Wednesday, March 18, 2015

Quedarse a vivir en Cuba tiene un precio

Quedarse a vivir en Cuba tiene un precio
Muchos intelectuales y artistas firmaron un pacto de silencio. Otros se
declararon fieles a la revolución
miércoles, marzo 18, 2015 | Ernesto Pérez Chang

LA HABANA, Cuba. -Si hay un sector de nuestra sociedad que al gobierno
cubano le gustaría erradicar como si fuese una plaga, es el de los
intelectuales y artistas, un grupo social molesto que, según lo
demuestra el constante "estado de sitio" declarado en la cultura,
algunos suponen en la misma frontera entre las lealtades menguadas y la
disidencia política, de ahí que durante casi sesenta años, unas veces
abiertamente y otras de modo solapado, los gendarmes de la oficialidad
se han encargado de implementar estrategias de silenciamiento que han
incluido desde el castigo físico y la presión psicológica, hasta el más
burdo chantaje contra quienes se niegan a pedir permiso para expresarse
libremente.

El gobierno cubano siempre ha interpretado el ejercicio de la libre
expresión como un acto de sedición. Todos recuerdan aquel VII congreso
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba donde a Fidel Castro
tuvieron que llevárselo prácticamente a la fuerza para detener el
arrebato de golpes contra la mesa cuando no estuvo de acuerdo con
algunos planteamientos. Hubo que suspender las sesiones hasta que el
"eterno líder" simuló estar calmado. Después de aquel episodio, no
permitió que se celebrara otro congreso y los intelectuales oficialistas
no pudieron reunirse en asamblea durante más de una década.

Negados a aceptarse como presas del miedo

Hace apenas unos días, durante la más reciente Feria del Libro de La
Habana, pude conversar con amigos escritores y editores. Unos se me
acercaron para felicitarme por algunos de mis artículos en Cubanet e
incluso para exponer sus puntos de vista, debatir y hasta sugerirme
algunos temas; otros evitaron saludarme o, si lo hicieron, antes miraron
a todos lados para percatarse de que nadie peligroso los observara.
También hubo quienes me confesaron su desencanto con el estado de las
cosas en la cultura y su deseo de poder escribir sin ataduras ni
presiones pero, a la vez, se negaban a aceptar que solo eran presas del
miedo y justificaban su autocensura con una absurda voluntad de "no
mezclarse en asuntos de política", como si esta fuese un terreno extraño
a la literatura o como si las actitudes del régimen cubano no los
despojara de los espacios de expresión.

Un ejemplo bien concreto de tales usurpaciones fue el plan de
presentaciones de la pasada Feria del Libro de La Habana. Año tras año
las editoriales cubanas han sido obligadas a realizar las llamadas
"presentaciones en bloque". No se pueden realizar lanzamientos de manera
individual, de modo que las editoriales disponen de entre media hora y
45 minutos para presentar 4 o 6 volúmenes, de modo que a cada autor le
corresponden menos de 10 minutos para hablar de su obra y conversar con
su público. Sin embargo, no sucede lo mismo con los libros escritos por
militares y otros sujetos de "probada lealtad". Para ellos siempre
quedan reservadas las mejores salas de presentación, con mayor confort y
capacidad, y hasta cuentan con tiempo ilimitado para promover sus panfletos.

Mientras, por un lado, los verdaderos escritores deben lidiar con el
calor y el bullicio del entorno e incluso con la ineficiencia de la
industria poligráfica que jamás cumple con los compromisos de entregas a
las editoriales , por el otro, los generales, los llamados "cinco
héroes" y los hijos de los dirigentes (quizás devenidos escritores por
obra y gracia del espíritu de Carlos Marx), disponen de tiradas masivas
de sus libros y de una cobertura mediática que a cualquiera le hace
pensar que solo, debido al "sacrificado paso al frente" de los oficiales
del Ministerio del Interior y las Fuerzas Armadas, en la isla tenemos
algo muy parecido a la literatura pero menos "reprobable".

"Es que los poetas y los escritores en Cuba son muy aburridos, fíjate
que nadie los conoce", me dice un vecino cuya deformada visión de
nuestra literatura ha sido forjada por los periodistas de la Televisión
Cubana, que solo dedican espacios estelares a la promoción del último
texto del espía-poeta Antonio Guerrero o al más reciente panfleto del
hijo de Raúl Castro.

La historia contada en primera persona

De mis tiempos como editor en el Instituto Cubano del Libro, recuerdo
los sobresaltos de los directores de las editoriales cuando los
poligráficos anunciaban que estaban a la espera de cualquier libro de
Fidel Castro para quien debieron comprar nuevas y costosísimas máquinas
de impresión cuando se le ocurrió dedicar sus últimos días a
"reflexionar". Todo el papel que se adquiría en el extranjero para
cumplir con los planes editoriales se empleaba entonces en lo que era
considerada una "tarea de primerísima prioridad". El antojo del
comandante en jefe se traducía posteriormente en recargos a los
presupuestos de las editoriales, incumplimientos y suspensión de más de
la mitad de las presentaciones de los escritores. Todo esto sumado a las
demoras en los pagos de los derechos de autor, que casi nunca superan
los 8 mil pesos (poco más de 300 dólares) por una obra, de modo que un
escritor cubano que depende de las instituciones oficiales está
condenado a la miseria si su libro no sale en tiempo. Una estrategia
perversa que lo obliga a abandonar o desatender su creación para poder
sobrevivir o alimentar a su familia con otros oficios ajenos a la
cultura, un problema que la "revolución socialista" prometió resolver
pero que ha sido una de las tantas promesas postergadas o abolidas.

