Saturday, December 10, 2016

La disyuntiva de Raúl Castro

La disyuntiva de Raúl Castro
CARLOS ALBERTO MONTANER

Raúl Castro se quedó solo. Se le fue su mentor, su figura paterna, el
hombre que le moldeó la vida y lo llevó a tiros, literalmente, desde la
insignificancia hasta la cabecera del país, pero lo hizo bruscamente,
haciéndole ver, a trechos, que lo despreciaba por sus limitaciones
intelectuales. Eso nunca dejó de dolerle.

Desde hace muchos años Raúl sabía que Fidel era el problema esencial de
la revolución –su arbitrario voluntarismo, sus tercas necedades, sus
improvisaciones, su odiada manera de perder el tiempo en conversaciones
y peroratas interminables–, pero también sabía que sin él no habría
habido revolución. Lo admiraba, por una parte, y por la otra lo
rechazaba. Había algo monstruoso y fascinante en una persona que hablaba
ocho horas consecutivas sin hacerle la menor concesión a la vejiga
propia o a la del indefenso interlocutor.

No obstante, la vida le había enseñado a Raúl que existía un problema
aún de mayor calado: el marxismo-leninismo, en el que creyó a pie
juntillas en su juventud, y por el que mató sin limitaciones, era un
planteamiento equivocado que conducía al empobrecimiento progresivo.

Si Fidel hubiera sido diferente, o si las relaciones con Washington
hubiesen sido mucho mejores, nada esencial habría cambiado. La
improductividad del sistema no dependía de los errores o del carácter
del líder, ni del embargo económico, sino de la inadaptación del sistema
a la naturaleza humana. Siempre fracasa.

Lo mismo había ocurrido en la URSS, en Alemania oriental, en
Checoslovaquia, en Polonia. Daba igual que los sujetos fueran eslavos,
germánicos o latinos. Rumania tenía "trato de nación más favorecida" por
Estados Unidos.

No importaba que el comunismo se ensayara en sociedades de raíces
cristianas, islámicas o confucianas: fallaba inevitablemente. Tampoco
dependía de la calidad o de la formación de los líderes. Los había de
diferentes plumajes: abogados, sindicalistas, profesores, maestros,
incluso obreros encumbrados. Ninguno servía.

A Raúl le era sencillo, además, confirmar que la economía de mercado,
con su modo simple de premiar a los emprendedores y castigar a los
abúlicos daba grandes aunque desiguales frutos. Su propio padre, el
gallego Ángel Castro Argiz, era un vivo ejemplo: llegó a la república
cubana sin un centavo, muy joven, incluso sin estudios, pero cuando
murió en 1956 dejó una fortuna de ocho millones de dólares y un negocio
agrícola organizado en el que trabajaban decenas de personas.

El asunto que se le plantea a Raúl es cómo desmontar el disparate
generado por su hermano y por él mismo hace casi sesenta años sin que lo
sepulten los escombros del sistema inservible. A estas alturas, sabe que
sus "lineamientos", que es como les llaman en Cuba a sus reformas
tímidas, a veces pueriles, son unos parches mal colocados en un
insalvable sistema socialista agravado por la gerencia militar en todas
las actividades económicas importantes del país, pero ha dicho, una y
otra vez, que no sustituyó a su hermano para enterrar el socialismo,
sino para salvarlo.

Supongo que ya sabe que el comunismo no tiene salvación. Hay que
enterrarlo. Fue lo que descubrió Mijail Gorbachov cuando se empeñó en
rescatarlo desplegando sus reformas drásticas –la Perestroika–,
dotándola de una atmósfera transparente de discusión sin miedo –la
glasnost–, convencido de que podía ser el mejor sistema productivo
creado por los seres humanos.

En pocos años su operación de salvación hundió el comunismo, pero no por
la torpeza de los gestores, sino por la insolvencia del sistema y por la
mala formulación teórica del marxismo-leninismo. La planificación
centralizada era un disparate. La condena de los mecanismos de
producción en manos privadas era contraproducente. Los comités de
asignación de precios no tenían la menor relación ni con las necesidades
de las gentes ni con la realidad. La presencia constante de la policía
política destruía la convivencia y generaba todo tipo de malestares
psicológicos.

Cuando Raúl Castro leyó Perestroika, el libro de Gorbachov, se
entusiasmó tanto que ordenó una edición privada para sus oficiales.
Fidel se enteró, lo regañó de forma humillante y mandó recoger los
ejemplares. A Fidel no le interesaba el bienestar material del pueblo
sino la permanencia en el poder. El gorbachevismo –dijo– conduciría a la
desaparición del comunismo.

Tuvo razón, pero a medias. Raúl está ante la misma disyuntiva que
enfrentó Gorbachov, pero con el agravante de que hoy casi nadie, menos
los idiotas profundos, piensa que el comunismo es rescatable. Al menos,
ninguno de los pueblos que ha conseguido abandonarlo ha reincidido.
Aprendieron su amarga lección. Por ahora, los síntomas son de que Raúl
mantendrá el mismo rumbo estalinista trazado por su hermano, pero hay
una diferencia: Fidel ya no está vivo. Lo enterró en un enorme pedrusco
en el cementerio de Santa Ifigenia. Si no rectifica es un cobarde.

Periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.

Source: La disyuntiva de Raúl Castro | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/carlos-alberto-montaner/article119953923.html

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