Del hombre nuevo al jinetero postcomunista
Al jinetero cubano poscomunista, habituado a vivir de la gozadera y a
"resolver", habituado a ejercer una actividad parasitaria, le resultará
extraordinariamente difícil la integración a una nueva sociedad basada
en las libertades.
Enrique Collazo, Zelig Martínez, Madrid | 09/03/2010
Cuba siempre ha sido una isla impúdica y hedonista, al decir del
historiador y ensayista Rafael Rojas. Desde los tiempos de la conquista
y la colonización americanas la Isla asumió la función de proveedora del
sistema de flotas metropolitano que con base en Sevilla partía hacia
tierra firme continental. De este modo desempeñó un papel muy importante
en el proceso de acumulación capitalista en Occidente, contribución que,
a partir del siglo XIX, se acrecentó con el apogeo del sistema de
plantación. Las tripulaciones de aquella flota que fondeaba en el puerto
habanero dos veces al año demandaban, además de vituallas para seguir
viaje hacia Europa o América, diversión, ocio, cachondeo, o sea, una vía
de escape para la marinería, fatigada por largos meses de navegación, el
escorbuto y la carencia de compañía femenina. Podría decirse que desde
entonces se fue fraguando entre los isleños una manera de pertenencia a
esa cultura marinera y húmeda; relajada y carnal: sensual, la cual, los
propios peninsulares, pese a su catolicismo inquisidor, asimilaron
encantados, aplatanándose rápidamente. Tal y como expresó Antonio
Benítez Rojo, "el Caribe es el reino natural e impredecible de las
corrientes marinas, de las ondas, de los pliegues y repliegues, de la
fluidez y las sinuosidades". La Isla fue concebida finalmente por los
extranjeros en general como un lugar mágico donde todo puede suceder,
donde se acuestan dos y se levantan tres; un lugar de tránsito, de
enriquecimiento veloz y de placer sin límites.
Este signo distintivo del pueblo cubano abarca a todos sus pobladores,
sin distinción de género o raza. Es algo consustancial a la cubanidad y
que funciona tanto dentro de los límites insulares, como en el exilio
miamense, mexicano, español o canadiense, pues el emigrado cubano
acarrea su "jolongo" cultural doquiera que va. Sin embargo, un país de
cultura básicamente hispano-africana concibe al hombre como dueño y
señor supremo, mientras que la mujer debe cumplir todas las tareas
domésticas, así como atender al marido, a los niños, enfermos y ancianos
de la familia, además de ser su sumisa servidora y siempre disponible
objeto sexual. Por tanto, el liderazgo en la seducción y las artes
amatorias es atributo exclusivo del hombre. Prácticas semejantes,
realizada por cualquier mujer –al menos antes de la crisis de los
noventa– se consideraba una falta grave y concitaba el repudio de la
sociedad en pleno.
Pensadores tan idolatrados por generaciones de cubanos como el Héroe
Nacional José Martí sufrió serias contrariedades durante su estancia en
los Estados Unidos debido al relativo nivel de emancipación que para la
fecha ostentaba ya la mujer norteamericana con respecto a la
latinoamericana: "¿pero dónde está la casta franqueza, la sabrosa
languidez, las cariñosas miradas, la tierna dulzura y la suave gracia de
nuestras mujeres del sur?". Martí no podo ocultar su desajuste funcional
con respecto a ese tipo de mujer moderna que percibió fría, calculadora,
independiente; demasiado viril. Quizás, al sufrir esta suerte de
desarraigo, el cubano, para quien el tema de las mujeres representó un
conflicto permanente, llego a expresar en un rapto de frustrado machismo
caribeño: "Y tantas cosas buenas como pueden hacerse en la vida. Ah!
Pero tenemos estómago y ese otro estómago que cuelga y que suele tener
hambres terribles".
Sin embargo, durante la dictadura castrista los atributos del
homo-cubensis, el macho caribeño, se han potenciado en grado
superlativo, traspasando los contornos acuosos de la Isla para
proyectarse a escala global como mito plenamente aceptado por las
sociedades de occidente. Valdría la pena preguntarse ¿por qué?
