Querida Olympia:
- Esa máquina no es de ningún Partido. Mi madre escribe en ella hace más
de treinta años –, gritó mi niña buena, muertecita de miedo
lunes, febrero 24, 2014 | Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba.- Eras la amante perfecta, siempre dispuesta al amor con
toda la esplendidez de tu cuerpo sólido, inconcluso, pero frágil como
una dulce doncella de apetitos inocentes.
Perdóname si alguna vez te maltraté, si fui tu verdugo una noche de
tormenta, tu ajusticiador cuando no me ayudabas a proseguir, tu peor
enemigo cuando se rompía el alma de tu adorable e imprescindible cuerpo,
porque sin tu auxilio ¿quién era yo sino una errante infecunda?
Si nunca pudiste librarte de mí, fue porque nos sentíamos más libres que
los pájaros, con un amor sin altas ni bajas, sin crisis al estilo
matrimonial, sin separaciones ineludibles, sin firmas conyugales
absurdas, sin juramentos vacíos en presencia de extraños.
Olympia, no te mereces vivir a escondidas, en un armario cerrado a cal y
canto, sin que mis manos te acaricien como hice durante tanto tiempo. Tú
que fuiste mi guía espiritual, mi más íntima confidente, mi cómplice,
testigo de todos mis pecados, inspiraciones, de todas mis más sinceras
declaraciones políticas y amorosas.
No sabes, querida mía, con cuánta tristeza acabo de mirarte, tú que
conocías cada lágrima, cada sonrisa de mi rostro, el ágil y firme
movimiento de mis dedos cuando se hundían, se clavaban en cada una de
tus letras tan sabias, se deslizaban y volvían a hundirse, mientras tú,
siempre auxiliadora de esta mujer que gritaba lo terrible de la vida,
para que todos nos tuvieran que oír.
Hoy, aunque no lo creas, después de diez años de ausencia, tuve el valor
de levantarte en peso –casi no podía contigo-, de verte tal como eras
sobre mi escritorio, como en aquellos tiempos impetuosos de nuestra
juventud en que nos violábamos tan dulcemente y apenas dormían los
vecinos con tus quejidos sonoros de TAC, TACATAC, TAC, TACATAC.
-Por favor, dejen dormir.
Y yo me quedaba mirándote, desolada, así durante horas, porque no
teníamos derecho a perturbar el sueño de nadie con tus quejidos, tus
suspiros, aquella manera que tenías de secundar mis más fervientes
impulsos de escritora apasionada.
Tu historia está llena de sorpresas. Volviste a nacer una madrugada,
cuando mi hija Maricarmen te salvó de las garras de la policía política.
-Esa máquina no es de ningún Partido. Mi madre escribe en ella hace más
de treinta años –, gritó mi niña buena, muertecita de miedo, aquella
madrugada del 10 de marzo de 1990, cuando los esbirros cargaban con
todos mis papeles, como si fueran bombas atómicas.
No recuerdo en qué lejano año del siglo pasado te traje a casa, te
brindé el mejor lugar de mi dormitorio, comenzaste a tener la audacia de
reflejar mis pensamientos en miles y miles de hojas blancas de papel.
Pero sí sé que hoy es el día que más te necesito, impetuosa, vehemente…
Dios mío, para no sentir la vergüenza de tener las manos tan quietas
sobre ti.
Source: Querida Olympia: | Cubanet -
http://www.cubanet.org/destacados/querida-olympia/
No comments:
Post a Comment