Tuesday, October 14, 2014

12 de Octubre de 1960 - LA MASACRE

12 de Octubre de 1960: LA MASACRE
Roberto Jiménez

Todavía por aquel tiempo era política del gobierno permitir la
asistencia de sacerdotes a los que iban a ser ejecutados. Era una forma
de proyectar una imagen engañosa para encubrir ante la opinión mundial y
nacional la verdadera naturaleza de un proceso en el que, poco después,
se desató una campaña nacional rabiosamente anticlerical y antireligiosa
en general. También así se ganaba tiempo para preparar las condiciones
que permitieran manipular las reacciones adversas que se derivaran de
los futuros pasos ya programados en el secreto esquema totalitario.

El grupo que en este caso se proponían ejecutar tenía la característica,
sin precedente hasta aquel momento, de que no se trataba de personas
vinculadas real o falsamente a crímenes cometidos por el régimen
derrotado. En cuanto a Porfirio -el más conocido y popular- se trataba
de un dirigente estudiantil de origen campesino, que se había alzado en
armas contra Batista, por lo que al triunfo revolucionario ostentó
grados de capitán, y habiendo retornado a la vida civil, se convirtió en
figura nacional como dirigente de la FEU de la Universidad de Las
Villas. Plinio Prieto y Sinesio Walsh fueron también oficiales del
Ejército Rebelde, José Palomino fue un intachable integrante del
Ejército Constitucional.

Fue por todo ello que los verdugos accedieron a la petición de Plinio,
recién nombrado jefe de El Escambray, de formación católica, para que se
le permitiera ver a un sacerdote. El juicio, montado como un vulgar
circo en el campamento militar Leoncio Vidal, de Santa Clara, tuvo lugar
durante el día 12 de octubre.

En las calles de la ciudad se reprimían manifestaciones por la vida de
"El Negro" Ramírez, muy querido por la población local. Al caer la noche
se anunció un receso en el juicio hasta el día siguiente para dictar
sentencia. Así fue anunciado también por los medios de comunicación
nacional, lo cual dio lugar posteriormente a que se generalizara la idea
errónea de que la ejecución había tenido lugar el 13 de octubre.

Aquella noche, sin embargo, unos militares tocaron apresuradamente a la
puerta trasera de la iglesia La Pastora, de Santa Clara, atendida por
sacerdotes Capuchinos, para que "un cura" los acompañara al momento y
sin excusas. El tal cura resultó ser el fraile español Olegario de
Cifuentes, aldeano recio, ya maduro, quien había sufrido en su patria
los horrores de la guerra civil.

A la mañana siguiente el padre Olegario expuso con detalles, a un
compañero universitario de Porfirio, todo lo sucedido aquella noche.
Poco tiempo después, ya expulsado de Cuba, reiteró el mismo relato en
varias comparecencias públicas desde Caracas. Este, en síntesis, fue su
testimonio:

El sacerdote fue conducido discreta y apresuradamente al campo de tiro
militar "La Campana" , ubicado en una zona rural no lejos de la ciudad
de Santa Clara, donde se encontraban los prisioneros fuertemente
custodiados.

El ambiente era de preparativos acelerados en medio de una evidente
improvisación.

A campo abierto el padre Olegario dedicó unos minutos a cada uno de los
cinco hombres que iban a morir. Confesaría a la mañana siguiente,
todavía conmocionado, que a pesar de ser un hombre curtido por su
experiencia personal en España, nunca podría olvidar la serenidad y la
convicción con que aquellos hombres le hablaron de las razones por las
que iban a morir. Repitió -como quien cumple una misión, de la que hacía
partícipe a su interlocutor, quien esto escribe- detalles como las
palabras conque Plinio le transmitiera su mensaje final: "Muero
confiando en los hombres", y como los cinco bromeaban entre sí y
desafiaban con su valor natural a los militares presentes.

Por ejemplo, expresó que Porfirio tenía en su boca un tabaco sin
encender y uno de los militares se acercó y le ofreció la llama de un
fósforo, a lo cual El Negro le contestó con una carcajada que no era
hora de preocuparse por ese detalle si en unos minutos se lo iban a
llenar de huecos.

Poco después de las 9 P.M. se improvisó apresuradamente el escenario.
Las luces de los jeeps y camiones militares se concentraron en los
prisioneros, todos de pie y atados. Ninguno aceptó que le vendaran los
ojos. Frente a ellos se organizaron los integrantes del pelotón,
distribuidos en dos filas: unos delante, rodilla en tierra, y los otros
parados detrás. Todos con armas automáticas, cuyas ráfagas se repitieron
sin cesar mientras los cuerpos caían.

Al cabo del crimen se impuso un pesado silencio que duró largos minutos.
Los verdugos y sus cómplices presentes quedaron paralizados, nadie se
atrevía a
acercarse a los cuerpos sin vida.

Conto el padre Olegario que se vio precisado a asistir al médico
forense, pudiendo constatar que algunos, como Porfirio, tenían impactos
de frente en la parte superior del cráneo y en la espalda, por haber
caído hacia delante, y otros los presentaban debajo de la mandíbula con
desgarramientos a sedal en el pecho, por haberse proyectado su cuerpo
hacia atrás con las primeras ráfagas.

Una verdadera masacre. Con ese crimen pretendían ahogar en sangre y
terror al incipiente brote guerrillero de El Escambray. Sin embargo, no
sólo en El Escambray, sino en toda Cuba -inclusive donde no existían
montañas- se multiplicaron durante años los grupos de alzados, con
derroche de heroísmo sin límites.


Este testimonio lo escribí por el compromiso que el padre Olegario me
transmitió aquella mañana en la Iglesia "La Pastora" de Santa Clara.

Roberto Jiménez


Source: PayoLibre.com - Cuba - -
http://payolibre.com/articulos/articulos2.php?id=6131

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