Cuando leí mi petición fiscal a quince años era de noche. Me conmocionó.
Pensé en mis seres queridos, lo que tanto había temido iba a suceder.
J. Adolfo Fernández Saínz
marzo 17, 2012
El mismo día 18 de marzo de 2003 fui al Barrio Chino, en Centro Habana,
a intercambiar ideas con colegas de la prensa independiente. El tema
obligado era la Guerra de Irak, que había sido declarada
unilateralmente, y sin el gran apoyo internacional con que había contado
la operación Tormenta del Desierto, tras la invasión de Saddam Hussein a
Kuwait.
Como el día anterior ya se habían producido numerosos arrestos de
opositores, me pasó por la mente quemar algunos papeles pero decidí que
no. Mis artículos, mis comentarios, los escribí para que se publicaran.
Eran mis opiniones y no tenía nada que ocultar. No me sentía culpable.
La tarde del 19 mi casa fue sometida a un minucioso registro.
Mi sala se llenó de militares hasta la madrugada. Noté que las personas
que habían invadido mi espacio no sabían nada de nosotros. Venían
previamente envenenados. Para ellos yo era un traidor al servicio de una
potencia extranjera.
En el proceso de instrucción penal, igualmente. Lo único que les
interesaba era que yo incriminara al gobierno de Estados Unidos. Como
soy traductor de inglés, había trabajado con grupos de periodistas
suecos de visita en La Habana, y había publicado trabajos en sus
periódicos. Me preparé para responder sobre eso. Nada me preguntaron al
respecto. Había estado colaborando vía fax con la agencia de prensa rusa
PRIMA NEWS dedicada a reportar sobre violaciones de derechos humanos.
Tampoco lo mencionaron en los interrogatorios. Concluí que ni siquiera
les interesaba llegar a la verdad aunque fuera para condenarnos de todos
modos.
Cuando surgió la prensa independiente en Cuba, a mediados de los años
noventa, condenaban a los periodistas independientes a dos o tres años
por desacato o por difusión de noticias falsas. Llamar asesino o "loco"
a FC, o decir que en las cárceles cubanas se torturaba, era una afrenta
a la Patria. Desacato.
La difusión de noticias falsas la lograban después que se publicaba, por
ejemplo, que un preso había sido golpeado. Sus familiares habían acudido
a organizaciones de derechos humanos o a la prensa independiente para
que divulgaran el abuso. Pero más tarde la Seguridad del Estado
visitaba, digamos, a la madre del preso y la amenazaba con que su hijo
se iba a podrir en la cárcel. Ella, nerviosa, comienza a llorar; y el
oficial sugiere que todo puede solucionarse si ella declara en un juicio
que a su hijo lo tratan bien en prisión, que se está reeducando, y que
nadie lo ha maltratado.
El tribunal, diligente, te condena por difundir noticias falsas. Dos o
tres años en prisión.
Pero cuando promulgaron el Decreto-Ley 88, la Ley Mordaza, el cambio fue
drástico. Desde entonces, criticar al gobierno ante la prensa extranjera
es equivalente a coadyuvar a la aplicación del "bloqueo imperialista
contra Cuba", todo un atentado contra la soberanía nacional. Las penas
eran severísimas. Pertenecer a una agencia era un agravante, cobrar por
ello era aún peor. Pero yo, ciudadano cubano, estoy describiendo la
situación en mi país. Argüir que esto guarda relación con la política de
un gobierno extranjero es un ardid chapucero.
La Ley fue promulgada poco después de descubierta la Red Avispa. FC
quería venganza, y el parlamento cubano, siempre obsequioso, lo
complació. La engavetaron, hasta que apareciera el momento propicio: Fue
cuando Estados Unidos declaró la guerra al Irak de Saddam Hussein.
Cuando uno decide declararse opositor, en lo primero que piensa es la
familia. Desde que el mundo es mundo el que enfrenta a los poderosos se
arriesga, y arriesga a los suyos.
Yo lo pensé mil veces. Mi familia es muy pequeña. Mi esposa y mi hija
que era una adolescente. Uno sabe que las va a arrastrar a este abismo
de sufrimiento. Un día me llenaba de coraje, pero cuando medía las
consecuencias me frenaba. Los ejemplos de la historia ayudan. Pensaba en
los mambises, en Ignacio Agramonte; joven, culto, rico, enamorado. Todo
lo dieron por Cuba. Y pensaba: la nación cubana va al despeñadero.
Puedes saltar del tren y tomar las riendas de tu vida sabiendo que es
peligroso. O permitir que estos tiranos conduzcan tu vida, tomen
decisiones trascendentales por ti, y te conduzcan al precipicio de todos
modos. Si como quiera vamos a sufrir, pues suframos haciendo lo correcto
a nuestros ojos.
Fue una condena brutal. Un día ya en prisión me entretuve en sumar las
condenas de todos: a los 75 nos echaron casi 1500 años en total, una
media de veinte. A mí me echaron quince, lo mismo que a FC por autor
intelectual del asalto a una fortaleza militar donde los asaltantes
mataron a 19 soldados e hirieron a 26. A José Daniel Ferrer le pidieron
pena de muerte en el acto del juicio. Ninguno de nosotros había cometido
actos violentos, ni incitado a la violencia. Ha habido peores oleadas
represivas, pero nada tan cruel contra una oposición probadamente
pacífica y civilista. Todos los principales proyectos opositores se
proponían una transición pacífica a la Democracia.
Cuando leí mi petición fiscal a quince años era de noche. Me conmocionó.
Pensé en mis seres queridos, lo que tanto había temido iba a suceder. Me
fui muy triste a la cama. En el silencio de la noche pedí a Dios fuerzas
para soportar con dignidad, y decidí que no me iba a arrepentir porque
estaba orgulloso de mi proceder. Me sentí confortado. A la mañana
siguiente fui conducido como de costumbre al interrogatorio. Le dije al
oficial que yo no estaba allí para implorar clemencia. Me sentí todo lo
satisfecho que se puede estar en tales circunstancias.
Pasé siete años y medio en prisión y no me arrepiento. Después opté por
lo más fácil y salí al extranjero. De ahí mi compromiso con aquellos que
decidieron quedarse. Y mi decisión de hacer todo cuanto me dicte mi
conciencia, para apoyarlos en la lucha por la que han optado. No les
impongo ninguna idea. Los conozco, quieren lo mejor para Cuba.
http://www.martinoticias.com/content/cuba_primavera_negra_aniversario_/9451.html
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