Thursday, April 9, 2015

El Club de las Palabras

El Club de las Palabras
En las cumbres se evidencia la falta de interés de los dirigentes
políticos de trabajar a favor de la libertad, la democracia y el
desarrollo sostenible de uno y todos los países del continente.
Pedro Corzo
abril 07, 2015

Las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, particularmente en las que
participan países latinoamericanos, han dejado de ser, si es que alguna
vez lo fueron, una reunión de líderes comprometidos en la búsqueda de
soluciones para los problemas de sus respectivas naciones, los que
enfrenta la región o el sector que los convoca.

Estos espectáculos de los soberanos de la democracia, la calificación es
apropiada porque aunque sean electos por voto popular, la mayoría cuando
accede al poder se comporta como monarcas, no son realmente útiles.

Son encuentros vanos, costosos y sin resultados concretos. Los
mandatarios actúan en el marco de lo políticamente correcto. La doble
moral prima en las relaciones internacionales. La verdad es omitida por
conveniencia. Los valores y principios que dicen encarnar los
presidentes y sus más altos funcionarios son relegados a un segundo
plano con tal de no irritar a los representantes de regímenes
depredadores, que nunca debieron haber sido invitados.

El compromiso principal de un gobernante es defender los intereses del
país que representa, y si acepta participar en un foro con proyecciones
integracionistas tiene la obligación, al menos moral, de trabajar a
favor de los ciudadanos de otros países que no disfrutan plenamente de
sus derechos.

Ahora bien, los déspotas sí hacen su trabajo. Aprovechan las tribunas
para promover sus regímenes y justificar en foros internacionales los
abusos que cometen en sus ciudadanos. Se presentan como defensores de
una soberanía nacional que nunca ha sido amenazada, como objetivos de
una conspiración internacional que busca la destrucción de su país.
Asumen el rol de víctimas cuando en realidad son victimarios.

Las citas de este selecto grupo de personalidades poderosas
políticamente, son precedidas por concilios de ministros en los que se
preparan acuerdos y compromisos que serán suscritos por los gobernantes
que supuestamente son de obligatoria consumación. Paradójicamente,
mientras más importantes hayan sido, es menos factible que sean
implementados.

En las cumbres se evidencia la falta de interés de los dirigentes
políticos de trabajar a favor de la libertad, la democracia y el
desarrollo sostenible de uno y todos los países del continente.

La participación en plano de igualdad de un autócrata, incluidos los que
pueden haber sido elegidos democráticamente, en un evento en el que se
van a coordinar políticas de progreso, gobernabilidad y respeto al
ciudadano, es una afrenta a los que en esos países luchan a favor de
restaurar los derechos conculcados.

La dictadura cubana no debería estar presente en la Cumbre de las
Américas, como tampoco los despotismos institucionalizados de Venezuela,
Ecuador, Bolivia y Nicaragua, porque en la Declaración de Principios por
los cuales se suponen se rigen estos eventos se apunta de forma muy
explícita: "los Jefes de Estado y de Gobierno elegidos de las Américas
estamos comprometidos a fomentar la prosperidad, los valores y las
instituciones democráticas y la seguridad de nuestro Hemisferio".

El documento también refiere: "reiteramos nuestra firme adhesión a los
principios del derecho internacional y a los propósitos y principios
consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y en la Carta de la
Organización de los Estados Americanos".

Por supuesto que los referentes de la Declaración de las Cumbres de las
Américas tampoco han sido los más respetados. Tanto la OEA como la ONU
reúnen en el mismo salón regímenes criminales que deberían ser aislados
por las naciones que tienen altos niveles de respeto a los Derechos Humanos.

La conclusión es triste. Palabras, solo palabras. Se dicen y escriben
sin la intención de hacerlas cumplir. Se elaboran documentos y
declaraciones altisonantes, se establecen compromisos sin el propósito
de honrarlos, es como si todo fuera parte de un juego en el que la
victoria la tienen asegurada los que menos escrúpulos tienen.

La conveniencia, lo coyuntural, prima sobre los fundamentos éticos sobre
los que las constituciones de nuestros países dicen regirse. La
frivolidad se apodera de quienes representan a los pueblos y eso
repercute en la desesperanza, en la falta de interés del ciudadano en la
política porque erradamente han llegado a la conclusión de que al
liderazgo político solo se accede mintiendo y haciendo compromisos que
nunca serán consumados.

En Panamá, habrá de confirmarse nuevamente que nuestros mandatarios no
están verdaderamente comprometidos con la democracia, ni en practicar la
solidaridad con los oprimidos y perseguidos del continente, lo que puede
ser un estímulo para que los próximos gobernantes con afición al
despotismo recurran a todos los medios posibles para perpetuarse en el
poder y suprimir los derechos de sus ciudadanos.

No por gusto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dijo que la
región enfrenta profundos desafíos en cuanto a las libertades
fundamentales, a lo que se podría agregar que es por la estulticia de
muchos de sus gobernantes.

Source: El Club de las Palabras -
http://www.martinoticias.com/content/el-club-de-las-palabras/90408.html

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