París detrás, y no es broma, de China e Indonesia.

Por este camino, nuestro sujeto moral se pierde en el "segundo nivel de
reglas" (doble moral) —para decirlo finamente— que disuelve las
referencias básicas de la convivencia civilizada. Robar puede ser
legítimo para el negocio, ¿por qué no es legítima entonces la violencia
ilegítima?

La descomposición del Estado a través de la violencia ilegítima nos está
diciendo que la moral no solo se fuga sino que se despide de nosotros
por largo rato. Cualquiera sea el origen que se quiera otorgar a los
Estados, la único claro es que a estos se les reconoce el monopolio de
la violencia como medio más seguro de proteger a la sociedad de su uso
indiscriminado. Pero cuando los Estados se quieren proteger de las ideas
de la sociedad desplegando contra ellas la violencia social, cruzan el
umbral que les hace posible y empieza la cuenta regresiva de su legitimidad.

En esa estamos con el Estado cubano. La pérdida de su autocontrol lo
desmoraliza en tanto borra todos los criterios que distinguen los actos
lícitos de los ilícitos en el uso de la fuerza, y les dice a los
ciudadanos que pueden emplearla en cualquier momento en el que sientan
peligrar su supervivencia. Regresamos a la ley del más fuerte y a la
expresión política del matonismo. Y eso es peligroso, incluso para la
élite. Todos sabemos que la guapería simbólica y asistida de muchos de
sus miembros no se corresponde con su capacidad real en el terreno.

Pero lo más importante en términos morales tiene que ver con la
atmósfera de disolución moral que se crea en la sociedad. A la violencia
cultural de nuestro machismo, se unen la violencia social de la
marginalidad y la violencia política de un Estado marginal. Rematada con
el escándalo moral que provoca la ausencia de escándalo de sectores con
amplia presencia pública.

Es esa inmersión nuestra en el "segundo nivel de reglas" la que nos
impide retener la moral, dialogar con ella, mantener aunque sea la
tensión necesaria que nos permita auto cuestionarnos y preguntar,
finalmente, por qué admitimos que nuestros activos nacionales, incluida
la tierra, sean vendidos a los extranjeros mientras se les niega a los
cubanos.

Cuál es el lugar de los ciudadanos dentro de la nación posible y en
relación con el Estado ha sido una pregunta ética colocada en el punto
de partida de nuestro itinerario histórico. Esta pregunta ética se
incorpora a nuestro acervo moral desde el momento en el que la
respondemos asertivamente. Pero desde el momento que la ocultamos, con
la vana pretensión de garantizar la supervivencia, los intereses o el
poder, dejamos escapar el único sustento sobre el que se levantan las
sociedades y las naciones de carácter: el debate moral permanente.

Una isla de fusiones, confusiones y ficciones, como muy bien diría la
antropóloga e historiadora María Ileana Faguaga Iglesias, no puede
asumir riesgos en el límite; uno de los cuales es la pérdida de su
viento moral.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/moral-en-fuga-ii-268906

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