Las razones se hallan en causas de origen económico y moral, así como
educativo y cultural. La colectivización de corte estalinista a que fue
sometida la sociedad cubana supuso la reducción drástica de las
libertades individuales, la disolución de la familia tradicional y de
todos los valores que la sustentaban incluyendo la religión. Tras su
llegada a La Habana, los barbudos abdicaron del catolicismo y bajaron a
todos los santos del altar colocando en él a la Revolución, considerada
entonces como ícono supremo del sacrificio por la patria. Todo el acervo
de usos, costumbres y hábitos muy enraizados en la ética pública
insular, así como ciertas normas morales tácitas, fueron erosionadas por
la feroz embestida del ateísmo estatal –Cuba tiene la más alta tasa de
divorcios del mundo: 70 divorcios por cada 100 matrimonios–. Aquel
basamento ético, sustentado en el catolicismo, al menos desde el punto
de vista formal, representaba una suerte de código de moralidad mínima
cumplimentado por la mayoría de los machos tropicales quienes solían
atenerse tácitamente a sus postulados.
Quiere esto decir que más allá de la existencia en la sociedad
capitalista cubana de hombres bígamos encubiertos, quienes sustentaban
muchas veces dos y más familias simultáneas, además de ligues
ocasionales, aquellos individuos, por regla general, guardaban un
comportamiento de moralidad aparente de cara a la sociedad. El propio
padre del dictador Castro fue un ejemplo elocuente de esta práctica que
ocurría lo mismo en las zonas rurales que en las urbanas.
Otro de los elementos que contribuyó a perfilar el "nuevo hombre
machista-leninista" y que consiguió dar el tiro de gracia a los
remanentes de moralidad, legado de la Cuba republicana, fue la
institucionalización, a partir de 1971, del sistema de la Escuela en el
Campo para los adolescentes de 12 a 18 años de edad. En cualquiera de
estas escuelas convivían aproximadamente 600 varones y chicas, su
ubicación normalmente era en sitios de difícil acceso, por lo cual a
veces se pasaban semanas sin ir a sus hogares. En jóvenes en plena
explosión hormonal y con profesores que muchas veces no superaban
demasiado la edad de sus educandos, el libertinaje sexual –amor libre se
le llamó– no se hizo esperar, con su secuela de abortos, embarazos
indeseados y madres adolescentes, aumento de las enfermedades de
transmisión sexual y maestros sancionados, entre otras. En una sociedad
donde casi todo estaba prohibido y en medio de una sabana aislada de la
civilización, entre jóvenes adolescentes, no resultaba extraño que
ocurrieran tales excesos liderados por los propios profesores y los
estudiantes varones. Estos últimos, aunque preñaran, no eran expulsados
de las escuelas, a diferencia de sus parejas ocasionales.
Quizás el factor más importante que acabó de cuajar el macabro
experimento de crear una nueva especie de hombre fue la acelerada
desvalorización de la cultura del trabajo en toda la sociedad. El
"ancien cuban male", al margen de su implicación inveterada y
sistemática con más de una falda e incluso con más de una familia, fue
educado en valores que le asignaban al trabajo, al aprendizaje de un
oficio, o a alguna habilidad laboral, una importancia capital por el
hecho de que constituía, si no el único medio, el más socorrido para
ganarse la vida con honradez. De tal suerte, aquellos Don Juanes, más
allá de sus aventuras amorosas e incluso de ser padres de hijos tenidos
con diferentes mujeres, solían adjudicarle a su empleo una importancia
fundamental pues era a fin de cuentas la fuente de ingresos que les
permitía cubrir los gastos que demandaba su incesante vida promiscua en
un país donde aún la mujer no se había incorporado mayoritariamente al
mundo laboral.
Sin embargo, al nuevo hombre guevarista-castrista se le privaron de los
medios e instrumentos de trabajo para su sustento, que pasaron a ser
propiedad del Estado omnipotente y redentor. Ya no se trataba de formar
hombres libres capaces de ganarse la vida honradamente mediante el
despliegue de sus iniciativas y capacidades en pos de su beneficio
personal y el bien común, sino de crear un nuevo individuo obediente,
sin ambiciones personales y subordinado a los intereses de la
colectividad. Hasta el desmembramiento de la Unión Soviética en 1991, el
poder cubano, gracias al monumental subsidio soviético, sostuvo a flote
a la indigente economía cubana, haciendo como que le pagaba a sus
"obreros, campesinos y trabajadores intelectuales", mientras estos
hacían como que trabajaban. La situación daría un giro de 180º durante
la crisis de los 90, cuando aquel Estado todopoderoso tuvo que
abstenerse de dar lo que podía pues cada vez disponía de menos recursos.
