Sunday, April 12, 2015

La izquierda jurásica y el compromiso democrático

La izquierda jurásica y el compromiso democrático
ARMANDO CHAGUACEDA | Guanajuato | 11 Abr 2015 - 9:37 am

A propósito de lo ocurrido en la Cumbre de Panamá, una reflexión
dedicada a los jóvenes latinoamericanos.

Una verdad medias, repetida hasta el cansancio, es el compromiso de la
izquierda latinoamericana con la democracia. Supuestamente, tras la
caída del Muro de Berlín y con el fin de las dictaduras anticomunistas,
el progresismo continental habría abrazado principios como la
participación en elecciones, la organización civil, legal y pacífica y
la defensa y léxico de los Derechos Humanos. Abandonando —por superado—
aquel paradigma radical, hijo de la escuela leninista y las condiciones
del clandestinaje, que consagra el culto a la disciplina y organización
guerrilleras, el rechazo a toda política reformistas y el
autoconvencimiento de ser una vanguardia, imbuida de superioridad moral
frente al resto de una sociedad reaccionaria o inmadura. Elementos
que, en condiciones de oposición heroica a los gorilas, podrían
manifestarse como épica salpicada de dogmatismo. Pero que una vez
conquistado el poder —como sucedió en Cuba y, por corto tiempo en
Nicaragua— convirtieron a los antiguos revolucionarios en un poder tan
absoluto e implacable como el del tirano derrotado.

Bajo la legitimidad —y garantías— del proyecto democrático, nuestras
izquierdas impulsaron la innovación participativa en gobiernos locales,
encauzaron protestas contra las políticas de privatización y frente al
despojo de las trasnacionales. Castigaron gobiernos corruptos y
alcanzaron, en buena parte del continente y mediante las urnas, el poder
nacional. En dos siglos de vida republicana, nunca habían logrado tanto
avance como en estos años de inserción en la vida democrática.

Sin embargo, un segmento de esas izquierdas revela permanentemente que
cambió de formas pero no de esencias. Su mentalidad siguió siendo tan
intolerante como la de sus padres fundadores y, paradójicamente, emula
con lo peor de las derechas locales. Si se valieron de los Derechos
Humanos frente a presidentes neoliberales, ahora denuncian ese discurso
como "propaganda del Imperio". Si defendieron la autonomía de sus
movimientos ante los partidos de la burguesía, ahora la prescriben para
los ciudadanos que les adversan. Si promulgaban el pensamiento crítico
frente al totalitarismo del mercado, ahora recuperan el culto monolítico
al líder, al partido y a la causa. La mezcla de silencio o solidaridad
vergonzantes que han practicado con el gobierno represor de Nicolás
Maduro es apenas un capítulo reciente. Su lealtad, añeja y resiliente,
la preservan para el régimen y discurso que, después de medio siglo,
siguen (auto)denominándose "la Revolución Cubana".

La misiva enviada por un grupo de organizaciones sociales y políticas
panameñas a la cancillería de su país, sede de la Cumbre de las
Américas, es un triste ejemplo de esos lastres autoritarios. En la carta
se expone, sin mucho disfraz, el guion habanero, a tal punto que su
redacción es contradictoria y sus sesgos son palpables. Por ejemplo, al
mencionar su preocupación por las "reuniones, actividades y
movilizaciones de protestas, convocadas por sectores de oposición y
disidencias de las repúblicas de Cuba y Venezuela" parecen olvidar que
ellos han ejercido esos mismos derechos en manifestaciones organizadas
por el Foro de Sao Paolo, en los Foros Sociales y en las Contracumbres
de los Pueblos. Entonces no les preocupaba, como expresan hoy haciendo
gala de un respetable lenguaje diplomático, si sus actos podían "ofender
y denigrar en nuestro país la dignidad de los jefes de estados y de las
delegaciones oficiales". Simplemente marchaban, boicoteaban cónclaves y
abucheaban a los presidentes neoliberales, llamándolos "títeres del
Imperio".

Al repetir que los opositores usarán la Cumbre como "plataforma de
conspiración contra los legítimos gobiernos de Cuba y Venezuela", los
firmantes parecen desconocer que eso que llaman con toda propiedad
opositores, son seres criminalizados en sus países de origen, sin
distingo de postura ideológica, nexos internacionales y compromiso con
el ejercicio pacífico de los derechos ciudadanos. Son, para La Habana,
mercenarios terroristas y, para Caracas, oligarcas y golpistas. Nos
pueden gustar o no sus ideologías, pero son, en su mayoría, seres
humanos que merecen respeto, máxime cuando ejercen su lucha bajo
condiciones autoritarias.

¿No saben estos ciudadanos panameños que la inmensa mayoría de los
opositores cubanos van a Panamá precisamente a ejercer el derecho a la
libre expresión que le es conculcado en su patria? ¿Bajo qué pruebas
—que no sean los bodrios fabricados por los aparatos de inteligencia y
propaganda cubanos y sus discípulos bolivarianos— pueden demostrar el
talante terrorista del conjunto de activistas y defensores de derechos
humanos, artistas y comunicadores independientes, asistentes a la
Cumbre? Fervorosos antibelicistas, ¿no consideraron una amenaza al
derecho internacional y amenaza a la paz regional que aquel buque
capturado, en la propia Panamá, con armas no declaradas, procedentes de
La Habana y en tránsito al régimen forajido de Norcorea?

