Friday, April 17, 2015

El reto es la democratización de Cuba

El reto es la democratización de Cuba
El encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro en Panamá demostró que el
restablecimiento de relaciones responde a una firme lógica bilateral que
no se descarrilará por Venezuela u otro Gobierno latinoamericano
RAFAEL ROJAS 15 ABR 2015 - 00:00 CEST

A mediados de la segunda década del siglo XXI, las sociedades y Estados
americanos tienen más intereses comunes que nunca en su historia. Todas
las economías del continente son de mercado: la única que sigue siendo
estatal es la cubana y ya va dejando de serlo. Todos los sistemas
políticos de la región son constitucionalmente democráticos: el único
que no lo es, otra vez el cubano, comienza, por lo menos, a ser
consciente de su anomalía. Todas las sociedades americanas se asumen
como multiculturales y diversas y suscriben una filosofía de los
derechos humanos que apuesta por el equilibrio entre libertades civiles
y políticas y satisfacción de demandas sociales y económicas básicas. A
pesar de esta convergencia, el espectáculo que ofreció la reciente
Cumbre de las Américas, en Panamá, sonó más a discordia que a
entendimiento. ¿Por qué?

Desde el punto de vista de la soberanía nacional y la asimetría de
poderes entre Estados Unidos, Canadá, América Latina y el Caribe, la
situación también es muy distinta en relación a hace un siglo, medio
siglo o, incluso, dos décadas. Hoy los países latinoamericanos y
caribeños son más soberanos, las inversiones y créditos en la región
tienen orígenes más diversos y el intervencionismo militar y la
injerencia diplomática de Washington, a pesar de las letanías
nacionalistas, se han reducido considerablemente. Tan sólo la
constatación de un nuevo sujeto en la dinámica hemisférica, como la
creciente inmigración latina en Estados Unidos, que ya ronda los 60
millones, permite asegurar que las naciones americanas se han vuelto más
interdependientes ¿Por qué la discordia?

Una primera explicación tiene que ver con el arraigo de viejas
ideologías en las élites de ambas Américas. La derecha en Estados Unidos
y, especialmente, el conservadurismo de ascendencia hispana, percibe a
los Gobiernos latinoamericanos como colonias rebeldes. Cuando no son
patios traseros son rivales políticos, populistas o comunistas, que
deben ser tratados como menores de edad hasta que aprendan a
autogobernarse. La izquierda latinoamericana más extremista, sobre todo
en su versión castrista y chavista, entiende a Estados Unidos como un
imperio perpetuo, igual a sí mismo a lo largo de dos siglos, del que se
debe esperar siempre lo peor para América Latina. La clase política y
diplomática de ambos lados, mayoritariamente, no comulga con ninguno de
esos estereotipos, pero basta una frase o un gesto equivocados para que
la memoria regrese a los tiempos de la guerra del 98 o de los golpes
contra Arbenz y Allende.

Los desencuentros entre las Américas no sólo son resultado de la
persistencia de ideologías agotadas. Tampoco tienen que ver, únicamente,
con choques coyunturales como el provocado por las sanciones del
Gobierno de Barack Obama contra funcionarios venezolanos, con la
permanencia de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo
o con lo que queda del embargo comercial a la isla. Esos diferendos,
basados en políticas erradas o heredadas de la guerra fría, alimentan
las campañas mediáticas de La Habana y Caracas, pero no son decisivos
porque son negociables. Lo que no parece negociable, como lo han
reiterado en estos días varios medios del Partido Comunista de Cuba, es
la negativa del Gobierno de Raúl Castro a formar parte del sistema
interamericano, por la centralidad que sigue teniendo en el mismo la
forma democrática de gobierno.

El intervencionismo militar de Washington se ha reducido considerablemente

La Cumbre de las Américas de Panamá puso en evidencia que sigue
existiendo una brecha geopolítica profunda entre el bloque bolivariano y
la mayoría interamericana de la región. Una de las formas en que se
manifiesta ese conflicto es por medio del apoyo de Venezuela, Ecuador,
Bolivia, Nicaragua y Cuba a la represión en cualquiera de esos países y
al rechazo de La Habana a reingresar a la OEA. De ese posicionamiento se
desprende que el actual proceso de normalización diplomática entre
Estados Unidos y Cuba tiene como límite la falta de un proyecto de
reformas internas que acerque el sistema político cubano a los
estándares democráticos del hemisferio. La permanencia del régimen de
partido único, control gubernamental de la sociedad civil y elecciones
de Estado, en la isla, no sólo es un mecanismo de subsistencia para los
líderes cubanos: también es una prioridad de importantes sectores de la
izquierda latinoamericana, que encuentran en su apoyo a La Habana la
forma más fácil de distanciarse de Estados Unidos.

