Monday, December 5, 2016

Secreto hasta la tumba

Secreto hasta la tumba
A los vecinos con casas con vistas al cementerio de Santa Ifigenia les
ordenaron cerrar las ventanas
Alejandro Armengol, Miami | 05/12/2016 12:40 pm

En momentos en que se realizaba la ceremonia de depositar las cenizas de
Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba,
los cubanos seguían sin conocer detalle alguno sobre su tumba.
En silencio y con un funeral a puerta cerrada. Así fue la despedida del
hombre que ha hablado más en Cuba, durante más tiempo y por todos los
medios posibles, y con mayor impunidad. Y como todo en su vida, el
secretismo marcó también su adiós. La ceremonia fue estrictamente privada.
A los vecinos con casas con vistas al cementerio les ordenaron cerrar
las ventanas.
No había detalles de quienes asistían: familiares y "algún dignatario",
se dijo, pero nada más. A la hora en que los obreros cerraban el nicho,
la televisión retransmitía el acto de la noche anterior. Si querían ver
algo nuevo, lo que ocurría en esos instantes, tenían que resignarse a
esperar.
La última morada de Castro se pudo ver una vez terminada la ceremonia,
cuando abrieron la puerta y finalmente los cubanos pudieron entrar, y
entre ellos algunos reporteros internacionales. Las fotos del lugar
aparecen hoy en la prensa de todo el mundo. Raúl Castro realizando el
saludo militar frente a la tarja en la que se lee "Fidel"; los militares
distraídos por un momento mientras los trabajadores llevan a cabo las
labores imprescindibles, al igual que en cualquier entierro.
Ha existido un interés primordial y presente en todo momento para que
toda la pompa y circunstancia, alrededor del funeral de Fidel Castro,
sea singular y al mismo tiempo de una sencillez demasiado elaborada, así
como de una excepcionalidad casi cotidiana.
Todo a partir de un empecinamiento en negar la muerte como acto natural.
A las razones políticas para mantener en la población la idea de la
permanencia de Castro, como razón de Estado y de continuidad, se unen
otras, que van de los escrúpulos y prejuicios provincianos a la
reafirmación del mito histórico.
En primer lugar, un profundo desprecio hacia La Habana. Las cenizas de
Castro solo se hacen presentes a los habaneros en el momento que
abandonan la ciudad, rumbo a oriente, al "campo". Hay en este recorrido
final tanto de rememoración y viaje a la semilla como de acto de
purificación. La vuelta al origen como señal de reafirmación.
El intento de negación del reposo, el refuerzo del gesto, el querer
estampar esa actividad siempre febril que los diez últimos años de vida
del caudillo diluyeron por completo. Los cubanos no han podido ver las
cenizas de Castro en reposo. Cuando por primera vez se las muestran ya
el vehículo está en marcha. A partir de entonces se inicia el camino
donde a cada paso habrá espectadores estáticos, viendo pasar el cortejo,
que no llega a concebirse en —no puede llegar a ser— una marcha triunfal
como la anterior, pero que no obstante quiere rescatar lo que pueda de
la premura y esencialidad guerrillera: cuatro vehículos militares rusos
UAZ y un armón para una caravana de siete autos; austeridad bélica
confiada en la disciplina que por décadas se ha impuesto a la población.
Uno llega a preguntarse si el parón de uno de los UAZ, en las calles de
Santiago de Cuba, no fue el simple resultado de una fábrica de vehículos
de conocida deficiencia, y formó parte de esa ceremonia, orquestada con
precisión operática, para ser precisamente todo lo contrario de una
ópera: muestra de sencillez, fervor y obediencia.
Baste por un momento imaginar lo que hubiera ocurrido, durante el
entierro de Hugo Chávez, si la carroza fúnebre se hubiera detenido. Y
entonces se comienza a comprender la distancia que transita de un
sistema a otro, de un gobierno a otro, de un país a otro.
La multitud vestida de rojo que se abalanzaba sobre el auto que
transportaba el ataúd de Chávez no tiene nada que ver con el control
imperante en Cuba, que hizo posible que, desde el borde de la carretera,
los cubanos vieron pasar las cenizas de Castro sin arriesgar un paso
adelante, una lágrima de más o de menos, o de lanzar una exclamación que
no hubiera sido programada hasta en la imaginación.
Con tan estudiado ajuste de tiempos —una incineración inmediata y un
dilatado ceremonial con escenarios muy bien escogidos a quien mostrarse
y cuando—, es muy posible que fuera el propio Fidel Castro quien
elaborara una salida de escena tan pausada, como para que los cubanos se
cansaran, aburrieran de su muerte, y apenas por un minuto desearan
detener el reloj.

Source: Secreto hasta la tumba - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/secreto-hasta-la-tumba-327938

No comments:

Post a Comment