Sunday, October 12, 2014

El mito del fin del embargo

El mito del fin del embargo
Abogar por el fin del embargo refleja una posición realista, pero no
debe confundirse con un instrumento para llevar la democracia a Cuba
Alejandro Armengol, Miami | 12/10/2014 6:55 am

El diario The New York Times acaba de publicar un editorial que pide el
fin del embargo. Nada nuevo para un sector del exilio de Miami, que
siempre ha considerado a ese diario como un "nido de comunistas".
Tampoco es novedosa la propuesta para quienes desde hace años consideran
que la política estadounidense hacia el régimen de Castro debe ser
modificada. ¿Qué importancia tiene este documento ahora? Mucha, si se
considera que forma parte de una campaña constante —en la que ha
participado el propio periódico— por erosionar las normas establecidas
desde hace décadas contra el gobierno de La Habana, y que al mismo
tiempo el texto no es más que un reflejo de un cambio de mentalidad que
se percibe en los votantes estadounidenses, el cual ha sido documentado
tanto en las encuestas de opinión como en hecho de que un candidato a
gobernador por la Florida y una posible aspirante a la nominación
demócrata para las próximas elecciones presidenciales han declarado
abiertamente que están en contra del embargo.
Así que de pronto, no de forma sorpresiva sino consecuencia de un cambio
paulatino, estar en contra del embargo ha dejado de ser tabú. Ya no
implica perder las credenciales de anticastrista, aunque algunos en
Miami aún persistan en afirmar lo contrario, y tampoco es un riesgo
imposible de asumir cuando alguien se lanza a una contienda política.
Para alguien que por años ha escrito en contra del mantenimiento del
embargo en las actuales condiciones, el momento podría ser casi de
triunfo: una opinión que por mucho tiempo resultó difícil de sostener —y
por la que de una y otra forma se pagaba un precio, aunque siempre
incomparable al de asumir una actitud disidente en Cuba— ahora amenaza
en convertirse en un criterio de moda, sino común al menos compartido.
No es así, al menos en el caso de quien escribe este artículo. Si bien
hay cierta satisfacción en ver como poco a poco avanza el criterio del
carácter obsoleto de la actual política estadounidense, al mismo tiempo
se percibe que para lograr ello hay que pagar un precio con el que no se
está de acuerdo: considerar el fin del embargo como una especie de
varita mágica que abrirá las puertas para acelerar un cambio hacia la
democracia en Cuba.
Algunas de las razones actuales para el levantamiento del embargo son
malintencionadas en sus pronunciamientos y lógicas en su práctica.
Detrás de ellas se encuentran intereses comerciales, que no solo buscan
vender unos cuantos productos. A ello se une el interés de destacar un
principio: los embargos comerciales no tienen cabida en una nación que
propugna la economía global y el liberalismo económico.
Otros motivos de rechazo pueden ser debatidos con argumentos similares,
pero de signo contrario. Entre ellos, la afirmación de que el embargo
hay que suprimirlo para quitarle una excusa al régimen castrista y la
acusación de que éste es el causante de buena parte de la miseria en Cuba.
Al gobierno de La Habana le sobran las excusas y la pobreza que impera
en la Isla es una de las mejores tácticas con que cuentan los hermanos
Castro, al utilizar la escasez como un instrumento de represión.
Pero a estas alturas el embargo ya no es una medida que se valora de
forma positiva, en el país donde un mandatario la promulgó en 1962,
luego de tener a buen resguardo una provisión tal de tabacos que le
sobreviviría. Kennedy no vivió lo suficiente para conocer que no era
violar la ley, sino el tabaco cubano lo que resultaba dañino. Fidel
Castro lo supo a tiempo y dejó de fumar. Por su parte, el embargo ha
comenzado a hacer humo.
Una de las razones para declararse en contra del embargo en estos
momentos es la sospecha de que su apoyo ha dejado de ser parte de una
agenda electoral triunfadora —tanto del Partido Republicano como del
Demócrata— porque ya no constituye uno de los pocos incentivos que se
les pueden ofrecer a los votantes cubanoamericanos. No es, por otra
parte, un criterio demostrado en las urnas, y aún candidatos de ambos
partidos —por convicción, cautela o cobardía— han decidido nono se
aplicaría necesariamente en el caso del caso del presidente Barack
Obama, y es sobre él que es más factible ejercer la presión. Es lo que
estamos viendo.
