Monday, May 11, 2015

Recuerdos del ferry

Recuerdos del ferry
Gina Montaner

Permanecieron interrumpidos durante más de medio siglo, pero muy pronto
volveremos a ver los ferries que en la década de los cincuenta iban y
venían del sur de la Florida a La Habana. Esa es la última noticia que
en estos días se suma al revuelo tras el acercamiento entre Estados
Unidos y Cuba.

Mi padre me había dicho que yo había salido de la isla en ferry con mi
abuela Manola, pero mi madre me aclaró la historia: fue ella quien en
febrero de 1961, con apenas 18 años, viajó sola en un ferry que la llevó
de La Habana, su ciudad natal, a Palm Beach. Mi madre no quería
separarse de mí, que aún era un bebé de menos de un año, ni de su
familia, pero sólo ella tenía visa en los primeros tiempos de una
convulsa revolución que cambió para siempre la vida de los cubanos.

Mis abuelas, Manola y Perla, que eran las matriarcas y el motor de la
familia mientras el régimen castrista ya había encarcelado a mi padre,
la llevaron al puerto, donde incluso intentaron, sin éxito, embarcarme
como polizón. El plan de mis abuelas (que eran muy madres coraje) era ir
sacando poco a poco a la familia antes de que el totalitarismo cercara
del todo una isla rodeada de mar.

Hoy Linda, así se llama mi madre, me cuenta que lloró todo el viaje,
destrozada al verse separada de sus seres queridos, preocupada por
llegar a un lugar donde le esperaba la incertidumbre y, sobre todo,
temerosa de quedarse al otro lado, alejada para siempre de su esposo, su
hija recién nacida y de la única vida que hasta entonces había conocido.

Le pregunto a mi madre qué recuerda de aquel ferry que a lo largo de la
noche recorrió la corta distancia que separa a la diáspora cubana de la
isla. Hoy, al cabo de cincuenta y cuatro años, aquel triste episodio le
resulta lejano, pero la herida del destierro y del trauma sigue intacta.
A sus dieciocho años, recién casada y madre, aquella travesía la
arrancaba de sus amores y del paisaje habanero en el que había crecido.
Cuando llegó a Palm Beach ya era de día y allí la recibió un familiar
que la llevó hasta Miami, donde comenzaría una nueva existencia mientras
esperaba la llegada de los que dejó atrás.

Antes de que los hermanos Castro impusieran su dictadura, el servicio de
ferries que conectaba a Miami con Cuba era frecuente y hacía de puente
marítimo entre dos países cercanos por la geografía y las costumbres. En
aquel entonces los estadounidenses y cubanos eran turistas
intercambiables y la isla y la Florida eran destinos apetecibles para
ambos. Sin embargo, la normalidad se interrumpió con el rompimiento de
relaciones y la alianza entre La Habana y Moscú en plena Guerra Fría y
la amenaza de un conflicto nuclear. De la noche a la mañana Cuba se
transformó en una inmensa cárcel y hasta los ferries se convirtieron en
objetos de fantasía para huir.

A pesar del anuncio del deshielo que hizo el presidente Obama el pasado
17 de diciembre, hoy en la isla sigue reinando la dinastía de los Castro
y, hasta ahora, no ha habido un solo gesto por parte del gobierno
indicando que está dispuesto a iniciar una transición. No obstante, hay
un ambiente de fiesta prematura que celebra el comercio, los vuelos y
hasta los ferries que eventualmente arribarán a La Habana. No hay
libertad ni fin de siècle, pero sí se aspira a que haya resorts llenos
de turistas estadounidenses que podrían volar directamente o hacer
trayectos en ferries que prometen casinos, máquinas tragaperras y
mojitos. La libertad, dicen, ya vendrá, acaso en el paquete del all
inclusive.

En realidad la lucha por la libertad, esa gesta que fue la que
verdaderamente recordamos cuando los alemanes salieron a derribar el
Muro de Berlín y en Checoslovaquia Václav Havel comprendió que los
largos años de presidio político no fueron en vano, parece haberse
diluido en la borrachera de esta celebración que bautiza a Cuba como la
nueva China, con su partido único y parque temático para turistas
accidentales ajenos a la represión.

Son días en los que la insoportable levedad del acercamiento se reduce
al sonido de los dólares contantes y sonantes, y ya se puede escuchar el
barullo en el ferry que le hará la competencia a los cruceros en el
mismo Estrecho donde han muerto cientos de balseros.

Cuando mi madre se subió al ferry hace cincuenta y cuatro años las
lágrimas no la dejaron ver La Habana por última vez. Hay viajes y hay
viajes.

Siga a Gina Montaner en Twitter: @ginamontaner

www.firmaspress.com

Source: Recuerdos del ferry | El Nuevo Herald El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/gina-montaner/article20600049.html

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