Esta cumbre ha confirmado algo más: que la mayoría interamericana de la
región (México, Costa Rica, Panamá, Colombia, Brasil, Perú, Chile,
Uruguay…) y, desde luego, el liderazgo de la OEA, aunque rechacen el
autoritarismo de los Gobiernos bolivarianos, no van a confrontarlo
públicamente, mucho menos si Estados Unidos promueve sanciones y demanda
de sus aliados un compromiso con las mismas. Los Gobiernos de tendencia
interamericana no comparten la represión en Caracas o en La Habana, pero
tampoco quieren verse involucrados en una agenda de confrontación con
esos regímenes, impulsada desde Washington. Mientras menos protagonismo
asuma Estados Unidos en los conflictos internos de esos países, más
posibilidades habrá de que otros Gobiernos de la región se posicionen.

El espectáculo de la discordia, sin embargo, es engañoso. El sistema
interamericano sigue vigente y ofrece a América Latina instancias de
mediación con Estados Unidos. Todos los Gobiernos, menos el cubano,
mantienen su representación en la OEA y aprovechan los instrumentos de
ese mecanismo en beneficio propio. Los Gobiernos bolivarianos, que hace
pocos años llamaban a "enterrar" la OEA o a reemplazarla con un
organismo diferente, como la CELAC, han abandonado esa opción. De hecho,
esos Gobiernos estuvieron fuertemente involucrados en la elección del
nuevo secretario general de la organización, el socialista uruguayo Luis
Almagro. El papel de la OEA puede salir fortalecido en un contexto
hemisférico, marcado por la tensión entre la geopolítica bolivariana y
el nuevo realismo interamericano, que intenta incluir a Cuba.

La normalidad debe llevar a que acabe la represión y la estigmatización
del disenso en la isla

En Panamá la diplomacia siguió su curso por detrás de las polarizaciones
mediáticas. La negociación entre Estados Unidos y Cuba continuó y la
fricción entre Washington y Caracas, a pesar de lo que prometía Maduro,
amainó. Y es que, en buena medida, la polarización mediática forma parte
de la neblina que esos mismos Gobiernos esparcen mientras pactan
embarques de barriles de petróleo, créditos, inversiones y colaboración
en temas de narcotráfico, terrorismo, migración y medio ambiente. El
viejo nacionalismo latinoamericano, que imagina a Estados Unidos como un
otro total, amenazante de la economía, la política y la cultura de
América Latina, ha sido abandonado en la práctica por todos, pero
todavía nutre la estrategia simbólica de varios Gobiernos de la región.

A pesar de las disensiones regionales y de la rispidez con que algunos
trataron al presidente Obama, los Gobiernos reunidos en Panamá son
conscientes de que esta Administración, sin haber atinado a diseñar una
política latinoamericana, ha mostrado más sensibilidad que las
anteriores en temas de consenso regional como el de la situación de los
migrantes ilegales o el de la política hacia Cuba. En las tres cumbres
de las Américas que han tocado a Obama, la de Trinidad, la de Cartagena
y la de Panamá, al presidente le fue mejor que a su antecesor, George W.
Bush, en 2005 en Mar del Plata. Quien suceda a Barack Obama en 2016, sea
republicano o demócrata, deberá tener en cuenta que una marcha atrás a
la política hemisférica de la actual Administración puede revolver aún
más el rompecabezas de las Américas.

El encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro el pasado 11 de abril, en
Panamá, demostró que el restablecimiento de relaciones entre Estados
Unidos y Cuba responde a una firme lógica bilateral que no se
descarrilará por causa de Venezuela o cualquier otro Gobierno
latinoamericano. La derecha cubanoamericana y el bloque bolivariano
intentarán revertir el proceso, pero el compromiso de ambos Gobiernos
parece lo suficientemente sólido como para sortear cualquier obstáculo.
El reto en el corto plazo, para ambos Gobiernos y también para la
oposición y la sociedad civil cubanas, será traducir la normalidad
diplomática en una democratización del sistema político cubano que ponga
fin a la represión y estigmatización del disenso.

Rafael Rojas es historiador.

Source: Obama Catro: El reto es la democratización de Cuba | Opinión |
EL PAÍS - http://elpais.com/elpais/2015/04/13/opinion/1428922012_244165.html

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