Así que la batalla del embargo se define en dos términos muy precisos.
En el marco presidencial, libre aún por dos años de un objetivo
electoral inmediato, en la urgencia de que haga algo durante este
período privilegiado en que su actuación no sería de cara a las urnas
sino a la marcha del país. Es lo que The New York Times define como "una
oportunidad para desencadenar un logro histórico".
"Cuando mira un mapa del mundo, el presidente Obama debe sentir angustia
al contemplar el lamentable estado de las relaciones bilaterales que su
administración ha intentado reparar. Sería sensato que el líder
estadounidense reflexione seriamente sobre Cuba, donde un giro de
política podría representar un gran triunfo para su gobierno", comienza
el editorial de The New York Times.
En el terreno político más inmediato, de la cara a las próximas
elecciones legislativas, la batalla por el embargo se define en otros
términos, no a través del avance sino del retroceso: el imponer de nuevo
restricciones a los viajes, mediante una reformulación de la Ley de
Ajuste Cubano con vistas a prevenir esos viajes por refugiados cubanos
en Estados Unidos. Pero lo que constituye el embargo en sí, la ley
Helms-Burton, no está siendo cuestionada por los candidatos a
representantes en el Congreso por el distrito 26, el demócrata Joe
García y el republicano Carlos Curbelo. Es el caso de la gobernación de
la Florida, entre el republicano Rick Scott y el demócrata Charlie Crist
donde esta diferencia es patente: Crist se ha declarado en contra del
embargo.
Inversiones y embargo
Un aspecto que hasta ahora ha favorecido el mantenimiento del statu quo
comercial con la Isla es que se trata de un mercado menor. Si Cuba fuera
China, ya hace rato no habría embargo. Pero en cierta medida esto podría
estar cambiando con la nueva ley de inversiones aprobada por el gobierno
cubano.
"En marzo, la Asamblea Nacional de Cuba pasó una ley con el fin de
atraer inversión extranjera. Con capital brasileño, Cuba está
construyendo un puerto marítimo, un enorme proyecto que solo será
económicamente viable si se suspenden las sanciones estadounidenses",
señala el editorial del Times. Aquí el periódico se coloca a las claras
a favor del mejoramiento de la economía cubana,
"El proceso de las reformas ha sido lento y ha habido reveses. Pero en
conjunto, estos cambios demuestran que Cuba se está preparando para una
era post-embargo. El gobierno afirma que reanudaría con gusto las
relaciones diplomáticas con Estados Unidos sin condiciones previas",
añade la publicación.
"Washington podría hacer más para respaldar a las empresas
norteamericanas que tienen interés en desarrollar el sector de
telecomunicaciones en Cuba. Pocas se han atrevido por temor a las
posibles repercusiones legales y políticas.
De no hacerlo, Estados Unidos estaría cediendo el mercado cubano a sus
rivales. Los presidentes de China y Rusia viajaron a Cuba en julio con
miras a ampliar vínculos.
Reanudar relaciones diplomáticas, para lo cual la Casa Blanca no
necesita respaldo del Congreso, le permitiría a Estados Unidos ampliar
áreas de cooperación en las cuales las dos naciones ya trabajan
conjuntamente. Estas incluyen la regulación de flujos migratorios,
operaciones marítimas e iniciativas de seguridad de infraestructura
petrolera en el Caribe. El nivel y envergadura de la relación podría
crecer significativamente, dándole a Washington más herramientas para
respaldar reformas democráticas. Es factible que ayude a frenar una
nueva ola migratoria de cubanos desesperanzados que están viajando a
Estados Unidos en balsas", agrega el Times.
Para el periódico estadounidense, un cambio en la política del embargo
no solo impulsaría las reformas sino impediría un éxodo masivo hacia
EEUU, la amenaza más fuerte que el gobierno de La Habana, directa e
indirectamente, ha utilizado como motivo fundamental para el reclamo de
ayuda por parte de su enemigo tradicional: una situación de
inestabilidad política y social en la Isla va en contra de los intereses
de EEUU, aunque el precio a pagar sea el mantenimiento de la dictadura.
En este sentido, y de acuerdo al editorial del periódico estadounidense,
el levantamiento del embargo jugaría dos papeles: serviría para evitar
un estallido social en la Isla y al mismo tiempo contribuiría al cambio
paulatino hacia una serie de reformas que a la larga contribuiría a
llevar el capitalismo y la democracia a la Isla.
