Monday, June 8, 2015

Cuba - El capitalismo ha ganado la guerra

Cuba: El capitalismo ha ganado la guerra
El espejismo socialista ha perecido de muerte natural: se asfixió
sumergido en su propio fracaso
lunes, junio 8, 2015 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba – En un principio fueron los casetes, primero los que
veíamos en aquellos viejos equipos de video betamax y algún tiempo
después, los VHS. Eran los oscuros años 90 y los repartidores ilegales
–conocidos como "mensajeros"– llegaban pedaleando en sus inseparables
bicicletas, de cliente en cliente, con sus mochilas a la espalda.
Alquilaban en 5 o 10 pesos cubanos cada casete, en dependencia de la
cantidad de filmes que tuvieran grabados y de la calidad de la grabación.

Para entonces no era masiva la presencia de equipos de vídeo entre los
cubanos, de manera que el feliz poseedor de uno de éstos, no solo era un
privilegiado, sino que además se convertía en el anfitrión de amigos y
vecinos cercanos que evadían la dura realidad del llamado "período
especial" refugiándose en el colorido mundo de algún producto
hollywoodense u otro programa, usualmente grabado por el aún más
restringido grupo –elegidos entre los elegidos– de quienes poseían una
antena DIRECTV.

Compartir un programa o una película también era cuestión de afinidades
y solidaridad en una época en que casi todos los cubanos sufrían los
embates de una crisis económica que, como el propio sistema que la
generó, parecía no tener fin. Por eso algunos contertulios se ponían de
acuerdo para rotarse el pago del alquiler del casete o –en su defecto–
aportaban algún toque gastronómico que mejoraba la reunión, bajo la
forma de algún té, un café adecuadamente "ampliado" con chícharos
tostados u otro brebaje de cualquier cosa.

El mensajero, por su parte, debía tener la intuición y el entrenamiento
suficientes para sortear ciertos obstáculos. La suya se trataba de una
ocupación ilícita, de manera que siempre existía el riesgo de la
delación envidiosa y combativa de algún dirigente cederista o el
hostigamiento policial. Los agentes del orden solían cazar a los
mensajeros para decomisarles los casetes y, a su vez, venderlos en el
mercado negro a otro mensajero o al propietario de algún banco de
videos, que también era ilegal. Así se cerraba el círculo.

Las autoridades habían ordenado una batida policial para acabar con esa
práctica que favorecía "la penetración ideológica del imperialismo" en
la población cubana, y que afectaba "especialmente a los más jóvenes".
En los centros de trabajo –sobre todo los relacionados con las ciencias
sociales y las investigaciones– la batalla contra esta sutil propaganda
enemiga era un punto esencial en las directrices de los núcleos del PCC
y de las direcciones administrativas y sindicales, aunque muchos de los
propios dirigentes y la casi totalidad de los trabajadores eran
consumidores asiduos del "venenoso" producto.

Así, mientras en horario laboral los comisarios del sistema
despotricaban contra "el carril dos", como se identificaba oficialmente
a la "guerra ideológica" del gobierno estadounidense contra Cuba, en el
ámbito doméstico el consumo del producto demonizado crecía
exponencialmente. Sin dudas, la misma propaganda "negra" que azuzaba el
gobierno contra los programas y filmes extranjeros solo conseguía
interesar al auditorio a favor de su consumo. La batalla verde olivo
contra la influencia yanqui estaba condenada al fracaso.

La "antena" y los DVD, agentes imperialistas de los "años cero"

Con el debut del siglo XXI y el arribo informal de nuevas tecnologías de
la informática y las comunicaciones, los casetes fueron cayendo en la
obsolescencia, incluso en esta ínsula atrasada y desinformatizada.

Desde los años finales de la década anterior habían irrumpido los DVD,
suplantando a los viejos equipos de videos y favoreciendo la
proliferación de los CD, "quemados" en alguna pequeña sala doméstica, y
distribuidos igualmente por todo un ejército de mensajeros. También se
extendió epidémicamente el uso de antenas parabólicas, cuyos
propietarios alquilaban sus redes a las viviendas aledañas que tuviesen
la capacidad de pagar por su uso.

Aunque limitado a las preferencias de programas del propietario, este
sistema se expandió rápidamente en la capital y ciudades cabeceras donde
existe gran concentración de población, lo que dificultaba a los cuerpos
represivos la detección y decomiso de los equipos.

Por otra parte, cuanto más avanzaba la tecnología tanto más costosa
resultaba la lucha en su contra. Ahora ya no se trataba de perseguir
sujetos que huían en bicicleta por el entramado de asfalto, sino que era
preciso movilizar medios especializados, personal y equipos, además de
las patrullas de la policía que debían participar del decomiso y arresto
de los infractores.