En la lista de firmantes se mezclan viejos aliados del Gobierno cubano
—que compran por dogma o compromiso su agenda— y jóvenes que desconocen
las contradicciones de la realidad cubana, muchachos comprometidos con
causas sociales y justamente impacientes frente a las políticas de la
derecha nativa. Y es importante diferenciar un esbirro consciente de un
idealista candoroso y manipulado. Por eso al escribir este texto pienso,
en especial, en aquellos jóvenes simpatizantes de las causas sociales,
cuya militancia o sentido de la solidaridad los haya enrolado en esta
falaz aventura. Ese vino nuevo que los estalinistas quieren corromper,
encerrándolo en odres viejos.

Defensores del arte popular y comprometido, ¿sabrán esos jóvenes cuyas
organizaciones suscriben el panfleto procastrista, que el rapero Silvito
el Libre —hijo del ícono Silvio Rodríguez— es una voz vetada en su suelo
natal; y que usa su arte para denunciar la marginación y pobreza, la
falta de oportunidades y el encumbramiento de una dirigencia que ha
secuestrado la esperanza de un noble pueblo? ¿Acaso hay diferencias
raigales entre esas demandas y lo que hacen en sus países grupos como
Calle 13, encumbrados por la progresía regional? ¿Hay, para esos chicos
de melena larga y remeras del Che, contestatarios repudiables y
dominaciones defendibles?

Hijos rebeldes de la era del software libre y la comunicación
alternativa, ¿no consideran, al menos, escuchar con prudencia y respeto
a sus contemporáneos que no repiten mecánicamente consignas comunistas?
¿No sería mejor, después de eso, poder debatir con personas y no
rechazar a priori espantajos preconcebidos? ¿Sabrán que la inmensa
mayoría de los opositores cubanos presentes denuncian el bloqueo gringo
y cualquier (hoy improbable) amenaza de invasión a Venezuela; que
celebran el restablecimiento de relaciones y que lo que desean es
dialogar con un oficialismo que se niega a reconocerlos? ¿Saben que son
agredidos verbal y moralmente en los Foros de la Cumbre? ¿Les parecen
tales comportamientos coherentes con cualquier idea de democracia
participativa y soberanía popular?

No, queridos jóvenes; entre la pluralidad creativa de vuestros
movimientos sociales y el fórceps autoritario de gobiernos como el
cubano hay una enorme distancia. La Habana de 2015 está más cerca del
Palacio Nacional y el Tlatelolco del 68 que de las comunas zapatistas de
1994. Lo dominante es la censura y represión autoritaria, y no esa
supuesta libertad y utopía desencadenadas que los propagandistas del
régimen venden por doquier. Frente a esos hombres, ustedes son distintos.

Ustedes tienen sueños, ellos intereses. Aunque los unan las banderas
rojas y las consignas guevaristas, en ustedes esa invocación expresa el
anhelo por un mundo mejor, menos injusto, más hermoso. En ellos es la
máscara que encubre un poder viejo —en ideas y administradores—, un
poder que negocia con banqueros y fomenta transgénicos, que reprime
sindicalistas y anula movimientos comunitarios. Un poder que, por
décadas, ha envilecido los mejores ideales de la izquierda, generando
confusión y desencanto. Un poder amigo de Díaz Ordaz y Videla, de
Gadaffi y Noriega, de traficantes y terroristas. Un poder que ha
enajenado a tanta gente noble, creativa y socialmente sensible;
orillándola al ostracismo o el exilio, en medio (aún) del silencio
cómplice y trágico de tantos camaradas de la izquierda mundial. Un poder
que nos ha robado afectos, memorias, futuros y familias.

Podrían añadirse otros muchos argumentos, pero dejo aquí esta reflexión.
Nuestro continente, campeón en la desigualdad y exclusión política de
los pobres, ha avanzado mucho en estas décadas de democracia
representativa; pero falta mucho por lograr. Por suerte el respeto
universal a los Derechos Humanos, la búsqueda de nuevos modos de vivir y
expandir la democracia y el protagonismo de los movimientos sociales nos
dan esperanzas de que "otro mundo mejor (y radicalmente distinto) es
posible"; un mundo diferente al que las oligarquías y los caudillos, las
botas y los dogmas revolucionarios nos han secuestrado por siglos. Mi
propia experiencia con varios movimientos sociales del continente —con
los luchadores contra el TLC en Costa Rica, con los zapatistas
mexicanos, con los colectivos urbanos brasileños, con los
cooperativistas venezolanos— me dan energías para pensar que, superando
nuestros lastres y las barreras del sistema, aún hay mucho por hacer,
desde la izquierda, en pro de sociedades más justas, libres y
democráticas. Conjugando lo mejor del pensamiento y la praxis
socialista, republicana, liberal, comunitarista, ambientalista,
feminista… humano.

Vergüenzas como esta no bastan para demeritar las luchas por la justicia
social del continente. Pero alertan de que cierta "izquierda jurásica"
sigue viva e influyente, hipotecando el mejor legado del progresismo
continental. Y destierran las enseñanzas de aquel indígena liberal que
nos enseñó que "el respeto al derecho ajeno es la paz". Y de aquella
luchadora marxista que sentenció: "la libertad es siempre libertad para
quien piensa diferente".

Este artículo apareció en Confidencial. Se reproduce con autorización
del autor.

Source: La izquierda jurásica y el compromiso democrático | Diario de
Cuba - http://www.diariodecuba.com/internacional/1428741441_13913.html

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