Tuesday, March 10, 2015

Obama, Venezuela y el imperialismo cubano

Obama, Venezuela y el imperialismo cubano
ANTONIO JOSÉ PONTE | Madrid | 10 Mar 2015 - 2:20 pm.

Cuando Barack Obama parece dispuesto a mostrarse lo menos imperialista
posible con relación a Cuba, Raúl Castro no deja de persistir en el
imperialismo construido por él y por su hermano.

Hace tres años, el Partido Popular (PP) español cambió la política que
hasta entonces había sostenido hacia Cuba y la Posición Común Europea.
El tema había sido uno de sus caballos de batalla para tiempos de
oposición y empezó a ser visto de manera distinta una vez en el
gobierno. Aunque no cesaron las declaraciones de compromiso con la
democratización de Cuba y con su exilio, como si los principios fueran
los mismos de siempre, pese a que la política cambiara. Tan evidente fue
ese cambio que el exministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel
Moratinos pudo felicitarse a sí mismo por la continuidad que José Miguel
García-Margallo daba a su política hacia Cuba.

El cambio del PP no obedecía a simpatías ideológicas, por supuesto, y
tampoco podría decirse que el volumen de inversiones españolas en la
Isla mereciera el sacrificio. Muy probablemente, el gobierno de Mariano
Rajoy se mostraba colaborador ante la capacidad desestabilizadora de La
Habana. Hugo Chávez había actúado ya contra empresas españolas radicadas
en Venezuela, Evo Morales se proponía hacer lo mismo y Cristina
Fernández de Kirchner plantaba batalla a Repsol. En países donde las
expropiaciones se desatan tan fácilmente como las decapitaciones en
Wonderland, los consejos cubanos podían resultar fatales para un
gobierno como el del PP, centrado en la economía española, el triunfo
empresarial y el crecimiento de las exportaciones.

Gracias a relaciones urdidas a profundidad, La Habana contaba con poder
tectónico suficiente para provocar sismos por todo el espinazo
latinoamericano. Y no fue casualidad que, a su paso por Madrid en julio
de 2012, el entonces presidente del parlamento cubano Ricardo Alarcón
recomendara a España velar por sus inversiones. "Si hay un momento en el
que España no puede jugar con sus intereses económicos es ahora", avisó,
"y Cuba, no es que sea el gran mercado, pero es un punto donde hay una
presencia española importante". Era evidente que no se trataba de una
recomendación, sino de una amenaza.

De manera semejante a este ejemplo español, en el reestablecimiento de
relaciones diplomáticas propuesto por Barack Obama pesa mucho el papel
que Cuba juega en todo el continente. Las presiones de varios gobiernos
de la zona por incluir a Raúl Castro entre los invitados a la Cumbre de
las Américas, sumadas a presiones por readmitir a Cuba en la
Organización de Estados Americanos (OEA), permiten conjeturar lo
influyente del régimen castrista sobre tales gobiernos. Más que un
asunto pendiente entre ambos países, Cuba es para Washington un asunto
continental.

Es también material de redención para la carrera del presidente Obama,
quien le ha impuesto la mayor aceleración posible en vista del poco
tiempo que le queda en la Casa Blanca. Raúl Castro, entretanto, se
encarga de lentificar las negociaciones. Excelente lentificador, como ha
demostrado ser en su política interna, pone condiciones lo más extremas
posibles. Exige el levantamiento del embargo estadounidense (que él
llama bloqueo), pide que le devuelvan la base naval de Guantánamo, amén
de unas compensaciones astronómicas. Y aun cuando Estados Unidos
estuviese dispuesto a complacerlo en todo esto, no tardaría en encontrar
alguna reclamación más imposible todavía.

Si Obama y su equipo calculaban llegar a una Cumbre de Panamá donde La
Habana se quedaría sin argumentos, los duchos creadores de conflictos
latinoamericanos, con una experiencia exitosa de más de medio siglo,
acaban de intensificar sus esfuerzos en Venezuela. Obedecen a razones de
supervivencia, necesitan mantener la sujeción venezolana, pero también
necesitan restar protagonismo al tema de las relaciones
cubano-estadounidenses dentro de la Cumbre, embrollar allí las cosas y
ganar ventaja sobre Obama a la hora de las apuestas. Venezuela funciona
como rehén en el plan castrista de evasión.

Nicolás Maduro reconoció haber aprovechado que era martes de carnaval
para visitar a Fidel Castro, quien mandaba un saludo a todo el pueblo de
Venezuela. Ese saludo constituía un mensaje tan cifrado como las
palabras de Alarcón en Madrid y, dos días después de encontrarse con los
hermanos Castro, Maduro hizo encarcelar al alcalde metropolitano de
Caracas, el opositor Antonio Ledezma. Ya fuera por órdenes o por
recomendaciones estratégicas recibidas en el carnaval habanero, estaba
claro que la escalada represiva no había sido desaconsejada por Raúl
Castro. El comunicado oficial cubano en solidaridad con las medidas de
Maduro consignó: "Los colaboradores cubanos presentes en la hermana
nación, continuarán cumpliendo con su deber bajo cualquier circunstancia".

Entre esos colaboradores se cuenta el ingente personal militar y de
inteligencia acantonado en Venezuela. El regreso a Cuba de toda esa
gente podría significar una dificultad tan grave para el régimen
castrista como la interrupción del suministro energético. Desde los
tiempos del Imperio Romano resultan conocidos los riesgos de mantener
tropa desmovilizada en el corazón del imperio y, pese a que la industria
turística cubana está administrada militarmente, el reciclaje no
alcanzaría para un personal tan numeroso.

En caso de repatriación se haría necesario fusilar a otro general Ochoa
y habría que procurarse un frente que sustituyera a Venezuela tal como
Venezuela sustituyó a Angola. De lo contrario se incumpliría un
requisito imprescindible para la pervivencia del régimen: la exportación
de la violencia.

Pandillero universitario como fue antes de decidirse por el comando y la
guerrilla, Fidel Castro comprendió muy bien la violencia existente en la
historia republicana cubana desde, al menos, los años treinta. De modo
que sus guerras extranjeras, abiertas o encubiertas, no solo obedecieron
a una ambición césarea, sino que sirvieron de válvula de escape:
canalizaban aquella violencia, le daban curso fuera del país y la
regaban por el mundo. Ofrecían destino de corsario a quienes pudieran
resultar incómodos en la patria. Los Castro han trabajado siempre con un
modelo de universo en el que, cuando la violencia parece disminuir o
desaparecer, es porque se desplaza.

La exportación de violencia constituye en su esencia al régimen
castrista y su último gran reducto es, por ahora, Venezuela. La salida
de allí de todos esos agentes y militares podría representar un desafío
más grande para la zona que el que supuso la desmovilización de
guerrillas y contraguerrillas luego de las conversaciones de paz en
Centroamérica.

A unas semanas de la Cumbre de Panamá, cuando Barack Obama parece
dispuesto a mostrarse lo menos imperialista posible con relación a Cuba,
Raúl Castro no deja de persistir en el imperialismo construido por él y
por su hermano.

Este artículo apareció en El País. Se reproduce con autorización del autor.

Source: Obama, Venezuela y el imperialismo cubano | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1425993601_13322.html

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