Friday, April 3, 2015

Radamés - otra historia de la embajada de Perú

Radamés: otra historia de la embajada de Perú
Cuando el ómnibus se estrelló contra la verja de la embajada, Radamés
iba detrás del asiento del chofer. No quiso tirarse al piso, para
protegerse de las balas. Más que su vida le interesaba asegurarse de que
entraba a la libertad
viernes, abril 3, 2015 | Luis Cino Álvarez

LA HABANA, Cuba. — Radamés Gómez fue el primero que me contó, unos años
después del incidente, la verdadera historia de lo que ocurrió el
primero de abril de 1980 en la embajada de Perú en La Habana: que el
custodio que resultó muerto lo fue por el fuego cruzado de los otros
guardias apostados en frente suyo, y no como decía la versión oficial,
por los que penetraron en la sede diplomática, que iban desarmados.

Radamés conocía bien la historia. Cómo no iba a saberla si fue en su
casa de la calle Tejar donde él y su amigo Héctor idearon la fuga y
convencieron para llevarse la guagua a Francisco El Títere, un chofer
del paradero de Lawton.

Cuando el ómnibus de la 79 que cubría la ruta Lawton-Playa se estrelló
contra la verja de la embajada, Radamés iba con los ojos bien abiertos,
detrás del asiento del chofer. No quiso tirarse en el piso, como
hicieron los demás, para protegerse de las balas. Más que su vida le
interesaba asegurarse de que entraba, a 65 kilómetros por hora, en lo
que suponía era el mundo de la libertad y la abundancia.

Fue el primero que resultó herido. Una bala le rozó la cabeza. Cuando
saltó al piso, otra le entró por la espalda. Por unos centímetros no le
destrozó el espinazo. A Héctor también lo hirieron. Pero ya estaban en
territorio peruano y según las leyes internacionales, no los podían prender.

Cuando el régimen se cansó de torturar por hambre y sed a los miles de
desesperados por escapar del paraíso revolucionario que colmaron hasta
la azotea de la embajada luego de que Fidel Castro ordenara retirar las
postas, y cuando ya la prensa oficialista había filmado las peleas de
los hambrientos por las míseras e insuficientes raciones de comida y
pudo armar su historia de que los refugiados eran la escoria de la
sociedad, fue que empezaron a permitir que salieran con salvoconductos,
lo cual no servía de garantía para evitar que fueran apedreados y
escupidos por las turbas enfurecidas por orientación superior.

Pero se negaron a dejar salir al grupo que penetró a bordo de la guagua.

Radamés se negó a negociar con las autoridades. No confiaba en ellos.
Sabía que no le perdonarían haber provocado aquella crisis. Temía que le
pasara lo que a otro del grupo, un muchacho de 17 años que trató de
salir de la embajada y lo arrestaron.

Radamés, Francisco El Títere, una mujer y un niño permanecieron allí,
incomunicados, bajo protección de las autoridades peruanas, durante
cuatro años y siete meses. Cuando los dejaron salir, les reiteraron que
jamás se irían de Cuba.

Radamés, para ganarse la vida, se fue a trabajar en la construcción. Fue
donde único le dieron empleo, luego de recordarle lo generosa que era la
revolución.

Nos conocimos allá por 1985, cuando trabajábamos en una brigada que
reparaba edificios y ciudadelas en el municipio Diez de Octubre.

Nuestros compañeros de brigada eran varios tipos en libertad
condicional, un abakuá con una Santa Bárbara tatuada en la espalda y un
bayonetazo en el vientre, y un pesista y galán de barrio que había
ejercido como veterinario hasta que se enteraron de que estaba en
trámites para irse del país.

A Radamés, que aun no había cumplido los 30 años, ya comenzaba a
escasearle el pelo. Decía que se le había caído por culpa de los
nervios. Tenía un enorme bigote negro, era de baja estatura pero con un
cuerpo robusto, como de boxeador, y siempre vestía jeans bien desteñidos.

Nos confió su historia, al veterinario y a mí, una tarde, luego de
terminar la jornada, mientras nos lavábamos el cemento y el sudor con el
agua verdosa de un barril.

Después, Radamés dejó de ir al trabajo. Por Irmita, su novia, supe que
lo habían condenado a tres años de cárcel por intentar irse en una balsa.

Radamés se fue a Estados Unidos, con visa de refugiado, en septiembre de
1991. Tiene dos hijos que nacieron en Miami. También son parte de su
sueño americano. Y una bien importante, porque a Radamés le gustaban
mucho los niños, pero no quiso tener hijos en Cuba, según decía, para
evitarles una vida como la suya.

luicino2012@gmail.com

Source: Radamés: otra historia de la embajada de Perú | Cubanet -
http://www.cubanet.org/actualidad/actualidad-destacados/radames-otra-historia-de-la-embajada-de-peru/

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