De esta forma sus súbditos, privados una vez más de la libertad de echar
a andar un pequeño negocio –el impulso liberalizador fue frenado a
partir de 1996– con el cual eludir la crisis y levantar sus economías
personales, tuvo que buscarse la vida como mejor podía y he aquí que
muchos jóvenes se vieron impelidos a prostituirse.
Así, el pene cubensis –hacemos abstracción deliberada aquí del
comportamiento de este fenómeno en las jóvenes cubanas– pasó de ser un
instrumento concebido por los nuevos mambises del siglo XXI, como signo
inequívoco de virilidad masculina y vehículo para proporcionar placer a
la mujer cubana, en herramienta de trabajo fundamental; una suerte de
llave de los truenos capaz de resolverlo todo, de conseguir "fulas" y
otros bienes y favores con que sobrevivir, incluso a la hora de emigrar
a tierras lejanas.
Tales conductas, asumidas y toleradas de un modo u otro a nivel
macro-social, incluso por el mismísimo poder, sirvieron de fuente de
inspiración a despabilados cronistas musicales como David Calzado quien,
con su famoso tema "El Temba", reflejó mejor que cualquier estudio
sociológico la necesidad de los jóvenes de los 90 de entablar relaciones
intimas basadas no ya en el amor o el deseo, sino en la imperiosa
necesidad de supervivencia que agobiaba a los cubanos. El estribillo de
la timba aconsejaba a la novia de un cubano "…búscate un temba que te
mantenga pa'que tu goces pa'que tu tengas". El texto del tema no tiene
desperdicio y algunas de sus partes merece ser reproducido: "que es eso
de matrimonio yo solamente puedo ser tu novio, tu novio… te quiero
conformar pero tu quieres ser mi esposa… Con qué te voy a dar lo que tú
quieres conquistar si es imposible darte lo que pides… Búscate un temba
que te cuide día y noche hasta que te compre un coche… Así que te
mantenga, te suministre lo que no tengas y que te llene de prendas,
pa'que te ponga una buena vivienda"…
O sea, el hombre cubano poscomunista, condenado por su propio gobierno a
carecer de los medios económicos legales que le permitirían ganarse la
vida decentemente y gozar de un cierto estándar de riqueza material
junto a su futura esposa, le propone a su novia perpetua que se
prostituya con un hombre mayor –la letra en ningún momento alude a que
sea un extranjero, aunque se sobreentiende–, pero solvente y en
condiciones de darle una vida con bienestar. Aunque no aparece
explícitamente, se deduce que él, por su parte, se reserva el derecho de
hacer otro tanto con las turistas extranjeras, o sea, en resumen: que su
novia por un lado y aquellas por otro, lo mantendrían. Una, además de
"mojarlo" con lo que saca de su jineteo, lo ama con la lujuria y la
entrega pasional a la que está acostumbrado, mientras que la otra lo
surte materialmente, llegando quizás hasta rescatarlo de aquella prisión
insular para devolverlo a la vida en libertad en cualquier sociedad de
occidente. Cuba, a partir del derrumbe del socialismo real, modificó su
perfil político como exportadora de revoluciones para convertirse en una
potencia sexual de rango internacional en los albores de la globalización.
Debemos convenir que, en materia de comercio sexual, la degradación y la
decadencia acompañan tanto al ofertante como al demandante. Asimismo, en
todas las latitudes y en todas las épocas históricas han existido y
existirán chulos, proxenetas, gigolós y cualquier calificativo que
quiera adjudicárseles a los hombres que se consagran a este innoble
quehacer. Sin embargo, cuando estos comportamientos se masifican,
deviniendo medio de vida de una cantidad cada vez mayor de hombres
jóvenes que no pueden ganarse la vida decorosamente y que su única
posesión es el cuerpo que habitan, representa un inequívoco indicador
del grado de descomposición moral de la sociedad en que viven.
Curiosamente, el "apareamiento" ocasional con la extranjera, que
conserva en la Isla los derechos que le asisten "por denominación de
origen", obra el milagro de trasladar por ósmosis parte de aquellos al
"pinguero" cubano, al menos mientras éste la acompaña.