Semejante despliegue permitía que, mientras los cuerpos represivos
operaban en una manzana, en los barrios aledaños los mercaderes del
entretenimiento se encargaban de desmontar las redes y ocultar sus
equipos en sitios seguros. Rápidamente los cubanos aprendieron a
identificar el minivan con el rótulo de "Radio Cuba" que encabezaba la
comitiva policial, y en breve también los propietarios de antenas
tuvieron sus propios informantes dentro de las estaciones de policía,
que –soborno mediante– avisaban con anterioridad sobre las operaciones
de decomiso. En cualquier caso, cada equipo decomisado era una victoria
pírrica para las autoridades, teniendo en cuenta el costo de la
operación y lo magro de la cosecha.

El gobierno se anotaba otra bochornosa derrota frente a los recursos
dictados por el gusto popular y la experiencia de medio siglo de
supervivencia entre trampas e ilegalidades.

Internet, el demonio en persona

Con esa tozudez propia de los castrados mentales, los corifeos oficiales
de hoy se mesan los cabellos y desgarran las vestiduras ante la
evidencia de lo inevitable: la preferencia de la abrumadora mayoría de
los cubanos por los productos culturales del "capitalismo feroz". El
vehículo ilegal que ahora aterriza con frecuencia semanal en los
hogares cubanos es el llamado "paquete", y ha roto todos los records de
audiencia de sus antecesores.

En la actualidad resulta casi imposible no escuchar desde algún hogar
vecino los sonidos de programas habituales de la TV extranjera. Hasta
tal punto el paquete ha invadido la vida doméstica nacional que la TV
nativa ha devenido prácticamente intrusa furtiva en medio del imperio
del consumo de audiovisuales de contrabando.

Basta un disco duro externo para transportar terabytes de
entretenimiento y cultura capitalista que se transmite en los hogares de
la Cuba "socialista" a precios módicos, entre 25 y 30 pesos cubanos,
para romper la grisura de la programación de la TV estatal.

Sin embargo, los censores designados, con la infinita vanidad que les
hace creerse árbitros de lo que debe ser el gusto general y
administradores de lo que debe consumir culturalmente cada cubano de la
Isla, le llaman "banalidad" al gusto popular que privilegia una
telenovela de cualquier parte sobre la Mesa Redonda, y que conoce al
dedillo cada nueva serie que se transmite, cada filme que se estrena y
cuál es el último chiste de Alexis Valdés, además de toda la pléyade de
estrellas de la música y de los más variados programas de factura
extranjera, incluyendo dibujos animados y una variadísima programación
infantil que cubre los vacíos, la insipidez y la pésima calidad de la
programación vernácula dedicada a los niños.

Para mayor desesperación de los frustrados comisarios culturales, la
antena ahora ha sido enriquecida por el poder indiscutible de Internet,
ese "potro desbocado", acortándose el tiempo entre lo que se produce y
lo que se consume en materia cultural, además de permitir una relativa
actualización noticiosa al margen del sistema informativo gubernamental.

Una guerra perdida

A este tenor, no es de extrañar que címbalos y trompetas oficiales hayan
convocado a sus comisarios culturales y a sus oxidadas instituciones
para librar otra batalla contra la penetración yanqui, como si esta no
fuera ya un hecho consumado. Los funcionarios culturosos, cual vírgenes
vestales, están escandalizados con la entrega del otrora pueblo
combatiente a los seductores encantos de la sociedad de consumo. Con la
falta de creatividad que les caracteriza, los aguafiestas de siempre han
lanzado su propia estrategia: la "mochila"; una ridícula parodia del
"paquete", cuya más elocuente prueba de actualización es la inclusión
entre sus ofertas de aquellas series de la TV cubana que hicieron época
en la teleaudiencia nacional en los años 80: "En silencio ha tenido que
ser", "Julito el pescador" o "Algo más que soñar". Y todavía aspiran a
ser tomados en serio.

Lo cierto es que, mientras las tecnologías avanzan y los mensajeros de
éstas refinan sus estrategias de supervivencia para escapar a los
controles oficiales y vender sus productos, la represión –como el propio
sistema que representan– continúa atada a los mismos métodos de
vigilancia y persecución propios de los años de la guerra fría.
Continúan anclados a un pasado que no volverá.

A estas alturas resulta obvio que los cubanos gustan más del mundo de
colores que puntualmente les llega cada semana en el paquete que de la
promesa de pobreza eterna que les depara la cotidianidad. El espejismo
socialista que décadas atrás los movilizara ha perecido de muerte
natural: se asfixió sumergido en su propio fracaso. La cita que hoy
ilusiona a los cubanos humildes es con el capitalismo, aunque por el
momento solo sea desde las pantallas de su TV.

Source: Cuba: El capitalismo ha ganado la guerra | Cubanet -
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