Wednesday, August 6, 2014

Cuando el homosexualismo era peor que una enfermedad en Cuba

Psicología, Homosexuales, Mariela Castro

Cuando el homosexualismo era peor que una enfermedad en Cuba
Para quienes estudiamos psicología en Cuba en los años 70, el considerar
al homosexualismo una enfermedad era una posición no libre de reproche y
hasta de sanciones
Alejandro Armengol, Miami | 05/08/2014 1:16 pm

La información la trae el diario español El País. Los principales
líderes que durante años impulsaron terapias agresivas para curar la
homosexualidad reconocen ahora su error, porque se han dado cuenta de
que estos tratamientos "no funcionan". Sin embargo, para quienes
estudiamos psicología en Cuba en la década de 1970, el considerar al
homosexualismo una enfermedad —ya fuera de origen mental o por un
desequilibrio hormonal— era una posición "avanzada", no libre de
reproche y hasta de sanciones. La definición oficial al respecto era
menos elaborada: un homosexual era simplemente un degenerado sexual y
antisocial.
La Escuela de Psicología de la Universidad de La Habana tomaba medidas
muy precisas para evitar la entrada de homosexuales al centro docente.
Todo aspirante a estudiante de psicología en esa época tenía que
someterse a diversos tipos de evaluaciones, que intentaban garantizar
que era "confiable", tanto desde el punto de vista político y vocacional
como en términos de salud mental.
La investigación política se asemejaba a otras similares, cuando se
trataba de cargos, estudios o labores que el Estado cubano decretaba
debían estar en manos de gente leal a la revolución. Lo ideal era que el
aspirante fuera miembro o aspirante a la Unión de Jóvenes Comunista,
pero el no formar parte de esa organización no era un criterio de por sí
excluyente.
Para verificar la lealtad —en todos los candidatos, pero especialmente
entre quienes no eran Jóvenes Comunistas— existían las verificaciones al
uso, desde el análisis del expediente docente hasta el reunir datos e
informaciones por otros medios. Por supuesto que el proceso no era
infalible —algo común en Cuba— y el éxodo de psicólogos y estudiantes de
psicología nunca pudo frenarse por completo, pese al rigor entonces de
las leyes migratorias.
Sin embargo, mucho más profundo y "científico" era el análisis de la
capacidad mental y la estabilidad emocional del aspirante.
Había de entrada una lógica para llevar a cabo este proceso. Una de las
motivaciones fundamentales para estudiar psicología siempre ha sido el
conocerse mejor a uno mismo y comprender cualquier sentimiento, conducta
o interés que se aparte de las normas sociales establecidas. Pero al
igual que los peligros de "recetarse" sin consultar a un médico, el
autoconocimiento no es garantía de cura y puede tener un resultado nocivo.
En igual sentido, la inestabilidad emocional afecta no solo la
comprensión de los procesos mentales sino que puede resultar en una
vulnerabilidad peligrosa en quienes —por su trabajo o estudio— tienen
que enfrentar a personas perturbadas o situaciones perturbadoras.
Esa sería a grandes rasgos la justificación del requisito indispensable
de someterse a una batería de tests y una o más entrevistas antes de
entrar en la Escuela.
Sin embargo, dentro de la aplicación de tales pruebas psicológicas se
consideraba un factor fundamental el detectar cualquier rasgo homosexual
o la existencia de un homosexualismo latente o activo.
Por ejemplo, entre los múltiples indicadores que mide el Inventario de
Personalidad de Minnesota (MMPI) se encuentran los rasgos de síndromes
que van de la esquizofrenia e histeria a la depresión y la paranoia.
Pero el test tiene una escala clínica cuya medición siempre se analizaba
en detalle en la Escuela, y es la que mide el índice Masculino-Femenino.
Cualquier puntuación elevada en ese indicador, si correspondía al sexo
contrario en el sujeto (un hombre con elevada puntuación "femenina" o
una mujer con alto índice de "masculinidad") podría ser causa de rechazo
y que se le negara la entrada en la Escuela de Psicología a la persona.
Aunque el "Minnesota" es una prueba confiable, el inventario consiste en
550 afirmaciones que el sujeto debe clasificar como verdaderas o falsas,
si es que son aplicables o no a sí mismo. Ocurría que en la versión que
se aplicaba en Cuba algunas preguntas respondían a factores culturales y
en realidad no determinaban con exactitud tendencias de género (el
Inventario fue creado alrededor de 1943 por Hathaway y McKinley; la
escala masculino-femenino (Mf) fue desarrollada en 1956 por ambos
autores, con el propósito inicial de diferenciar entre hombres
heterosexuales y homosexuales). Por ejemplo, una de las preguntas era
sobre si se prefería estar en una biblioteca o en un terreno de fútbol.
La biblioteca se identificaba con feminidad mientras el fútbol era por
supuesto de esencia masculina.
Aunque en la propia escuela se realizaron estudios para determinar esas
inexactitudes, no por ello se limitó el uso de la prueba a la hora de
decidir si un aspirante debía ser o no excluido bajo la sospecha de
homosexualismo.
Si bien durante las décadas del 60, 70 y 80 del pasado siglo el gobierno
cubano siguió un patrón similar al soviético —de considerar a la
homosexualidad, además de como un crimen y un acto
contrarrevolucionario, sobre todo como una patología—, en la Escuela
nunca se apoyaron los abyectos tratamientos psiquiátricos soviéticos
contra los homosexuales.
Ello no impidió, sin embargo, que los gais y lesbianas fueran vistos
como seres "infectados" con una perversión atroz, en la que la
"desviación sexual" se asociaba al infantilismo, un defecto orgánico y
el desarreglo hormonal.
