Sunday, April 19, 2015

Cambiar o no cambiar regímenes, ésa es la cuestión

Cambiar o no cambiar regímenes, ésa es la cuestión
CARLOS ALBERTO MONTANER
04/18/2015 2:00 PM 04/18/2015 6:00 PM

El presidente Barack Obama, tras asegurarle su amigo John Kerry que
Cuba, últimamente, se comporta dulcemente, como el Vaticano, eliminó a
la Isla de la lista de países que colaboran con el terrorismo.

Era previsible. Obama había advertido en Panamá que su gobierno
renunciaba al cambio de régimen. La lista de países vinculados al
terrorismo formaba parte de esa estrategia. Era un sambenito político
destinado a infamar adversarios en el largo camino del desplazamiento.

No obstante, se trataba de una descripción justa. La isla lleva décadas
colgada del brazo de la peor gente del planeta: desde Carlos el Chacal
hasta la adiposa dinastía real norcoreana, pasando por Gadafi y las
narcoguerrillas colombianas, pero el deseo de Obama es olvidar los
agravios y comenzar una nueva vida.

Pronto devolverá la Base de Guantánamo. Eso estaba previsto en la Ley
Helms-Burton cuando Cuba fuera libre, pero Obama no quería esperar la
llegada de tan incierta fecha. Solicitó a un bufete amigo un informe
legal sobre sus prerrogativas para desprenderse del territorio y lo obtuvo.

El segundo paso será recibir de la Marina un memorándum donde se
explique que, en efecto, la base es costosa y tiene escasa utilidad
militar. Opinarán que puede y debe clausurarse.

El tercero será relocalizar o liberar a los prisioneros islamitas
acusados de terrorismo. No es extraño que el acuerdo incluya el
compromiso de que, por un periodo, el territorio no sea utilizado como
base militar.

En rigor, todo esto es escasamente importante, salvo un dato clave: la
cancelación de la voluntad norteamericana de cambiar los regímenes
enemigos y sostener a los amigos con los que hay coincidencias de
valores e intereses. Ésa es una modificación sustancial de la visión y
la misión internacional de Estados Unidos.

Hace 70 años que en Bretton Woods, New Hampshire, F.D. Roosevelt asumió
la cabeza del mundo democrático que creía en la libre empresa. Esa
responsabilidad, aceptada cuando los nazis daban las últimas boqueadas,
primero fue económica –de eso se trataba Bretton Woods–, pero luego la
completó Harry S. Truman en el terreno político tras el sordo estallido
de la Guerra Fría.

En esencia, los objetivos de ese conflicto consistían, ante todo, en
tratar de cambiar a los regímenes enemigos y de sostener a los amigos
porque se pensaba que era un juego de suma-cero. Lo que perdía Occidente
lo ganaba la URSS y viceversa.

A eso, entre otras funciones, se dedicaban la CIA, el Departamento de
Estado, la OTAN, el Plan Marshall, la AID, la VOA, la OEA, la DEA y el
resto de las aguerridas siglas del mundillo financiero. Era parte de su
misión.

Dentro de ese esquema, Washington sostuvo a Grecia y a Turquía,
reconstruyó a Europa occidental y Japón, frenó y deshizo la invasión de
Corea del Norte a la del Sur, impidió que Italia y Francia fueran
controladas por los comunistas, pero no que Vietnam les ganara una
guerra devastadora. Contribuyó a dar un golpe antisoviético en Irán,
derrocó a Jacobo Arbenz en Guatemala y, lateralmente, a Salvador Allende
en Chile.

Perdió, sin embargo, en Cuba, y por no revertir esa derrota volvió a
perder en Nicaragua, en Angola y en Etiopía, porque Cuba era un nido de
ametralladora en movimiento al servicio del totalitarismo y del propio
instinto aventurero de Fidel Castro, una especie de Napoleón caribeño,
incansable y fecundo, capaz de parir en la vejez, ya medio muerto, a
Hugo Chávez, al Foro de Sao Paulo y al Socialismo del Siglo XXI.

Obama tiene al menos dos graves problemas con su anulación de la
voluntad norteamericana de cambiar y sostener regímenes. El primero es
que casi todo el aparato burocrático norteamericano, dedicado a
proyectar el poder de Washington en el extranjero, ha sido concebido y
moldeado para apoyar a los amigos y tratar de reemplazar a los enemigos.
No es fácil detener la inercia que se genera durante siete décadas de
instituciones y leyes.

Y el segundo, y más importante, es que, aunque Obama cancele
unilateralmente su enemistad, aunque cierre los ojos, como los niños
dedicados a la magia, y decida que los enemigos de Estados Unidos han
dejado de serlo, los adversarios de la democracia, el pluralismo y el
mercado seguirán combatiendo para cambiar regímenes, como sucede en
América con la sagrada familia neopopulista de la ALBA, o como ocurre en
el Medio Oriente con Irán, que desestabiliza a Yemen, conspira en la
Franja de Gaza y amenaza a Israel con destruirlo y lanzar a los judíos
al mar.

Es posible que Obama haya decidido dejar de cambiar o apoyar regímenes.
Sus enemigos, muy felices, piensan otra cosa. Para bailar este tango
también hacen falta dos.

Periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.

www.firmaspress.com


Source: CARLOS ALBERTO MONTANER: Cambiar o no cambiar regímenes, ésa es
la cuestión | El Nuevo Herald El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/carlos-alberto-montaner/article18766095.html

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