Sin embargo, este análisis no debe limitarse a los fines y medios, en la
utilización de un cambio en las restricciones para contribuir al
crecimiento de la sociedad civil y propiciar cambios económicos, y en
última instancia políticos, en favor de la libertad en Cuba, sino
también a la capacidad del embargo como instrumento para llevar igual
democracia a la Isla. Y es aquí donde el Times incide en lo que
constituye la crítica de mayor importancia en contra de mantener la
actual política estadounidense.
La valoración positiva del embargo encierra por lo general dos
equívocos: uno es la subordinación mecanicista de la política a la
economía, que se traduce en aplicar un criterio estrecho al caso cubano.
Repetir aquello de "lo bueno que tiene esto es lo malo que se está
poniendo".
Esta actitud siempre ha chocado contra la realidad cubana. Durante los
largos años de gobierno de Fidel Castro, éste siempre actuó como un
gobernante, de forma dictatorial y despótica, pero nunca como un
empresario. Fue un político que se movió mejor en las situaciones de
crisis que en las épocas de "bonanza" (las comillas obedecen a que el
régimen nunca ha conocido ni le ha interesado establecer en Cuba un
período de "vacas gordas"). Si Raúl Castro ha emprendido una vía de
"actualización" del modelo, que se interpreta como la autorización de
algunas reformas tímidas, no se pueden equiparar libertades económicas y
políticas, a partir de que ambas son necesarias. El desarrollo de la
disidencia en la Isla ha obedecido a un desgaste político, no económico.
El segundo error es hacer depender la evolución política del país de una
medida económica dictada desde el exterior, por otro gobierno y en otra
nación. El embargo es una ley hecha en Estados Unidos, no es una
creación de los opositores a Castro en la Isla.
Desde hace años el embargo ha perdido ―si alguna vez tuvo― su valor de
palanca para impulsar la democracia. Al ceder o estar reducido al máximo
el poder presidencial para cambiar la ley, quienes la defienden no dejan
de repetir unas exigencias que, de por sí, sitúan su final en un momento
utópico, cuando tras la desaparición de los hermanos Castro se
establezca en Cuba una democracia perfecta y un respeto a los derechos
humanos intachable, además de un comercio sin barreras y una industria
privada sin límites. Muy bonito, pero también poco práctico. Cierto que
en su intolerancia, el régimen de La Habana no responde a incentivo
alguno, verdad también que hay un largo historial en que el gobierno
castrista ha puesto obstáculos y trampas a cualquier avance en las
relaciones con Washington, pero la ausencia de un plan manifiesto y
conocido de incentivos parciales no hace más que ayudar a las fuerzas
reaccionarias en ambas orillas del estrecho de la Florida. De lo que se
habla aquí es de un problema que, en buena medida, tiene que ver con la
imagen. Para los ojos de buena parte del mundo, Estados Unidos es la
nación de las restricciones y el embargo. Basta solo consultar cualquier
votación en Naciones Unidas.
Todo lo anterior no impide que al mismo tiempo hay que alerta de que un
levantamiento total o parcial del embargo, sin exigir nada a cambio, no
traerá cambios políticos de inmediato.
En igual sentido, la falacia de que una mayor entrada de productos
norteamericanos conllevará una mayor libertad es otra utopía neoliberal,
que tiende a asociar la Coca-Cola con la justicia y a la democracia con
los McDonalds. Mentira es también que el pueblo de Cuba está sufriendo a
consecuencia del embargo y no por un régimen de probada ineptitud económica.
Nada de lo anterior contradice el hecho de que continuar respaldando al
embargo es batallar a favor de la derrota. Algo que nunca hacen los
buenos militares. Defender una trinchera que es un blanco perfecto para
el enemigo, desde la cual no se puede lanzar un ataque y que solo
protege un pozo sin agua custodiado por un puñado de soldados sedientos.
Se trata de una herramienta poco efectiva para lograr la libertad en
Cuba. Su ineficacia ha quedado demostrada por el tiempo; su significado
reducido a un problema de dólares y votos. Ahora que comienza a
cuestionarse ese valor en las urnas, y que crece la tentación por el
mercado cubano, es que se alzan con mayor fuerza las voces en contra de
la medida.