Aunque en todos los casos se prefirió el silencio a la explicación.
Dejar el asunto en manos de la policía.
Mientras que en los años 60 en Estados Unidos se logró un cambio de
criterio sobre el homosexualismo, considerado como una enfermedad —en
1973/1974 la Asociación Psiquiátrica Americana decidió por una ligera
mayoría (58 %) eliminar la condición como categoría de enfermedad—, Cuba
siguió aferrada a categorizar al homosexual como delincuente, antisocial
y enfermo en el mejor de los casos.
Recuerdo en una ocasión en que un grupo de estudiantes oímos una
discusión entre la directora y la subdirectora del plantel. La primera
era renuente a categorizar al homosexualismo como una enfermedad, sino
la consideraba un trastorno psicológico.
La diferencia entre trastorno psicológico y enfermedad es importante. Un
trastorno implica cierto desajuste con el contexto, cierto problema de
adaptación persona-sociedad: lo cual hace que por definición no esté
libre de valores.
Por su parte, la subdirectora afirmaba una y otra vez que los
homosexuales eran simplemente unos degenerados. La discusión subió de
tono y ambas decidieron cerrar puertas y ventanas de la habitación en
que se encontraban, para que nadie pudiera escucharlas. Tanto temor
provocaba tratar el tema, incluso en términos psicológicos y psiquiátricos.
Curiosamente, la subdirectora tenía fama de ser lesbiana y se corría un
rumor de que en los inicios del proceso revolucionario había sido una
maestra detenida por contrarrevolucionaria y condenada a prisión. Luego
de un proceso de reeducación, es que se había iniciado su ascenso
político y docente, hasta convertirse en subdirectora.
El silencio sobre el homosexualismo no impidió que ocurrieran dos casos
notorios —muy comentados en los pasillos, pero nunca explicados— en esos
años. Uno de un estudiante —irónico y apartado del resto del grupo— que
un día desapareció de las aulas. Con el tiempo se supo que había sido
detenido en un baño público. Como era hijo de un célebre mártir de la
revolución —muy famoso por colocar bombas en La Habana—, algo que él
había mantenido en secreto, nunca se habló públicamente de lo ocurrido.
Una víctima al mismo tiempo de la celebridad paterna y de sus
preferencias sexuales, aunque quizá lo primero le salvó de terminar en
la cárcel o en un campo de castigo. Con los años el estudiante cursó la
carrera de medicina y terminó en Miami.
El otro caso era de un muy conocido militante de la Juventud, que además
había sido un protegido del anterior director de la Escuela, Juan
Guevara (hermano del director del ICAIC), aunque en este favoritismo no
se vio nunca una connotación sexual sino política. También había sido
"cogido" en un baño. Al igual desapareció de la Escuela. Su "condena",
por otra parte, fue leve. Lo más probable que al igual que el otro por
las implicaciones del escándalo, en especial para el director (En Cuba
la sospecha de lo que no es, pero hubiera podido ser, siempre ha sido
tan poderosa o más que la verdad). Con el tiempo pasó a trabajar como
humilde oficinista del rectorado —lleva papeles y cosas por el estilo— y
con los años recuperó su condición de profesor, pero no volvió a
trabajar en la Escuela sino en la Facultad de Humanidades.
Ambos posiblemente en otro país no se hubieran visto en situaciones tan
lamentables y proseguido sus carreras sin problemas y sin necesidad de
recurrir a los tan famosos como temidos "baños públicos". O les hubiera
ocurrido lo mismo, porque el rechazo al homosexualismo no es patrimonio
nacional cubano, y escándalos ocurren en cualquier parte. Pero lo que
vale la pena destacar aquí es que de pronto el matiz político —heredado
o adquirido— transformó y jugó un papel fundamental en sus destinos.
Ese temor a la sospecha siempre presente en muchos homosexuales cubanos
—como hace algunos años me contó un luego premiado escritor— determinó
que por décadas se esquivara cualquier mirada al subir a un ómnibus, se
cuidaran los gestos y se reprimieran los deseos. Más en el caso de
aquellos en que "cualquier caída" equivalía no solo al castigo sino al
ostracismo posterior, el desprestigio y la pérdida de algún privilegio
por minúsculo que fuera. No solo era un problema de vergüenza pública y
humillación personal, sino de soledad y silencio, tanto nacional como
callejera. Porque ser homosexual equivalía a ser inmoral y
contrarrevolucionario, el peor estigma para la "pureza" revolucionaria.
Un hijo de un mártir no podía ser gay, un militante comunista tampoco.
Si como dice Mariela Castro, la "historia del CENESEX se remonta a 1972
cuando la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) creó un grupo de trabajo
destinado a evaluar las dificultades y censar las discriminaciones de
las cuales eran víctimas los homosexuales y las lesbianas", poco se supo
entonces de esa labor. Castro reconoce las dificultades de aquel momento
para avanzar en ese terreno, pero hubo mucho más que "dificultades": una
política sistemática y al más alto nivel docente, empeñada en seguir
considerando al homosexualismo como mal y delito. Más bien el papel del
CENESEX fue nulo entonces, cuando años más tarde, durante la época del
Mariel, no solo gritarle "maricones" a quienes se iban se transformó en
el insulto preferido, sino el homosexualismo real o fingido se convirtió
en pasaporte de escape. Mucho queda aún por aclarar en esa historia de
bochorno y escarnio.

Source: Cuando el homosexualismo era peor que una enfermedad en Cuba -
Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuando-el-homosexualismo-era-peor-que-una-enfermedad-en-cuba-319607

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