Thursday, November 20, 2014

Los libros de un autor prohibido

Los libros de un autor prohibido
Años atrás, a nadie del gremio le sorprendía ver amanecer los libros de
Heberto Padilla, Lezama Lima, Virgilio Piñera y otros, en la basura
jueves, noviembre 20, 2014 | Rafael Alcides Pérez

LA HABANA, Cuba. -Semanas atrás, coincidiendo con mi entrada en la lista
de los poetas cubanos prohibidos por el régimen, recibí una visita
sorprendente. Era un conocido del barrio, hombre de cierta edad con el
que nunca antes había hablado pero que siempre me ha saludado con
especial deferencia. Venía a "hacerme entrega", así dijo, de un paquete
de libros, todos de mi autoría.

Los traía en una bolsa de nylon, con el papel metálico de colores de lo
que había sido un paquete y la cinta roja que cubriera el paquete.
Libros, razonaba aquel hombre gentil, que acaso alguien le llevaba de
regalo a alguien y dio la casualidad que al pasar frente a su casa se le
cayeran en la acera. Como menos un título, los demás habían sido
publicados decenas de años antes (uno de ellos pasaba del medio siglo),
calculaba que no debía yo andar abundante de ejemplares, y él por su
parte los tenía todos, toditos, sin que le faltara ni un título; pues se
daba también la casualidad de que aquel gentil hombre que me hablaba muy
bajito por encima de la verja del jardín era un lector voraz de poesía;
de la mía y de la de todo el mundo. Por eso había considerado un deber
el traérmelos a casa.

Conmovido con tanta gentileza, lo invité a pasar, para hacerle café,
pero me dejó con la verja abierta. Andaba de prisa, propuso dejarlo para
otro día y se alejó acera abajo con la majestad del soldado que regresa
del frente cargado de medallas.

Ángel Gómez, detective que entre crimen y crimen va develando en mi
trilogía inédita El Cisne Nacional la historia cubana desde el incendio
de Bayamo hasta el 31 de diciembre de 1958, suele decir que "la
casualidad existe, pero por casualidad", y se dan en esos libros del
paquete demasiadas casualidades. Para empezar, cabe que siete de ellos,
publicados en Cuba entre 1961 y 1993, los tenga el gentil vecino, pero
no el octavo. Voy a explicarlo. El octavo es GMT, una antología que me
fuera publicada en Sevilla en 1909 por Renacimiento y de la cual sólo
entraron en el país doce ejemplares, doce, pues su editor, Abelardo
Linares, no estaba seguro de que las autoridades de la Feria
Internacional del Libro de la Habana se la autorizaran.

Luego entonces, para que dicho título estuviera en el paquete y lo tenga
además nuestro gentil hombre, debió de darse otra muy rara casualidad,
la mayor de todas, la casualidad de que él, el gentil, y el dueño del
paquete perdido, se encuentren entre las doce personas que llegaron al
stand de Renacimiento en La Cabaña a tiempo y con las divisas del caso
para adquirirlo. O que ambos -otra vez la casualidad- lo hayan comprado
en España o alguien se los mandara.

Ya en otro tiempo, cuando Gastón Baquero y Cabrera Infante, y años
después cuando Heberto Padilla, Lezama Lima y Virgilio Piñera, y después
cuando Manuel Díaz Martínez y Raúl Rivero y María Elena Cruz Varela, y
José Lorenzo y Norberto Fuentes –por no alargar la lista– fueron nombres
que ni pronunciarlos era bueno, a nadie del gremio le sorprendía ver
amanecer los libros de estos autores en la basura. En un latón de basura
tendría yo en 1963 la suerte de encontrar la antología Diez poetas
(todos de Orígenes) del entonces tenido por contrarrevolucionario, y por
si fuera poco católico irredento, Cintio Vitier, calzada con una
dedicatoria de puño y letra del autor a Herminia y Lino (Novás Calvo)
fechada en junio de 1948. Nadie querría pasar el sofocón de que le
fueran a encontrar algo así, si a medianoche llegaran a registrarle.

Fueron miedos a los que nunca sucumbió, un amigo mío. Sin mencionarlo
por su nombre, he referido la anécdota en otra oportunidad. Lector
insaciable de Trotski, de Carlos Alberto Montaner y de cuanto autor
satanizado le caiga en sus manos, se protege a este amigo con un método
muy curioso. Cuanto mejor halle el libro, más críticas serán sus
observaciones en los márgenes, todas escritas con letra clara y precisa.
Cuando lo termina, además del ideario de un devoto marxista, hallaremos
en esas observaciones malas palabras e insultos suficientes para
componer un nuevo diccionario de la injuria.

Sabré por eso mismo entender y disculpar a quienes a partir de ahora
tiren a la basura mis libros. Los tiempos ya no son los de antes, es
verdad; hoy el lector se atreve a tener libros hasta de Reinaldo Arenas.
Aunque no sé si anotados con astucia, pues si hablar mal del gobierno
ante una malanga de cinco pesos podría tomarse como cosa de un mal
momento, un rapto de ira, digamos; tener los textos del enemigo en casa
podría entenderse de otro modo. Claro, al contrario de los libros de
Arenas, la poesía no está de moda, las ediciones de este género son cada
vez menores; de hecho casi para el consumo de poetas, críticos y
profesores, o sea, profesionales que por razones de su actividad laboral
no deberían temer en el caso de un registro la tenencia de libros de
poetas prohibidos de antes o de ahora. Pero aun así, y es aquí donde los
libros de un autor prohibido no podrían sustraerse a su destino en la
basura, es inevitable que los precavidos con experiencia del pasado,
directa o heredada, se digan, con toda razón, que, cambiantes como
suelen ser las circunstancias, evitar es lo prudente, lo aconsejable.

Con todo, habitante de un mundo donde por maravilloso a diario la
realidad hace caso omiso de la lógica, tal vez me olvide de la máxima
del escéptico Ángel Gómez y de corazón le conceda el beneficio de la
duda a aquel hombre tan gentil que llegó a casa un domingo a media
mañana con una jaba de libros y, varonilmente, sacándolos uno a uno,
puesto de perfil, me los fue entregando delante de la presidenta del
Comité la cual, disimulaba desde la acera de enfrente, fingiendo barrer
hojas secas.

Source: Los libros de un autor prohibido | Cubanet -
<http://www.cubanet.org/opiniones/los-libros-de-un-autor-prohibido/>

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