Otra cosa muy distinta es el otorgamiento de privilegios comerciales y
el reconocimiento de la participación del gobierno cubano en organismos
internacionales, porque tales medidas darían una legitimidad que éste no
se merece.
Hay que establecer el deslinde necesario entre las medidas económicas y
las políticas. Diferenciar la función del exilio y el papel de Estados
Unidos como nación. En el mundo actual, los embargos han demostrado ser
de poca utilidad, y en parte han servido para el enriquecimiento de las
clases gobernantes, a las que supuestamente intentaban derrocar.
Sin embargo, el editorial del Times mezcla, y muy a propósito, tales
objetivos.
"En abril, varios líderes del hemisferio se reunirán en Ciudad de Panamá
con motivo de la séptima Cumbre de las Américas. Varios gobiernos de
América Latina insistieron en invitar a Cuba, rompiendo así con la
tradición de excluir a la Isla por exigencia de Washington", señala el
diario, que en el último párrafo del editorial se define en favor de que
Obama asista a la Cumbre, pese a la presencia de Cuba; "Tiene que
hacerlo. Sería importante que hiciera presencia y lo considerara como
una oportunidad para desencadenar un logro histórico".
Aquí esta señalado un problema clave, que representa la asistencia de
Obama a la reunión, En los términos actuales de la política de EEUU
hacia la Isla, el presidente estadounidense no puede asistir a la Cumbre
de Panamá. Por un hecho sencillo: no puede sentarse en la misma mesa en
que esté el representante de un país que esta nación considera apoya el
terrorismo internacional.
Por ello el Times considera la salida de Cuba de esta lista como un
primer paso imprescindible.
"Como primer paso, la Casa Blanca debe retirar a Cuba de la lista que
mantiene el Departamento de Estado para penalizar países que respaldan
grupos terroristas. Actualmente, las únicas otras naciones en la lista
son Sudán, Irán y Siria. Cuba fue incluida en 1982 por su apoyo a
movimientos rebeldes en América Latina, aunque ese tipo de vínculos ya
no existen. Actualmente, el gobierno estadounidense reconoce que La
Habana está jugando un papel constructivo en el proceso de paz de
Colombia, sirviendo de anfitrión para los diálogos entre el gobierno
colombiano y líderes de la guerrilla", enfatiza la publicación.
Pero si la salida de Cuba de dicha lista es una premisa, no constituye,
ni mucho menos, una solución.
Cuba no debe figurar en dicha lista. En primer lugar porque la lista en
sí se ha convertido más en un pretexto que en un objetivo, y
fundamentalmente por el cuestionamiento saludable al papel de Washington
para confeccionar tal listado arbitrario. Hay naciones que
tradicionalmente han apoyado y en cierta medida aún apoyan dicho
terrorismo —como Pakistán y Arabia Saudí— que nunca han figurado en el
documento.
Pero dicha exclusión necesaria no convierte de inmediato al gobierno
cubano en un ejemplo de democracia. Y es precisamente este el punto
primordial: un requerimiento que figura en las normas de participación,
que los países latinoamericanos han echado a un lado —algunos de forma
abierta, otros con su silencio y pasividad— por motivos políticos no
debe ser pasado por alto, precisamente por la nación que ha creado y
patrocinado de forma relevante dichos encuentros. Si EEUU se hace
cómplice de dicha aberración, estaría al mismo tiempo despojando de
valor la cita. Si bien es cierto que la política es la vía para intentar
la solución de conflictos de forma práctica, no se debe reducir a un
ejercicio estéril, porque entonces carece de sentido ejercerla.
Aquí radica uno de los puntos más débiles, en que esa mezcla de certezas
y fantasías, que constituye el editorial del Times, resulta más
despojado de intenciones democráticas y más plegado a supuestos
intereses comerciales y económicos. Porque si algo resulta evidente es
que el gobierno cubano asistirá a la reunión no para prometer cambios y
reformas democráticas, sino para enfatizar su postura: a recibir un
espaldarazo diplomático y político, no a integrase sino a imponerse.
Así que el Times tiene su derecho, y sus razones válidas, para solicitar
el fin del embargo, pero que no trate al mismo tiempo de presentarlo
como una vía —o siquiera un instrumento— para conseguir un cambio
democrático en Cuba.

Source: El mito del fin del embargo - Artículos - Cuba - Cuba Encuentro
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http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-mito-del-fin-del-embargo-320481

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