Monday, July 14, 2014

El segundo hundimiento del remolcador

El segundo hundimiento del remolcador
ENRIQUE DEL RISCO | Nueva York | 14 Jul 2014 - 8:57 am.

De cómo la prensa oficial tergiversó los hechos.

Cuentan que el mayor motivo de orgullo del periodista Guillermo Cabrera
Álvarez era que Fidel Castro lo llamara "el Guillermo Cabrera Bueno". El
malo vendría a ser Guillermo Cabrera Infante, ganador del Premio
Cervantes. El Bueno debía conformarse con la gloria de recibir a cada
rato palmaditas en el hombro del propio Fidel Castro a cambio de
servicios prestados a su causa, servicios que podían incluir la
justificación de alguno de sus tantos crímenes. Dentro de estos, el más
notorio fue su intento de convertir el hundimiento del remolcador 13 de
Marzo en una suerte de suicidio colectivo.

Guillermo Cabrera, el Bueno, estaba lejos de manejar la sintaxis
española con la maestría de su tocayo el Malo —y aquí entre nosotros,
que no está bien hablar así de los muertos, era bastante chapucero—,
pero al menos resultaba mucho más dúctil para empeños tan complicados
como el de convertir a las víctimas en asesinos por negligencia y a sus
verdugos en frustrados salvadores. Eso lo consiguió en ese punto más
bajo de una carrera plagada de abismos que fue su artículo titulado "Una
lección amarga para irresponsables", publicado el 23 de julio, o sea, a
diez días exactos del hundimiento del remolcador. Dicho artículo estuvo
diseñado para contrarrestar el efecto que había tenido el testimonio de
una de las sobrevivientes difundido días antes a través de Radio Martí,
la emisora enemiga. Ese fue el relato a través del cual se pudo conocer
de primera mano el acoso de los tres remolcadores, el ataque con cañones
de agua, las embestidas que terminaron por hundir el 13 de Marzo y las
maniobras posteriores para intentar ahogar a los sobrevivientes.

No era tarea fácil apagar con un informe periodístico aquella voz que
cargaba con el dramatismo añadido de haber perdido a su esposo y a su
hijo. Por muchos detalles que aportara nuestro Guillermo, por mucha
ventaja que le concediera hablar desde las páginas del único diario
nacional, en aquellos días estaba claro que no podría asumir ese empeño
solo. Menos si se tiene en cuenta el hecho de que no se había rescatado
ni un solo cadáver del naufragio porque ese era un detalle que dejaba
sin argumentos la versión de que se trataba de un accidente: sólo un
crimen planeado a la perfección deja tan pocas huellas.

Fue por eso que el bueno de Guillermo tuvo que contar con la ayuda de
los incansables interrogadores de Villa Marista. Fueron ellos quienes
consiguieron declaraciones de sobrevivientes que confirmaban y hasta
mejoraban la versión oficial. Uno apuntalaba la tesis de la
inevitabilidad del naufragio del remolcador, diciendo: "Había mucha
gente para aquél aparato. Iba sobrecargado, era muy viejo y de madera.
Ahí me di cuenta que eso no aguantaba. Unas millas después hubiese
sucedido lo que sucedió". Curioso razonamiento que del redactor pasa a
los declarantes y viceversa: los perseguidores son inocentes porque ya
el destino del remolcador estaba inscrito en la negligencia de los
fugitivos. Lo único que habían hecho los tripulantes de los tres
Polargos fue —accidentalmente— adelantar ese destino en unas millas y
unos minutos.

Otro giro todavía más curioso en la tesis oficial, ahora apoyada por
sobrevivientes detenidos, era que los perseguidores no sólo trataron de
evitar por todos los medios el hundimiento de la nave perseguida sino
que intentaban protegerla de su propia temeridad. "Yo doy marcha atrás,
y lo enfilo", cita Guillermo, el Bueno, a un sobreviviente. "Le choco
por la popa, pero él se quita del medio, no espera el golpe sino se
aparta, nos está como cuidando."

Demostrada la inocencia de los perseguidores se culpa a los perseguidos:
"El solo hecho de hacerse a la mar con cuatro salvavidas para más de 60
personas, indica el grado de responsabilidad de los autores". Al decir
esto, al articulista se le hace fácil convertir a los verdugos en
salvadores: "Si hoy viven 31 es por la acción de quienes lucharon en
medio de la noche por salvarlos".