El Estado cubano niega a su pueblo el ejercicio de derechos civiles,
políticos y económicos, tales como realizar por cuenta propia ciertos
oficios y profesiones, impidiendo así el despliegue de la libre
iniciativa económica. Frente a este drama cotidiano que frena el
desarrollo de la creatividad personal y coarta la libertad, la población
se enajena, encontrando en el sexo y la promiscuidad la única vía de
escape a una situación social en avanzado estado de descomposición. Tal
comportamiento, en no pocos casos, le asegura además una mínima
supervivencia frente a la crisis económica permanente.
La economía cubana tiene un marcado carácter parasitario; sin subsidios
es incapaz de sobrevivir, o sea, sin el ahorro externo generado en las
mismas sociedades cuyos valores desprecia y considera moralmente
inferiores y he aquí que manadas de turistas occidentales acuden al
Parque Jurásico Castrista a "purgar sus pecados como criaturas
consumistas". Una forma típica de redimirse de esos pecados en el
paraíso del sexo y la desinhibición es ligándose un joven cubano que
vive de la prostitución, pues no tiene otro horizonte de realización en
esa sociedad. Éste, luego de proporcionales placer y lujuria ilimitadas
a las "yumas" es recompensado de inmediato y a veces premiado con
remesas mensuales las cuales no pocas veces devienen matrimonios de
conveniencia.
Existe consenso de que un elevado por ciento de los jóvenes que se
consagran a esta actividad son negros o mulatos. La implicación negra en
la prostitución se explica por la situación de marginación extrema que
soporta este sector de la población y también por los propios tópicos
racializados de sexualidad de las turistas que contemplan al negro o al
mulato como objetos sexuales perfectos por el "primitivismo" de sus
instintos. A tal punto ha llegado esta situación que el fenómeno del
jineterismo se ha convertido en un componente básico para definir y
marginar aún más a la población negra y mestiza.
Tal situación expresa la podredumbre de un régimen que, paradójicamente,
desde que accedió al poder consideró cualquier forma de prostitución
como una lacra social a erradicar. No obstante, el propio dictador,
quien tiene por cónyuge a una esposa reclusa a la cual en escasas
ocasiones y sólo en época muy reciente se le ha visto en público, se
ufanó abiertamente de que las prostitutas cubanas poseen un nivel de
instrucción universitario, mientras el Ministerio de Turismo publicita a
Cuba como un nirvana de pasión y amor caribeños. La frustración de los
jóvenes cubanos va en aumento, lo cual hace que emigren no por estrictas
razones económicas, como sucede en el Tercer Mundo, sino por la falta de
libertad que sufren para encauzar sus vidas de manera independiente,
pues el régimen les impide concretar sus capacidades y creatividad en
pro de su progreso y bienestar personal. Está claro que ningún otro
gobierno del mundo, salvo Corea del Norte, es dueño de prácticamente el
100% del tejido económico y, por tanto, responsable único de las
condiciones de vida de sus ciudadanos. La carencia de libertades y la
coacción ideológica que ejerce el régimen, demandando adhesión
incondicional imperecedera, terminan por distorsionar gravemente los
comportamientos sociales que encuentran en la mentira, la simulación y
la doble moral el único reducto donde escapar de la opresión política.
El más grave problema que se deriva de esta situación se afrontará
durante la ardua etapa de reconstrucción económica y el complejo proceso
de reconciliación nacional, pues el crecimiento del producto interior
bruto debe sustentarse no solamente en un capital humano cualificado,
sino además en valores de responsabilidad, orden, cultura del trabajo,
capacidad de acción colectiva, ahorro y civismo que constituyen la base
de la libertad y la prosperidad. La libertad y la economía de mercado
necesitan reglas y controles impuestos por la sociedad que se beneficia
de sus ventajas. Empero, al jinetero cubano poscomunista, habituado a
vivir de la gozadera y a "resolver" lo más inmediato para sobrevivir un
día más, fogueado en las lides del jineteo urbano y habituado a ejercer
una actividad ciertamente parasitaria, le resultará extraordinariamente
difícil la integración a una nueva sociedad basada en las libertades,
así como en determinados deberes y responsabilidades ciudadanas. Sin
duda, este es uno de los más grandes desafíos que enfrentará la Cuba del
mañana.
Del hombre nuevo al jinetero postcomunista - Artículos - Cuba -
cubaencuentro.com (14 March 2010)
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/del-hombre-nuevo-al-jinetero-postcomunista-230608
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