Thursday, February 11, 2016

El interlocutor equivocado

El interlocutor equivocado
MIRIAM CELAYA, La Habana | Febrero 11, 2016

Con más frecuencia que la que dicta la razón, desde el anuncio del
restablecimiento de relaciones entre los Gobiernos de Cuba y Estados
Unidos han estado apareciendo declaraciones, textos periodísticos y
hasta cartas abiertas donde menudean las reclamaciones hacia el
presidente estadounidense Barack Obama, por una decisión que algunos
consideran un error político, una desmedida concesión a la dictadura más
larga de este Hemisferio o, en el mejor de los casos, una ingenuidad. No
han faltado, incluso, quienes han llegado al extremo de acusar al
mandatario norteño de orquestar una "traición a los demócratas cubanos",
si bien no han aportado argumentos que justifiquen semejante afirmación.

Sin ánimo de discutir el soberano derecho de cada quien a opinar lo que
le dicte su propio intelecto, llama la atención que los reclamos más
airados se sustenten sobre cuestiones que no son atribuibles en
exclusiva al presidente de EE UU. Pongamos, por ejemplo, el tema de las
relaciones propiamente dichas. ¿Acaso ha sido más beneficioso al
Gobierno cubano este acercamiento político que la aceptación y
reconocimiento que ha tenido de otros Gobiernos democráticos? Es decir,
países como Alemania, Gran Bretaña, Francia, España, entre otros, han
mantenido relaciones con la dictadura cubana durante años, sin que hasta
ahora sus Gobiernos hayan recibido tantas repulsas por parte de los que
increpan al presidente Obama por el mismo "delito".

Otro asunto interesante es la ola de alarmas por el levantamiento de
restricciones a las visitas de estadounidenses a la Isla, o al comercio
de productores estadounidenses con empresas cubanas, cuando hemos estado
recibiendo por décadas a millones de visitantes europeos y canadienses y
se ha estado comerciando con empresas de numerosos países democráticos
sin que hasta el momento se hayan levantado tantos escozores.

De hecho, las inversiones extranjeras que se han estado verificando en
la Isla desde los años noventa –entre ellas las de conocidos empresarios
de la madrastra patria, España, que han explotado hasta la saciedad la
mano de obra nativa en flagrante violación de lo legislado por los
organismos internacionales que defienden los derechos laborales–, han
ofrecido al Gobierno cubano mayores ganancias que todas las
flexibilizaciones al embargo impulsadas por la administración
estadounidense. Me pregunto por qué los celos democráticos de los
cubanos no se han encaminado nunca a reclamar ante los políticos y
empresarios de esa nación, cultural e históricamente emparentada con la
Isla, y que no ha ofrecido un apoyo vertical y abiertamente declarado, o
al menos convincente, a la lucha por la democracia en la Isla.

¿Es que el acercamiento crítico de Barack Obama a la dictadura Castro es
moralmente más punible que los coqueteos de la Moncloa con el Palacio de
la Revolución, o que los agasajos recibidos por el general-presidente,
Castro II, durante su reciente estancia en Francia, cuna de la
democracia moderna?

¿Acaso no fue capaz el mismísimo Santo Padre, el humilde Francisco, de
hacerle los mayores honores a la satrapía insular al privilegiar al ex
presidente, Castro I, con una visita personal, mientras deliberadamente
ignoraba la represión a los disidentes, evitaba encontrarse con
representantes de la sociedad civil y omitía convenientemente cualquier
crítica al deplorable estado de los derechos humanos en Cuba?

Sin embargo, con una persistencia digna de mejores causas los críticos
de la actual administración de EE UU mantienen un cerco moral en torno a
Barack Obama, como si a él le correspondiera alguna responsabilidad por
la historia y destino de un pueblo que ha sido lo suficientemente
irresponsable como para permitirse la triste excentricidad de soportar
la más larga dictadura que recuerda el mundo occidental.

Recientemente en este medio se publicó una carta donde un cubano dirigía
cuatro preguntas personales al presidente Obama ( Cuatro preguntas para
usted, presidente Obama. Yuslier L. Saavedra, La Salud, Mayabeque,
Febrero 08, 2016). En ellas se resumen aproximadamente las mismas
críticas o reclamos de un gran número de despechados que no comprenden
cómo el Presidente del vecino norte "no ha tomado medidas" efectivas
para obligar a la dictadura cubana a respetar los derechos democráticos
de los cubanos o por qué no ha hecho lo necesario para garantizar la
calidad de vida de los isleños después del 17 de diciembre de 2014, como
si alguna de estas cuestiones fueran prioridades o intereses
prioritarios del presidente de un país extranjero y no asuntos que
debiéramos ser capaces de resolver los propios cubanos.

Paradójicamente, este joven cubano "que no desea emigrar y que sueña con
una Cuba libre, independiente y democrática", está subordinando con toda
claridad la soberanía nacional cubana a la voluntad o decisiones de ese
Gobierno extranjero. En verdad, algunos patriotas se muestran tan
apasionadamente ingenuos que no sabemos exactamente si darles un aplauso
o romper en llanto.

Pero así son las cosas por estos lares. Hay también quienes enarbolan en
abstracto un civismo exacerbado que, sin embargo, desfallece cuando se
trata de aplicarlo en la vida diaria. Me pregunto si este joven y otros
tantos "exigentes" cubanos de acá –en particular los que asisten a las
reuniones de nominación de candidatos, o a las mal llamadas Asambleas de
Rendición de Cuentas– han tenido el valor de preguntar a su
representante qué va a hacer para garantizar los derechos humanos, la
libertad y la prosperidad de (al menos) los vecinos de su comunidad.

Y llevando el asunto a un plano más individual, cuántos de ellos se
preguntan a sí mismos qué están haciendo para cambiar el estado de cosas
en Cuba.

En lo personal, no tengo nada que reclamarle al presidente Barack Obama
ni en particular a ningún Gobierno extranjero. Muy probablemente si yo
estuviera en sus zapatos haría lo mismo: procuraría la salvaguarda de
los intereses de mi nación y de mis connacionales, así como la seguridad
de los míos. Es a lo que aspiro de un futuro presidente cubano, cuando
vivamos en democracia. Supongo que el señor Obama tiene todo el derecho
de pensar para su caletre: si los cubanos en entusiasta mayoría
aplaudieron la instauración de una dictadura desde antes de que yo mismo
naciera, si han elegido escapar de ella o tolerar ad infinitum sus
desmanes, ¿quién soy yo para asumir el papel de redentor?

Parece cínico, y hasta puede que lo sea, pero si se mira fríamente es la
realidad. La dictadura cubana ha hecho exactamente lo que le hemos
permitido. Y permanecerá en la poltrona del poder hasta que quiera, no
tanto por su propio poder omnímodo como porque así lo consienten los
cubanos. Para que una autocracia sucumba no hay que asaltar cuarteles o
desatar una guerra; bastaría con dejar de obedecerla.

Mientras eso no ocurra, podremos lanzar contra Barack Obama o contra el
próximo inquilino de la Casa Blanca cualquier pregunta; lo cierto es que
la respuesta verdadera la tenemos entre nosotros.

Source: El interlocutor equivocado -
http://www.14ymedio.com/opinion/interlocutor-equivocado_0_1942605721.html

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