Para el escribidor, además, tan importante como enturbiar la versión de
las víctimas en libertad es que la masacre no pierda su carácter
intimidatorio. Dejar saber que se alienta y se premia el crimen si se
comete en la dirección adecuada. "No quedaremos impasibles ante el
delito", dice. "Ese lo seguiremos persiguiendo [sic]". Se establece, más
que una versión torcida de los hechos, un modus operandi: "Un grupo de
trabajadores de la Empresa actuaron directamente defendiendo sus
intereses. Comunicaron a Guardafronteras el hecho delictivo y asumieron
ellos mismos la misión de detenerlos". O sea, se llama a las autoridades
pero quien interviene es el pueblo indignado. Los Grupos de Respuesta
Rápida, de reciente creación en aquellos días, en su versión marítima.
Los mismos a los que en naciones enemigas se les llama "grupos
paramilitares", "escuadrones de la muerte". La geografía (junto a la
política) determinándolo todo.

De ahí se pasa a la filosofía. La de la Revolución, desde la que habla
ese "nosotros" omnipresente en el texto (cuando no se alterna con un
"Cuba" que a veces significa "el pueblo", a veces las autoridades, pero
siempre Fidel Castro). Guillermo, el Bueno, funge entonces como el
perfecto muñeco del ventrílocuo. Habla con otra voz pero de tal modo que
no nos quede dudas de que es el Jefe Supremo el que habla a través de
él. "Uno de los pilares de la filosofía de la Revolución es el respeto
por la vida humana". (Este respeto el Che Guevara lo había definido con
más claridad con su famoso "hemos fusilado; fusilamos y seguiremos
fusilando mientras sea necesario"). Luego añade Guillermo que "ese
pensamiento, siempre vigente, hace que muchas veces los malhechores se
escuden en vidas inocentes para alcanzar sus propósitos. La presencia de
niños en el remolcador es responsabilidad exclusiva de quienes los
sumaron a esta travesía, de cuya inseguridad estaban convencidos sus
organizadores". Con esta pirueta retórica se consigue afirmar la
infinita piedad revolucionaria y al mismo tiempo culpar a las víctimas
de cualquier muerte que se derive de tan curiosa interpretación del
respeto a la vida y advertir que la presencia de niños no los hará menos
implacables.

Asumida la voz de un país, que en el caso de Cuba se trata únicamente de
su autoridad suprema, Guillermo el Bueno pontifica y sorprende: "Cuba no
se opone a que todo aquel que desee abandonar el país legalmente lo haga
si ese es su deseo. Repetimos que esta es una sociedad de hombres y
mujeres voluntarios", fórmula que convierte a tanta muerte en el
estrecho de la Florida en el resultado de una enloquecida sed de
aventuras. Presentar a Cuba no como una nación de hombres libres sino
una sociedad de hombres y mujeres voluntarios es una de las
proposiciones más sutiles que haya hecho cualquier amanuense del
castrismo y no solo por su zafiedad. Junto a la mentira plena de que
quien permanece en Cuba lo hace por su propia voluntad, está el
reconocimiento implícito de que la Isla no es un país normal en el que
cualquiera nace con su cuota de libertades y fatalismos, sino una suerte
de secta en la que el abandono se puede pagar con la vida.

Llega la hora de que en medio del cinismo se vea oportuno derramar
algunas lágrimas, por falsas que suenen: "Sentimos esas muertes
inútiles. Una sociedad que ha hecho tanto por salvar la vida humana,
siente en lo hondo estas pérdidas". Se supone que una sociedad tan
sensible a las pérdidas debería haberse preocupado más por recuperar los
cadáveres, por permitir que los familiares lloraran a sus muertos.
Contradictoriamente, ese régimen tan humanitario persiguió a los
sobrevivientes, impidió cualquier homenaje público y relegó el hecho al
olvido sin siquiera mencionarlo como una de las grandes catástrofes
marítimas de la historia nacional.

Pero para que el segundo hundimiento del 13 de Marzo fuera definitivo,
para que sus restos no volvieran a salir a flote, había que dejar claro
no sólo que no existía otro culpable que las propias víctimas, sino que
sobre los sobrevivientes caería el peso de la ley. "Este es un hecho
lamentable con una lección amarga", reflexionaba Guillermo, el Bueno, al
final del artículo. "La irresponsabilidad, el aventurerismo de sus
organizadores desemboca en una tragedia por la cual ya unos pagaron con
su vida y otros habrán de pagarla con una vida sin vida". Con ese
retruécano torpe y prepotente el muñeco del ventrílocuo terminaba uno de
los artículos más infames de una prensa donde la infamia ha adquirido
condición de arte, de ejercicio sofisticado y barroco.

Con cierto entrenamiento —el que da la lectura frecuente de ese género
terrible que es cualquier prensa totalitaria—, se puede entender el
artículo como una declaración de guerra contra todo un pueblo en la que
se explica con exactitud el castigo que recibirán quienes hagan
resistencia. Tal fue el precio que debió pagar una nación para que su
asesino más consumado fuera aclamado como líder admirable y para que al
articulista, en comparación con su tocayo escritor, se le considerara
"el bueno".

Source: El segundo hundimiento del remolcador | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/1405321047_9500.html

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