Según pude conocer, de boca de algunos editores y directores
editoriales, en la más reciente Feria del Libro el panorama no fue muy
distinto en comparación con años anteriores. Incluso, en opinión de
algunos, empeoró. La improvisada publicación de los poemarios de los
llamados "cinco héroes" y del libro de Alejandro Castro Espín retrasó la
publicación de otros libros de autores "civiles".

Una funcionaria de una de las más legendarias editoriales cubanas (que
por razones obvias no identificaremos) ya no sabía cómo responder a los
reclamos de los narradores y poetas que, como decimos en Cuba, "quedaron
colgados de la brocha" debido a la prioridad que tienen los libros
provenientes del Ministerio del Interior, las Fuerzas Armadas o el
Consejo de Estado. Fue esta misma funcionaria quien, con ironía, me
dijera una frase acertadísima: "la feria del libro debería ser un asunto
de la Seguridad del Estado y no del Instituto del Libro, al final, son
ellos los protagonistas. Fíjate, no son ellos quienes presentan un libro
de Lourdes Gonzáles [una editora, poeta y narradora de Holguín] sino
ella la que hace los elogios de un libro que estoy segura que ni
siquiera le importa". Se refería al "poemario" de uno de los cinco
espías liberados recientemente por el gobierno norteamericano.

Los métodos del Ministerio de Cultura

A pesar de las inconformidades y de las quejas masculladas en los
rincones, pocos intelectuales del patio se atreven a denunciar el
constante escamoteo y el pacto de silencio del cual son más victimarios
que víctimas, por el grado de complicidad que asumen al morderse la
lengua. Las consecuencias por desobedecer a los guardianes ideológicos
de la "revolución" pueden ser muy diversas. Desde la inclusión en listas
negras de autores que no pueden ser ni publicados ni promovidos en los
medios hasta humillaciones para aquellos que, sin estar proscritos pero
simplemente por resultar sospechosos de infidelidad, son mantenidos al
margen de cualquier evento que pudiera repercutir en beneficio personal.
En este grupo de los "sospechosos" y "condenados" está incluida la mayor
parte de los intelectuales y artistas cubanos. Son esos que, aunque a
veces se les publica, no se habla de ellos en la televisión ni se les
hacen entrevistas en los diarios o, cuando se les permite una aparición
pública casi siempre será en programas aburridos, conducidos por
personas mediocres que solo pueden hacer preguntas tontas, dirigidos por
gente sombría que solo permiten respuestas complacientes y en horarios
absurdos y en canales que nadie sintoniza.

Aunque el Ministerio de Cultura, basado en su diabólico "sistema de
promoción", pudiera intentar demostrar que no practica la censura, las
estrategias de silenciamiento que entre los años 60 y 80 incluían el
trabajo forzoso, el destierro, la prisión, y el escarnio público, ahora
han asumido nuevos disfraces y cualquier denuncia contra tales
atropellos es inefectiva porque no son los intelectuales sino los
militares quienes continúan manipulando con sus torpezas los hilos de la
cultura.

Todos recordamos que de la poeta María Elena Cruz Varela, el periódico
Granma dijo en su momento que era "analfabeta". La "revolucionaria
entusiasta" que atacó físicamente a la intelectual disidente, en la
actualidad se desempeña como editora y articulista literaria en el
Instituto Cubano del Libro.

Tal vez porque llamar analfabeto a un escritor contradeciría las
estadísticas de cero por ciento de analfabetismo, hoy se usan otros
términos mucho más cínicos. Por ejemplo, una cruel justificación para
negarle el Premio Nacional de Literatura a la poeta Lina de Feria es
hacer circular comentarios negativos sobre su vida personal. De igual
modo, pero en el lado opuesto de la cuestión, ya que no pudieron
otorgarle honores por su obra literaria, terminaron convenciendo a los
jurados de que un Premio Nacional para Eduardo Heras León pudiera
servirle de consuelo en medio de su padecimiento físico. Hasta se
acomodaron las reglas de nominación para acorralar a los jurados. Son
legendarias las llamadas telefónicas que realizan algunos altos
funcionarios del Ministerio de Cultura para presionar o, mejor dicho,
"convencer", a los miembros de algunos comités de selección donde se
"cocina" algún importante galardón o reconocimiento. Los escritores y
artistas cubanos saben muy bien de lo que hablo.

Los métodos del gobierno para siempre inclinar la balanza a su favor y
para disfrazar de beneficiosas para la cultura sus estrategias de
silenciamiento y anulación, son maquiavélicos en el más estricto sentido
del término. El peor de todos ellos es el que manipula el estado de
miseria de la mayoría de los escritores y artistas para obligarlos a
firmar un pacto de silencio ya sea bajo una máscara de "apoliticismo" o
bajo una declaración de fe ciega en el régimen, que es, sin dudas, la
postura mejor recompensada, no solo con premios, viajes y cargos
diplomáticos sino hasta con el privilegio de poder quebrantar algunas
leyes sin sufrir las consecuencias, y sobre este asunto tan peliagudo se
pudieran realizar cientos de reportajes.

Un régimen totalitario como el cubano jamás entenderá que los escritores
y artistas, así como el pueblo en general, tienen todo el derecho a
expresarse libremente y que el Estado debe garantizarles todas las
condiciones para que lo hagan, aun cuando sus discursos no sean del
agrado de los gobernantes e incluso cuando el efecto que sus obras
tengan en las personas pueda influir en el destino político de la nación.

Source: Quedarse a vivir en Cuba tiene un precio | Cubanet -
http://www.cubanet.org/destacados/quedarse-a-vivir-en-cuba-tiene-un-precio/

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