Saturday, September 19, 2015

Ortega, el cardenal

Ortega, el cardenal
AMÉRICO MARTÍN

En 2013 escribí en mi libro Huracán sobre el Caribe acerca de
instituciones y personajes determinantes en esa época que han vuelto a
serlo y con más fuerza en la actualidad. Analizando la reforma raulista
aprobada en el VI Congreso del PCC en abril de 2012, dije algo que
repetiría hoy, sin más:

"La esperanza de hacer marchar la reforma sin proyectarla a los derechos
humanos podría zozobrar (…) Raúl Castro comprendió que para dosificar
cualquier eventual medida política necesitaba un interlocutor válido (…)
Pensó un momento y miró hacia la Iglesia que, sin tener más arraigo en
Cuba que en países de mayor tradición católica como Colombia o México,
tenía una aceptada respetabilidad "y además gozaba del directo respaldo
del Vaticano"

Desde entonces viene la cordial relación entre el cardenal Jaime Ortega
y el heredero del caudillo. Urgido de superar la tragedia económica que
ha sepultado la isla, RC hizo aprobar su apertura hacia el mercado y el
doloroso shock para el ajuste fiscal, tratando de mantener bajo control
la eventual protesta de la conciencia. Alguna vez dijo Napoleón:
"dejemos dormir al león chino". Habrá pensado algo parecido el hermano
menor al querer cambiar un sistema paleolítico sin despertar al león cubano.

Cuando se buscan grandes objetivos a veces hay que dosificar la memoria.
Roosevelt y Churchill no agitaron el recuerdo de las horrendas purgas
estalinistas al fundar la alianza con el feroz georgiano, todo con el
fin de derrotar al enemigo en ese momento más peligroso. Y nadie, que
recuerde, les reprochó la aplicación de semejante jugada estratégica. El
cardenal Ortega pensaría que no le sería dable recordar la sañuda
persecución de la revolución contra la religión, sus escuelas y su
episcopado entre 1959 y 60 y "el golpe crucial contra la iglesia" en
1961, sobria y profundamente relatado por el profesor Juan Clark (Cuba,
mito y realidad, Saeta Ediciones 1990)

¿Quién decidió guardar el memorial de agravios a fin de impulsar el
diálogo de la Iglesia? Quizá Ortega influyó y no poco, pero esa
iniciativa es de índole papal. No será por atractivo turístico que Cuba
habrá recibido a tres papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora
Francisco. Son dos mil años de experiencia. La causa es y tiene que ser
la de fomentar la religión en Cuba y propiciar cambios del modelo hacia
un sistema más humano. Pero el problema es que la visión y metodología
de la Iglesia difiere de las del movimiento democrático cubano. ¿Cuáles
son mejores? No es ese el punto. Son distintas y, en algún sentido,
complementarias. Pero en medio de las legítimas pasiones desatadas por
más de cinco décadas de cerrada revolución esas diferencias no se
aprecian y sobre todo, no se aprovechan.

La extensa declaración televisiva del cardenal Ortega en Cuba ha puesto
de relieve estos dos ángulos. Una tormenta acusa a Ortega de
confabularse con RC para embellecer sus políticas. Ciertamente algunas
de sus afirmaciones resultaron irritantes.

¿Cómo es posible que usted haya hablado de la inexistencia de presos
políticos en Cuba? le pregunta su entrevistador, el periodista Amaury Pérez.

"Han sacado mis palabras de contexto, pero admito que puedo equivocarme".

¿Cómo equivocarse en un punto como ese? Es obviamente una falacia que ha
acarreado una legítima reacción en su contra, pero al escuchar
serenamente la declaración de Ortega puede aceptarse que esas
concesiones descuadradas de alguna manera engranan en el objetivo que
busca: aprovechar las tribulaciones del gobierno para empujarlo
suavemente hacia el diálogo y la apertura. Es cuestión de opiniones
saber si lo logrará, pero el asunto se dimensiona cuando se recuerda que
es un ejecutor de decisiones del Vaticano, lo que parece evidenciar que
no se trata de ligerezas

Benedicto XVI lo definió de esta manera: "La iglesia no está para
cambiar gobiernos, sino para evangelizar hombres que se encargarán de
cambiar el mundo".

Los partidos democráticos sí están para cambiar gobiernos, es su meta y
en función de ella diseñan estrategias, formas organizativas y
consignas. Mientras encaran sus labores y trabajan por modelos
democráticos y justos, es Jesucristo quien afirma, según el Evangelio de
San Juan: "Mi reino no es de este mundo".

Que se lo graben con fuego los revolucionarios empeñados en "captarlo"
para sus causas, incluida la socialista siglo XXI, cual predicaba el
pirata que emprendió la demolición de Venezuela.

Que Cuba ha iniciado una era de cambios parece indudable. El peso de la
realidad ha incidido notablemente para que así ocurra. Las relaciones
con EEUU y una serie de medidas de mercado lo demuestran. La visita de
Francisco, quien luego verá a Obama, lo confirma y refuerza.

Pero el cambio en Cuba se está ralentizando. Pesan obstáculos fuertes.
La deuda externa es abrumadora, más ante el hecho de que la isla importa
el 80% de sus alimentos y el gobierno intensificará la carga impositiva
para medio atender el insondable déficit fiscal y el naufragio de su
economía. Son fuentes de malestar colectivo y de protestas reprimidas a
la antigua.

Para reimpulsar con fuerza el cambio económico y abrirse al respeto a
los derechos humanos y la libertad política trabajan con entusiasmo
variable el gobierno norteamericano y en medio de contradicciones los
dirigentes castristas que no olvidarán el crucial lema del VI Congreso:
"Rectificamos o se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio y
nos hundimos".

Y sobre todo la mayoría del pueblo cubano y sus bravos líderes,
interesados como nadie en bajarle el telón a la tragedia que han vivido.

Source: AMÉRICO MARTÍN: Ortega, el cardenal | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-venezuela/article35718969.html

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